domingo, 2 de julio de 2017

Homilía del Domingo XIII del Tiempo Ordinario, ciclo a

DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO, Ciclo a
            Nos cuenta la Sagrada Escritura que Dios no se manifestó a Elías ni en el viento fuerte e impetuoso, ni en el terremoto, ni en el fuego. Dios estaba en la suave brisa, en el ligero susurro (1 Re 19, 9-13). Dios se manifiesta en la suave brisa, símbolo de la intimidad que mantiene con él.
            Hoy somos testigos de una historia de intimidad entre una mujer sumita con Dios. Las personas que pasan desapercibidas a los ojos del mundo nos pueden estar ofreciendo una lección de amor muy importante.
            Ante las molestias que se tomaron la mujer sumita y su esposo al hacer en la terraza de su casa una habitación donde pudiera descansar el profeta Eliseo. De tal forma que tanto el profeta como su siervo les están muy agradecidos y les preguntan que qué cosa pueden hacer por ellos. Eliseo les comenta que él goza de importantes influencias, ya que conoce al rey y al jefe del ejército y eso supondrían para ella una mejora considerable  en sus condiciones de vida. Pero ella no quiso nada de eso. Eliseo es un hombre lleno del Espíritu del Señor y las cosas que dice o hace no lo plantea al ‘buen tun tun’, sino con una enseñanza profunda. Eliseo está realizando un escrute del corazón de esa mujer sumita. Le está preguntando a esta mujer de Sunam cosas tales como ¿dónde tiene puesto su corazón?, ¿cuáles son los ídolos que están condicionando su vida?, ¿aceptas la historia que Dios está haciendo contigo? Hermanos, ¿qué hubiéramos contestado nosotros?

            Ella, con su forma de actuar manifiesta externamente lo que llevaba en el corazón: nada necesita, no quiere nada que le pueda molestar para poder estar cerca de Dios. Y como su corazón es recto y su conducta agrada a Dios, el mismo Dios de boca de Eliseo promete a esa mujer mayor y estéril que concebirá un hijo. Aquel que se pone confiadamente en las manos del Todopoderoso jamás se verá defraudado. Y ese hijo nacerá y siendo niño morirá. Es un revés y una desgracia muy fuerte, que desgarra cualquier corazón y una prueba de fuego para comprobar en quien o en quienes tiene uno puesto su confianza. Ese hijo se le muere estando recostado en el seno de su madre. Su madre podría haber acabado loca o renegando de Dios o cometiendo cualquier salvajada. Sin embargo esperó en el Señor y con el alma muy dolorida mandó a buscar a Eliseo para que con su actuar y con sus palabras pudiera obtener la fuerza necesaria para afrontar este inmenso dolor. A lo que Dios la volvió a premiar reviviendo a su hijo muerto. Ese hijo muerto representa aquellas cosas que nos hacen sufrir en la vida y que únicamente con la gracia divina y la luz de la Palabra podremos, tarde o temprano, poder sanar. 

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