DOMINGO QUINTO DEL TIEMPO ORDINARIO,
ciclo a
Dios
no da puntada sin hilo. De tal modo que cuando Él habla la oscuridad se vuelve claridad.
Nos dice el profeta Isaías: «Conduciré a los ciegos por el camino que no conocen,
los guiaré por senderos que ignoran; ante ellos convertiré la tiniebla en luz,
lo escabroso en llano»
(Is 42, 16). Nosotros somos esos ciegos, que no vemos, y no vemos porque en muchas ocasiones carecemos del
discernimiento que nos viene del Espíritu de Dios. Un cristiano sin ese
discernimiento es una vela apagada, una linterna sin pilas, un grifo sin agua,
un libro sin páginas. Pero ¿cómo ayudar a un cristiano cuyas acciones o modo de
proceder es fruto de un pecado bien oculto? Si yo tengo en el cubo de la basura
de mi casa un pedazo de carne que está pudriéndose me genera un hedor
asqueroso. Lo mismo nos pasa con el pecado. Por mucho que lo queramos esconder
dentro de una caja fuerte con muchos candados, ocultándolo en lo profundo de
las cavernas de nuestra alma y emparedado entre gruesos muros, ese pecado sigue
estando ahí irradiando su mal por doquier, como si se tratase de la
radioactividad. O puede ser incluso que ni nosotros mismos sepamos de la
existencia de ese pecado tan bien escondido.
Algo
raro habrá notado el profeta Isaías en el Israel de aquel entonces y en cada
uno de los presentes para decirnos lo siguiente: «Así dice el Señor: «Parte tu pan con el hambriento,
hospeda a los pobres sin techo, viste al que ves desnudo, y no te cierres a tu
propia carne». Si se lo está
diciendo es porque esos judíos y nosotros los cristianos de hoy estamos
flojeando. Esos pecados de omisión, el no partir el pan con el hambriento, el
no hospedar a los pobres sin techo, el no vestir al desnudo, etc., son
consecuencia de esa 'radioactividad' que emana de ese pecado o pecados que tenemos
bien custodiado -o incluso que aún ni lo hayamos descubierto- pero que nos
perjudica notablemente en el actuar, sentir y pensar. Es más, la dinámica que
Satanás emplea con nosotros es cuando nos dice: «a ti no te pueden decir nada ya, porque ya
has hecho suficiente; no te compliques más la vida, que hay otros que no se lo
complican». A lo que el Señor, en el Salmo Responsorial nos planea: ¿Quieres
brillar como una luz? ¿quieres entablar una lucha encarnizada contra Satanás
para demostrarle que eres hijo de Dios y propiedad de Dios? ¿quieres demostrar
a tus hermanos los hombres cómo sí es posible ser feliz amando a Dios? ¿quieres
desenmascarar la mentira con la que nos envenena Satanás diciéndonos que Dios
no nos quiere y por eso se porta tal mal con nosotros exigiéndonos? El salmo
nos dice: «En las tinieblas brilla
como una luz el que es justo, clemente y compasivo». Lo
nuestro es brillar y dar sabor.
Satanás
nos quiere que estemos apagados e insípidos. Que por cierto, es lo más fácil y
sencillo, de tal forma que parece que cualquier intento de superación del mal
es una pérdida de tiempo. Vivimos en una
época de enfrentamiento radical porque el mundo está sordo y necesita una
palabra que indique el sentido de la vida. Nosotros tenemos la palabra del
Evangelio. Una palabra que indica el sentido de la vida y el mundo no ya no
sabe cuál es y no tiene la fuerza para definir porque vive como miope, o como
ciego en medio de las tinieblas.
Nosotros
tenemos la linterna, tenemos la lámpara; nosotros tenemos la palabra del
Evangelio que es la luz del mundo. Si nosotros tenemos esta lámpara y somos esa
sal estamos urgidos a ir a esa gente perdida, tan resentida, tan cruel que
tenemos tanto fuera como dentro de nuestra Iglesia. Debemos ir a su encuentro y
decir: ¡Mira!, ¡Mira!, ¡este es el sendero!, ¡éste es el camino! Y viendo
nuestro comportamiento cimentado en la fe puedan redescubrir cómo Cristo les
habla en el centro de su corazón.
Lecturas:
Lectura del libro de Isaías 58, 7-10
Sal 11
1, 4-5. 6-7. 8a,y 9 R. El justo brilla en las tinieblas como una luz.
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 2, 1-5
Lectura
del santo evangelio según san Mateo 5, 13-16
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