sábado, 25 de agosto de 2018

Homilía del domingo XX del tiempo ordinario, ciclo b


DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO, Ciclo B                                      
Durante estos cuatro domingos la liturgia de la Palabra se ha centrado en el discurso eucarístico. Jesús ha mostrado gran interés por mostrarnos catequéticamente qué es la Eucaristía es una buena oportunidad para preguntarnos cuál es nuestra salud de la vivencia de la Eucaristía. Dicho de otro modo, ¿qué nota pondría yo a la vivencia que tengo de la Eucaristía? ¿Qué importancia ocupa para mí en la vida?
Es recurrente la pregunta de qué hacer para que la Eucaristía sea atrayente. Y nos preocupa por lo que implica el que acudan a la Eucaristía las nuevas generaciones y cómo hacer que la Eucaristía resulta atrayente a los jóvenes. Y el otro punto es cómo lograr que la Eucaristía no resulte algo monótono o cansino, domingo tras domingo, a las personas adultas que podemos terminando dejando, abandonando. Hay algunos que montan un show en la iglesia en nombre de la participación sin lograr, ni de lejos, descubrir lo que allí se celebra. Y los shows tienen éxito, pero son algo que nacen estériles. ¿Cómo lograr que la Eucaristía resulte atrayente?
Quizás el problema resida en que estamos en un mundo en el que existe una profunda competitividad por atraer los sentidos. Hoy los publicistas tienen un profundo problema en cómo atraer la atención de la gente. Cuando hay tantos anuncios y uno tiene que ser tan original para que atraiga la atención y esto es un serio problema, este es el gran caballo de batalla de los publicistas. Los hombres parece que estamos dentro de una dinámica de haber quien ofrece más para atraer nuestros sentidos, es como si estuviéramos haciendo zaping con el mando a distancia para dejarnos seducir por lo que más nos haya atraído, ofreciéndonos destellos para atraer nuestra atención. Esto no lo podemos buscar en la Eucaristía.
En la Eucaristía no podemos pretender hacer carrera a esta atracción de los sentidos; no podemos pretenderlo. Hay que hacer las cosas litúrgicamente bien, cuidar los gestos, cuidar el modo de cómo se proclama las lecturas, cuidar el modo de presentar las ofrendas, cuidar el lavabo, el ajustarse a las oraciones y plegarias del Misal, el preparar la homilía, etc., esto hay que cuidarlo con esmero, pero esto no está enmarcado en esa carrera por atraer la atención de los sentidos. Porque hay cristianos que prefieren ir al campo, o jugar al futbol o quedarse en la cama antes de ir a la Eucaristía porque para ellos aquello es más atrayente para sus sentidos, mientras dicen que la Eucaristía no les dice nada. Pero por mucho que estemos preparando la Eucaristía no vamos a estar compitiendo en ese bazar de novedades que se convierte nuestra sociedad para poder atraer nuestra atención. La cosa va por otro camino. Y para entenderlo vamos a usar la palabra que la fe de la Iglesia utiliza para decir qué es la Eucaristía: Transustanciación. Éste término ha quedado sólo reservado para la Eucaristía –el cambio de la sustancia del pan y del vino por la del cuerpo y la sangre de Jesús. La palabra que nos evoca en el mundo es la palabra ‘transformación’. Pero son dos cosas muy distintas la ‘transformación’ y la ‘transustanciación’. Por transformación decimos ‘vaya cambio que ha tenido esa persona’, porque se ha maquillado, ha adelgazado, se ha vestido de una determinada manera, etc., ha cambiado externamente pero sigue siendo la misma persona de antes. Sin embargo con la palabra ‘transustanciación’ decimos lo contrario, aunque parezca lo mismo, sin embargo sustancialmente ha cambiado el ser. Una cosa es la transformación y otra la transustanciación.
Para renovar la vivencia de la Eucaristía no podemos estar pensando en cómo variar las formas, sino que la clave para renovar la vivencia la clave está en que profundicemos en lo que ocurre dentro. Que demos una vuelta de tuerca más sobre el misterio que se celebra. Y la liturgia nos ofrece la oportunidad para profundizar más, caer más en cuenta de cosas y aspectos que aún no lo habíamos descubierto. La Eucaristía es un misterio del que nos queda mucho más por descubrir, luego no busquemos novedades, no busquemos formas distintas, no busquemos atracciones. Hay que partir de que ahí, en la Eucaristía, hay un misterio en el que yo aún no he penetrado suficientemente, ya que aún nos hemos quedado en el exterior, y necesito unos ojos de fe para adentrarme en lo que ahí está aconteciendo.
¿Por qué eligió Jesús el pan entre todos los alimentos para hacer de él un signo? Podía haber elegido la cebolla, el pimiento, una tortilla de huevos o cualquier otro, pero Jesús eligió el pan de entre todos los alimentos para hacer de él su sacramento de vida. El pan se caracteriza por ser alimento básico de muchas culturas. El pan se caracteriza por ser comido a diario y por acompañar en las comidas, por acompañar a todos los alimentos. El pan es el que acompaña a todos los alimentos. Tal vez por eso Jesús eligió el pan como del elemento del que se iba a servir para darnos el don de su gracia. Porque realmente esto es la Eucaristía, para que Jesús esté con nosotros para que nos pueda acompañar a toda la vida. La Eucaristía no tiene como finalidad el estar aquí, sino que como ocurre con el pan que el pan acompaña a todo, tiene como finalidad que Jesús, recibido aquí, sea el que de alimento y sabor a todo lo que hagamos durante el día y durante la semana. No es un alimento más entre otros, sino que es el que acompaña a todo. Sin Cristo el resto de nuestra vida no tiene sabor, no termina de alimentarnos, no termina de saciarnos, no termina de llenarnos. Sin Jesucristo nuestra vida está incompleta. Es Cristo en todo. El alimento básico que acompaña al resto. Pedimos a Jesús profundizar más y no dejarnos seducir por la atracción de los sentidos, sino que Él nos permita adentrarnos en este misterio y así, día a día, poder disfrutarlo con mayor intensidad.

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