sábado, 11 de agosto de 2018

Homilía del domingo XIX del Tiempo Ordinario, ciclo b


HOMILÍA DEL DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo b
Nos encontramos ante la dificultad de aquel que desea ser fiel al Señor. Uno desea vivir su vocación en fidelidad pero siente cómo la violenta ventisca y las fuerzas contrarias nos lo ponen muy difícil. Precisamente cuando uno pone interés en hacer bien las cosas es cuando más dificultades se nos presentan para que nos desalentemos. Y corremos el algo riesgo de llegar a creer que esa meta no la vamos a poder alcanzar y es mejor dejar de luchar.
Algo parecido le sucedió al bueno de Elías. Él deseaba hacer las cosas bien. Resulta que hay un rey llamado Ajab que era un mal bicho, siempre ofendiendo con su conducta al Señor. Y su esposa, la reina fenicia Jezabel era perecida a su esposo. Ajab y Jezabel eran los que gobernaban y por lo tanto con su modo de gobernar influían al pueblo de una manera negativa, ya que las creencias y los modos de proceder paganos se colaban por todos los rincones, tal y como ocurre con el agua de los pantanos cuando terminan llegando a nuestras casas por los grifos. El caso es que Elías, ni corto ni perezoso ‘la tuvo muy gorda con el rey’, una de esas broncas que pasan a la historia. La razón de la bronca era porque tanto Ajab como el pueblo actuaba como si Dios no existiera. A veces nosotros somos ese Ajab que nos creemos muy seguros de nosotros mismos y actuamos al margen de lo que Dios nos plantea, sobre todo porque lo que Dios nos plantea es más exigente. El caso es que Elías se enfadó tanto que le dijo al rey que no iba a llover en dos años, ni agua ni rocío. Elías tenía una idea un tanto idealizada de lo que debía de ser el pueblo y se encontró de bruces con la realidad, un pueblo que se dejaba llevar por cualquier ídolo o por cualquier forma de pensar y de actuar. Nosotros tenemos una idea de lo que es la vida consagrada, de lo que es el ministerio ordenado, de lo que es el matrimonio o el noviazgo… y nos encontramos ‘de bruces’ con la pobre realidad cuando lo estamos viviendo. El Demonio quiere que nos desalentemos, sin embargo Dios nos dice ‘ánimo, cuento contigo, adelante’.
El caso es que Elías les dijo que se les acabó el llover castigándoles con la sed. Probablemente Dios no estaría muy de acuerdo con el castigo que les había impuesto Elías porque le dijo que se fuera al oriente, a esconderse en el torrente Querit que está al este del Jordán. ¿Por qué el Señor mandó al profeta que fuera hacia el oriente? Porque Elías actuando y castigando por su cuenta al pueblo se había separado de la voluntad de Dios. Y era necesario que dirigiera sus pasos hacia oriente para encontrarse de nuevo con el Señor. Nuestro oriente es el sacramento de la reconciliación, nuestro oriente es la intimidad con el Señor en la oración, nuestro oriente es el nutrirnos del Pan de Vida que es Cristo, etc. Y el Señor nos envía al oriente para purificarnos de nuestro mal proceder y retomar nuestra vocación viviéndola con la santidad que corresponde, actuando en el amor por Jesucristo. San Pablo a los Efesios nos lo dice: «Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave olor» (Ef 4, 30–5, 2). El Señor no se cansa de nosotros, sino que sana nuestras heridas.
Elías siente el peso del cansancio se sentó bajo una retama, y se deseó la muerte (1 Re 19, 4-8). Nosotros también sentimos el peso de ese cansancio, o ¿es que acaso no nos cuesta perdonar al otro aun sabiendo que uno tiene la razón? ¿Es que acaso estar abierto a la vida es algo fácil? ¿Es que acaso es sencillo posicionarse en cuestiones delicadas de moral ante amigos y conocidos que piensan distinto? ¿Es que acaso vivir un noviazgo lo más casto posible es algo que esté de moda en esta sociedad? ¿Es que acaso es algo sencillo ponerse a rezar el matrimonio con los hijos estando un poco tranquilos? ¿Es que estar pendiente de lo que tus hijos ven en la televisión teniendo que estar con ellos batallando es un plato de buen gusto?  
Y resulta que pasa el tiempo y la gente se interroga y te pregunta que por qué llevamos a nuestros hijos a la Eucaristía, que por qué seguimos eligiendo la clase de religión en la escuela, que por qué estas embarazada si ya tienes hijos, que por qué te metes en un convento de clausura o en un seminario, que por qué te vas a casar tan pronto, que por qué… ¿Es que acaso tú no eres igual que nosotros? Eso se lo dijeron a Jesús sus propios paisanos: «¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre?» (San Juan 6, 41-52). Entonces, ¿por qué actúa así?  Fundamentalmente porque nos fiamos del Señor, porque en medio de nuestras debilidades, que son muchas, al alimentarnos de Cristo Pan de Vida, nos levanta de nuestro pesimismo, de nuestro agotamiento y nos anima aún en medio de nuestras miserias a seguir siéndole fiel y así, como dice la Escritura, nunca morir.

12 de agosto de 2018

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