domingo, 30 de diciembre de 2018

Homilía de Santa María, Madre de Dios



SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS                   
1 de enero de 2019

         El cristiano sabe que la historia ya está salvada, y que, al final, el desenlace será positivo. Sin embargo desconocemos a través de qué hechos y vericuetos llegaremos a ese gran desenlace final. No sabemos cuántas noches nos quedarán sin dormir, ni las enfermedades que nos irán amenazando, ni las carencias y penurias que sufriremos, así como tampoco las alegrías y momentos positivos que nos alegrarán. Todo esto lo desconocemos. Sólo sabemos que Cristo es el Señor de la Historia y que al final la muerte no tendrá la última palabra al estar ya derrotada por Cristo resucitado. Y la Iglesia que es madre y maestra, que está poseída por el Espíritu Santo, ya en la primera de las lecturas proclamadas en todo el orbe, nos regala la bendición de Dios (Nm 6, 22-27): «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz».
Una bendición que haremos todo lo posible por mantenerla durante todo el año, porque sin Dios somos nada. Ya nos lo recuerda san Pablo: «12 Sé andar escaso y sobrado. Estoy avezado a todo y en todo: a la saciedad y al hambre; a la abundancia y a la privación. 13 Todo lo puedo con Aquel* que me da fuerzas» (Flp 4, 12-13).
El Señor nos hace ser conscientes de que sólo Él puede salvar a su Iglesia y a aquellos que en ella estamos embarcados. La Iglesia es de Cristo y a Cristo le corresponde proveernos. Y de hecho siempre lo hace sobradamente. A nosotros se nos pide que trabajemos con todas nuestras fuerzas, sin dar lugar a la angustia, con la serenidad del que sabe que no es más que un siervo inútil que hace lo que tiene que hacer. Y lo que hacemos no lo hacemos de cualquier manera o según los caprichos mundanos que nos puedan mangonear, sino que lo hacemos según Dios. De hecho San Pablo en la segunda de las lecturas nos lo deja bien claro: «Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: «¡Abba! Padre.» (Gálatas 4, 4-7)». Lo que hacemos lo hacemos con el discernimiento de su Espíritu. El mismo Espíritu que hizo que la Virgen Santa María concibiese al Hijo del Altísimo.
Recordemos que cuando Dios te ha llamado para que le sigas en una vocación determinada es para que pongas todo de tu parte para que Cristo te pueda rescatar de la muerte eterna [ya sea como religiosa de vida activa o monja de vida contemplativa, la matrimonial, la presbiteral; recordemos cómo a los fieles laicos está abierta la posibilidad de profesar los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia a través de los votos o las promesas, conservando plenamente la propia condición laical tal y como nos lo dice San Pablo (1 Cor.7,32-34)]. Una vocación para seguir a Aquel que nos acaudillará a la victoria definitiva.
Nos toca vivir un periodo difícil para la vida cristiana en la que se nos pide paciencia, lo cual no deja de ser esa forma cotidiana de amor en el que está simultáneamente presentes la fe y la esperanza. Lo que sale de nosotros es el juicio contra el hermano, es el intentar anular al otro tan pronto como nos lleve la contraria porque le comprendemos como enemigo. Recordemos la Palabra de Dios: «15 Pensad que la paciencia de nuestro Señor es para nuestra salvación (2Pe 3, 15a)». Y al suplicar a Dios que tenga paciencia con nosotros nos estamos comprometiendo a tener paciencia con aquel que es peor que una piedra en el zapato o un grano en determinado sitio. Pero si nos fiamos de la Palabra de Jesucristo e iluminamos esta realidad a la luz de la fe, seremos corregidos y sanados por el Señor.
No es un periodo fácil para vivir en cristiano, como tampoco lo fue para la Sagrada Familia de Nazaret. La Virgen María no se renegó por no encontrar una posada para dar a luz a su hijo, sino que todo lo que ella vivía lo fue conservando en su corazón para meditarlas, para poder saborear estas cosas que procedían de Dios (Lc 2, 16-21). La Virgen María y su casto esposo San José tuvieron que caminar muchas veces contra corriente. Ellos sentirían el cansancio de oponerse con las palabras  las obras al modo de vida que caracterizaba aquella cultura. ¿Acaso creen que algunos hombres estarían de acuerdo con José cuando todos iban a lapidar a una mujer por adulterio mientras José se opondría? ¿Cómo le marginarían los hombres de su pueblo cuando José abandonase el grupo tan pronto como salieran temas de conversaciones indecentes? Y de estas muchas y lo que tuvo que sufrir la Virgen por apartarse de las cosas malas del mundo para poder estar más cerca de las cosas de Dios.
Empezamos un año nuevo que no sabemos lo que nos deparará. Sólo pido a Dios que durante toda nuestra vida gocemos de su bendición.

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