SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI 2017
Hay películas españolas, de aquellas
que mostraban la España de los años sesenta y setenta, muchas de Paco Martínez
Soria o de Gracita Morales, que de un modo muy ingenioso mostraban los orígenes
humildes de aquellos que ‘ahora se creían algo’. Esa famosa frase de Gracita
Morales que, haciendo el papel de sirvienta en una casa, descubre por medio del
nombre de su ‘señora’ sus orígenes humildes: «¡¡Tanta Lucy, tanta Lucy y se llama Luciana!!». O cuando Paco Martínez Soria, en la película “La
ciudad no es para mí” se presenta en todo el centro de Madrid, llegado del
pueblo, con una gallina viva para llevársela a su hijo médico de gran
prestigio. O cuando Paco Martínez Soria llevó desde el pueblo el enorme retrato
de su mujer para colgarlo en la pared de la casa de su hijo que vivía en la
ciudad. Que quitando un cuadro valioso del salón lo colocó allí y durante la
película fue colgado y descolgado el
retrato llegando a parar hasta en la despensa de la cocina, hasta que al final
se terminó imponiendo el retrato en el salón.
Con
muchas notas de humor recordaban a esos que ‘ahora eran algo’ que antes no eran
así y que si ahora están bien situados es porque antes han luchado para que
ellos salieran adelante. Y esto, cuando uno está bien situado, lo tiende a
olvidar.
Parece que es como si uno pensara, tal y como dice el
libro del Deuteronomio «con mis propias fuerzas he conseguido
esto» (Dt 8,
17). Por eso nos dice la primera de las lecturas: «No te olvides
del Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud, que te hizo
recorrer aquel desierto inmenso y terrible (…)». Estas
palabras son para ti y para mí. Y me voy a explicar. El pueblo de Israel se
disponía a cruzar el Jordán para ir a conquistar aquel terreno, ir a tomar
posesión de aquella tierra. Se encontraban ya en los umbrales de la tierra
prometida. De tal modo que el paso del Jordán representa la puerta de acceso al
país de Canaán. Ahora tenían ya todo aquello por lo que habían luchado durante
cuarenta años, sumando los que llevaban en la esclavitud de Egipto.
Lo mismo nos puede pasar a cada uno de nosotros: uno
puede tener el novio o novia de sus sueños y casarse con él; uno puede tener un
trabajo en aquello que ha estudiado y se ha preparado; uno puede ya alcanzar en
la vida aquello que anhelaba… uno puede estar ya en Canaán, en la tierra
prometida… y olvidarse de las cosas tan grandes que Dios ha realizado en uno.
Llegando a pensar, equivocadamente, que con nuestras propias fuerzas hemos
conseguido todo, a lo que la Palabra nos recuerda: «No vence el rey
por su gran ejército, ni se libra el guerrero por su gran fuerza; de nada sirve
el corcel para salvarse, ni con todos sus bríos proporciona la victoria» (Salmo 33, 16-17). Moisés bien nos lo recuerda a
todos: si no hubiera estado el Señor de nuestra parte, y si no nos hubiera dado
de comer de su pan y de beber de aquella roca de la que brotaba el agua, poco o
nada hubiera quedado de nosotros.
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