sábado, 4 de febrero de 2017

Homilía del Domingo Quinto del Tiempo Ordinario, ciclo a

            DOMINGO QUINTO DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo a
La Palabra de Dios es viva y eficaz. Muchos no se lo creen, a lo que yo les respondo que eso es debido a que no han abierto el oído. Y como suelen estar ‘en otro onda’ o bien piensan que les estás llamando atontado porque no se enteran de las cosas o bien van a pedir consulta al otorrinolaringólogo. Vamos a ver, todos estamos hechos de la misma pasta. Y todos estamos inclinados al mal. Y no sólo eso, sino que además ejercitamos un mecanismo de autodefensa para ocultarlo y de este modo caemos en las redes de Satanás porque ha conseguido su fin: engañarnos.  
            Dios no da puntada sin hilo. De tal modo que cuando Él habla la oscuridad se vuelve claridad. Nos dice el profeta Isaías: «Conduciré a los ciegos por el camino que no conocen, los guiaré por senderos que ignoran; ante ellos convertiré la tiniebla en luz, lo escabroso en llano» (Is 42, 16). Nosotros somos esos ciegos, que no vemos, y no vemos porque en muchas ocasiones carecemos del discernimiento que nos viene del Espíritu de Dios. Un cristiano sin ese discernimiento es una vela apagada, una linterna sin pilas, un grifo sin agua, un libro sin páginas. Pero ¿cómo ayudar a un cristiano cuyas acciones o modo de proceder es fruto de un pecado bien oculto? Si yo tengo en el cubo de la basura de mi casa un pedazo de carne que está pudriéndose me genera un hedor asqueroso. Lo mismo nos pasa con el pecado. Por mucho que lo queramos esconder dentro de una caja fuerte con muchos candados, ocultándolo en lo profundo de las cavernas de nuestra alma y emparedado entre gruesos muros, ese pecado sigue estando ahí irradiando su mal por doquier, como si se tratase de la radioactividad. O puede ser incluso que ni nosotros mismos sepamos de la existencia de ese pecado tan bien escondido.
            Algo raro habrá notado el profeta Isaías en el Israel de aquel entonces y en cada uno de los presentes para decirnos lo siguiente: «Así dice el Señor: «Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que ves desnudo, y no te cierres a tu propia carne». Si se lo está diciendo es porque esos judíos y nosotros los cristianos de hoy estamos flojeando. Esos pecados de omisión, el no partir el pan con el hambriento, el no hospedar a los pobres sin techo, el no vestir al desnudo, etc., son consecuencia de esa 'radioactividad' que emana de ese pecado o pecados que tenemos bien custodiado -o incluso que aún ni lo hayamos descubierto- pero que nos perjudica notablemente en el actuar, sentir y pensar. Es más, la dinámica que Satanás emplea con nosotros es cuando nos dice: «a ti no te pueden decir nada ya, porque ya has hecho suficiente; no te compliques más la vida, que hay otros que no se lo complican». A lo que el Señor, en el Salmo Responsorial nos planea: ¿Quieres brillar como una luz? ¿quieres entablar una lucha encarnizada contra Satanás para demostrarle que eres hijo de Dios y propiedad de Dios? ¿quieres demostrar a tus hermanos los hombres cómo sí es posible ser feliz amando a Dios? ¿quieres desenmascarar la mentira con la que nos envenena Satanás diciéndonos que Dios no nos quiere y por eso se porta tal mal con nosotros exigiéndonos? El salmo nos dice: «En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, clemente y compasivo». Lo nuestro es brillar y dar sabor.
            Satanás nos quiere que estemos apagados e insípidos. Que por cierto, es lo más fácil y sencillo, de tal forma que parece que cualquier intento de superación del mal es  una pérdida de tiempo. Vivimos en una época de enfrentamiento radical porque el mundo está sordo y necesita una palabra que indique el sentido de la vida. Nosotros tenemos la palabra del Evangelio. Una palabra que indica el sentido de la vida y el mundo no ya no sabe cuál es y no tiene la fuerza para definir porque vive como miope, o como ciego en medio de las tinieblas.
            Nosotros tenemos la linterna, tenemos la lámpara; nosotros tenemos la palabra del Evangelio que es la luz del mundo. Si nosotros tenemos esta lámpara y somos esa sal estamos urgidos a ir a esa gente perdida, tan resentida, tan cruel que tenemos tanto fuera como dentro de nuestra Iglesia. Debemos ir a su encuentro y decir: ¡Mira!, ¡Mira!, ¡este es el sendero!, ¡éste es el camino! Y viendo nuestro comportamiento cimentado en la fe puedan redescubrir cómo Cristo les habla en el centro de su corazón.


Lecturas:
Lectura del libro de Isaías 58, 7-10
Sal 11 1, 4-5. 6-7. 8a,y 9 R. El justo brilla en las tinieblas como una luz.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 2, 1-5
Lectura del santo evangelio según san Mateo 5, 13-16


No hay comentarios: