DOMINGO
DE LA SAGRADA FAMILIA DE NAZARET 2018
En
un mundo como el de Occidente, donde el dinero y la riqueza son la medida de
todo, donde el modelo de economía de mercado impone sus leyes aplicables a
todos los aspectos de la vida, la ética católica auténtica se les antoja a
muchos como un cuerpo extraño, remoto; una especie de meteorito que contrasta
no sólo con los modos concretos de comportamiento, sino también con el esquema
básico de pensamiento.
Estamos
inmersos en un liberalismo económico donde impera la ley de la oferta y el de
la demanda; donde se da el libre comercio; donde cada cual mira por sus ahorros
y por sus propios ingresos para garantizarse un status social y las
correspondientes comodidades; donde cada cual busca su propio beneficio; y
cuánto más riqueza y progreso se dé, mucho mejor. Éste liberalismo económico
encuentra, en el plano moral, su exacta correspondencia en el permisivismo, en
una tolerancia excesiva. En consecuencia, se hace difícil, cuando no imposible,
presentar la moral de la Iglesia como razonable; se haya demasiado distante de
lo que consideran obvio y normal la mayoría de las personas, condicionados por
una cultura reinante, a la cual han acabado por amoldarse.
Si
no somos capaces de penetrar hasta el fondo de la realidad y las consecuencias
del pecado original, ello se debe precisamente a que tal pecado existe; porque
la muestra es una ofuscación de la mente y del corazón de las personas, que nos
desequilibra, que confunde en nosotros la lógica de las cosas inscritas en el
ser de todo lo creado que nos impide darnos cuenta que muchos de los
razonamientos y sentimientos nacen heridos de muerte a causa del propio pecado
que anida dentro de cada uno. Pero cuando el cristiano anuncia a sus hermanos a
Cristo que les redime ante todo del pecado da pie a la esperanza de obtener la
gracia que nos redime y nos salva de toda alienación y atadura. Cuando uno
escucha a Cristo siente que su carne leprosa se va sanando, se va liberando de
esa mediocridad, de ese relativismo y de ese permisivismo que nos impedía amar
de verdad ya que lo que se buscaba únicamente la autorrealización y la
autorredención que nos lleva a la destrucción.
«¡Y
mientras nosotros morimos, el mundo recibe la vida!» (2 Co 4, 11-12) Estamos
salvados cuando nos abandonamos al Amor Eterno del Padre. Pocos quieren morir
de amor porque cada cual quiere reservarse para sí lo mejor. Esto es una
consecuencia de una crisis seria de fe que ataca los fundamentos más básicos de
nuestro ser.
No hay nada nuevo
bajo el sol, más si anulamos la fe y nos apartamos de Dios nada se puede
sostener por sí mismo, todo queda derrumbado formando enormes ruinas. Para
seguir la vocación que Dios otorga uno se ha de descalzar, porque pisa terreno
sagrado, debe de luchar internamente con la mentalidad mercantilista reinante
que tiene sus consecuencias desastrosas en la moral y fiarse obedeciendo al
Señor aunque no lo entienda, ya que a su debido tiempo todo nos será revelado.
30 de diciembre de
2018
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