sábado, 23 de julio de 2016

Homilía del Domingo XVII del Tiempo Ordinario, ciclo C

DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO, Ciclo C
                Génesis 18, 20-32
                Salmo 137
                Colosenses 2, 12-14
                Lucas 11, 1-13

            En el pasado cuando veían años de sequía los agricultores lo pasaban bastante mal porque en ese año de ‘vacas flacas’ el pan y el alimento iba a escasear. Hace muy pocos días, cuando fui a comprar el pan en uno de los tantos despachos de la capital, estaba la tendera que ‘echaba humo’ porque una mujer –que antes había sido una clienta habitual y que en la actualidad esta en paro y con una niña de seis años- le debía 72 euros. Además, seguía refunfuñando porque esa misma mañana, su hija pequeña mandada a hacer ese recado por su madre, había ido a esa tienda a por barras de pan y huevos y la tendera se los negó. Unos clientes habituales que habían pagado siempre ‘religiosamente’, ahora que están atravesando una época de ‘vacas flacas’ son mirados con sospecha negándolos ese pan y esos huevos. Duele y mucho al constatar que cuando el dinero escasea empiezan a surgir el rechazo, la marginación, el hambre y la igualdad se destroza en mil y un añicos. Es verdad que hay que tener muchas alturas de miras, una sólida espiritualidad y muchas veces pasar como ingenuo o como ‘tonto’, aun sabiendo que te pueden engañar, para poder paliar el hambre de esos hermanos nuestros y así conseguir una sonrisa de nuestro Padre del Cielo.
            ¿Qué interés tenía Abrahán en las ciudades de Sodoma y Gomorra? ¿A caso tenía tierras,  casas, ganados o comercios allí y por esos intereses personales se empeñaba en salvar esas ciudades? Cuando escasea el dinero enseguida nos alertamos porque vemos peligrar nuestras seguridades, porque nos sentimos a expensas de los temores y nos van apartando de la dinámica de las cosas cotidianas como pueden ser comprar el pan, pagar la luz, hacer frente a la cuota de la comunidad de vecinos, comprar los libros de texto de los niños o incluso esa medicina que es necesaria pero a la que ya no se puede adquirir. Sin embargo, cuando nuestra alma está sufriendo una pertinaz sequía por no rezar las cosas parecen que van normales sin producirse ningún cambio que genere desestabilidad. Pero no engañemos, sólo hay apariencia de normalidad. En Sodoma y en Gomorra se había tomado la decisión de expulsar a Dios de sus vidas y con sus hechos constataban que no querían ni hablar de Dios. Los habitantes de Sodoma y Gomorra tenían puesto su corazón en el dinero, en la lujuria, en el desenfreno, en todo tipo de apetitos desordenados. Las consecuencias de su actuación fue su propia perdición.
A corto y mediano plazo estarían todos muy contentos ya que el pecado tiene su dosis que lo hace atractivo y ser deseado. Pero va originando la dinámica de un desorden interno que al convivir con ello se ve como algo normal, acostumbrándote a estar sin lo divino, que te envenena poco a poco pervirtiendo el entendimiento y el corazón. Uno de los problemas muy serios que esto acarrea es que cuando hay colectivos numerosos de personas que tienen pervertidos el entendimiento y el corazón pretenden dar un paso más: normalizar esa situación para que sea entendido y concebido como algo normal y con un derecho reconocido. Esta era precisamente Sodoma y Gomorra. Y en todo este contexto de perdición y pecado, el bueno de Abrahán ¿qué pinta aquí? Le encontramos rezando, intercediendo ante Dios por esos pueblos pecadores. En mitad de estos pueblos impíos Abrahán hace presente a Dios con su oración. Como si fuera en medio del bosque en una noche totalmente oscura, él aparece con una vela que de algún modo rompe con la soberanía de las tinieblas. En medio de esa tierra reseca sin Dios, Abrahán lo riega con su oración permitiendo la salvación de aquellos que quisieron salvarse: Lot y su familia.
            Nosotros estamos llamados a seguir el ejemplo de Abrahán rezando en medio de este pueblo para así hacer presente a Cristo y que su nombre sea escuchado y jamás sea silenciado, y así Dios se pueda hacer presente ante esta gente que se empeña en ignorarlo.
            Jesucristo hoy nos dice: «Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre». En la oración se experimenta «la amistad con que Dios nos trata», tal y como nos dice Santa Teresa de Jesús en Camino. De tal modo que la oración potencia, dinamiza, libera, desata la capacidad de entrega y de donación. Abre con fuerza irresistible a los caminos del amor. El amor está llamado a ser creativo, a ir abriendo nuevas veredas en la hierba y en los arbustos que pisada tras pisada de uno y cientos de caminantes van marcando esa nueva ruta. El estar con Cristo en la oración nos abre el entendimiento y me urge a obrar con un estilo de amor. Recordemos lo que nos dice Santa Teresa de Jesús: «El Señor no mira tanto la grandeza de las obras como el amor con que se hacen».

Si yo no estoy regado con el agua que me ofrece Cristo en la oración ¿cómo voy a poder dar esas barras de pan y esa docena de huevos a esa niña pequeña? Si quito a Cristo de mi vida sólo veré a una pedigüeña y aprovechada, que esto era en el fondo lo que estaba viendo esa tendera de la panadería. 

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