DOMINGO XVII
DEL TIEMPO ORDINARIO, Ciclo C
Génesis
18, 20-32
Salmo
137
Colosenses
2, 12-14
Lucas
11, 1-13
En
el pasado cuando veían años de sequía los agricultores lo pasaban bastante mal
porque en ese año de ‘vacas flacas’ el pan y el alimento iba a escasear. Hace
muy pocos días, cuando fui a comprar el pan en uno de los tantos despachos de
la capital, estaba la tendera que ‘echaba humo’ porque una mujer –que antes
había sido una clienta habitual y que en la actualidad esta en paro y con una
niña de seis años- le debía 72 euros. Además, seguía refunfuñando porque esa
misma mañana, su hija pequeña mandada a hacer ese recado por su madre, había
ido a esa tienda a por barras de pan y huevos y la tendera se los negó. Unos
clientes habituales que habían pagado siempre ‘religiosamente’, ahora que están
atravesando una época de ‘vacas flacas’ son mirados con sospecha negándolos ese
pan y esos huevos. Duele y mucho al constatar que cuando el dinero escasea
empiezan a surgir el rechazo, la marginación, el hambre y la igualdad se
destroza en mil y un añicos. Es verdad que hay que tener muchas alturas de
miras, una sólida espiritualidad y muchas veces pasar como ingenuo o como
‘tonto’, aun sabiendo que te pueden engañar, para poder paliar el hambre de
esos hermanos nuestros y así conseguir una sonrisa de nuestro Padre del Cielo.
¿Qué interés tenía Abrahán en las ciudades
de Sodoma y Gomorra? ¿A caso tenía tierras,
casas, ganados o comercios allí y por esos intereses personales se
empeñaba en salvar esas ciudades? Cuando escasea el dinero enseguida nos
alertamos porque vemos peligrar nuestras seguridades, porque nos sentimos a
expensas de los temores y nos van apartando de la dinámica de las cosas
cotidianas como pueden ser comprar el pan, pagar la luz, hacer frente a la
cuota de la comunidad de vecinos, comprar los libros de texto de los niños o
incluso esa medicina que es necesaria pero a la que ya no se puede adquirir. Sin
embargo, cuando nuestra alma está sufriendo una pertinaz sequía por no rezar
las cosas parecen que van normales sin producirse ningún cambio que genere
desestabilidad. Pero no engañemos, sólo
hay apariencia de normalidad. En Sodoma y en Gomorra se había tomado la
decisión de expulsar a Dios de sus vidas y con sus hechos constataban que no
querían ni hablar de Dios. Los habitantes de Sodoma y Gomorra tenían puesto su
corazón en el dinero, en la lujuria, en el desenfreno, en todo tipo de apetitos
desordenados. Las consecuencias de su actuación fue su propia perdición.
A corto y mediano plazo
estarían todos muy contentos ya que el pecado tiene su dosis que lo hace
atractivo y ser deseado. Pero va originando la dinámica de un desorden interno
que al convivir con ello se ve como algo normal, acostumbrándote a estar sin lo
divino, que te envenena poco a poco
pervirtiendo el entendimiento y el corazón. Uno de los problemas muy serios
que esto acarrea es que cuando hay colectivos numerosos de personas que tienen
pervertidos el entendimiento y el corazón pretenden dar un paso más: normalizar
esa situación para que sea entendido y concebido como algo normal y con un
derecho reconocido. Esta era precisamente Sodoma y Gomorra. Y en todo este
contexto de perdición y pecado, el bueno de Abrahán ¿qué pinta aquí? Le
encontramos rezando, intercediendo ante Dios por esos pueblos pecadores. En mitad de estos pueblos impíos Abrahán hace presente a Dios con su oración.
Como si fuera en medio del bosque en una noche totalmente oscura, él aparece
con una vela que de algún modo rompe con la soberanía de las tinieblas. En
medio de esa tierra reseca sin Dios, Abrahán lo riega con su oración
permitiendo la salvación de aquellos que quisieron salvarse: Lot y su familia.
Nosotros
estamos llamados a seguir el ejemplo de Abrahán rezando en medio de este pueblo
para así hacer presente a Cristo y
que su nombre sea escuchado y jamás sea silenciado, y así Dios se pueda hacer
presente ante esta gente que se empeña en ignorarlo.
Jesucristo
hoy nos dice: «Pedid y se os dará, buscad
y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que
busca halla, y al que llama se le abre». En la oración se experimenta «la amistad con que Dios
nos trata», tal y como nos dice
Santa Teresa de Jesús en Camino. De tal modo que la oración potencia, dinamiza,
libera, desata la capacidad de entrega y de donación. Abre con fuerza
irresistible a los caminos del amor. El amor está llamado a ser creativo, a ir
abriendo nuevas veredas en la hierba y en los arbustos que pisada tras pisada
de uno y cientos de caminantes van marcando esa nueva ruta. El estar con Cristo
en la oración nos abre el entendimiento y me urge a obrar con un estilo de
amor. Recordemos lo que nos dice Santa Teresa de Jesús: «El Señor no mira tanto la grandeza de las obras como el amor con que se
hacen».
Si yo no estoy regado con
el agua que me ofrece Cristo en la oración ¿cómo voy a poder dar esas barras de
pan y esa docena de huevos a esa niña pequeña? Si quito a Cristo de mi vida
sólo veré a una pedigüeña y aprovechada, que esto era en el fondo lo que estaba
viendo esa tendera de la panadería.
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