domingo, 8 de mayo de 2016

Homilía del Domingo de la Ascensión del Señor, Ciclo C



DOMINGO DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR, Ciclo C
            Me quedo sorprendido de la actualidad que rebosa la Palabra de Dios. San Pablo cuando escribe a la comunidad de los Efesios está dando respuesta a un problema acuciante que se daba en esas comunidades cristianas. Resulta que surgieron tendencias, por influencias extrañas, en las propias comunidades que afirmaban que otros seres podían competir con Cristo en su acción salvadora. A lo que Pablo afirma que sólo Cristo está «por encima de todo nombre conocido, no solo en este mundo, sino en el futuro».
En nuestra sociedad no se trata ya de competir sino de suplantar: Muchos que han sido bautizados han destronado a Cristo de sus almas para entronizar a sus múltiples ídolos.  Que se tiene necesidad de olvidar algo en vez de afrontarlo con la lucidez cristiana, pues se usa y abusa de la bebida, de los porros y demás sustancias. Que uno se quiere enriquecer, pues se hace trampas para robar lo más posible sin que te pillen. Que uno quiere sentirse amado por otra persona y dejarse llevar por la lujuria, pues o bien se va a los lugares de mala reputación o se tantea el terreno para poder hacerlo con aquel muchacho o muchacha que te gusta y además sin pagar. De tal manera que la persona cree que sus necesidades quedan satisfechas, recurriendo a ellas una y mil veces cuando sus efectos finalizan.  Y entrando en esta dinámica perversa y corrosiva generada por Satanás, se cae en la desesperación, ya que por mucho que uno intente llenar de agua un cesto de mimbre, nunca lo conseguirá. Pero mientras tanto Satanás va ganando tiempo, engañando a las personas, creando confusión, deformando conciencias  y adoctrinarlas en su particular escuela de perdición.
            San Pablo nos exhorta a vivir con la dignidad de cristianos. Sabemos que es demasiado de tentador lo que Satanás nos ofrece en el mundo. Cristo no quiere que quedemos apresados en las telas de araña del Maligno, sino que desea que nosotros seamos parte de ese pueblo que Él mismo está congregando. Ese esposo que está tanto tiempo en su oficina con tantas compañeras y secretarias como no tenga puesta su esperanza en Cristo correrá el riesgo elevado de cargarse su propio matrimonio. Esa mujer trabajadora que se esfuerza en ascender en su trabajo o en mantenerlo, como no tenga a Cristo en el centro de su ser, puede llegar a hacer uso o de propuestas indecentes de los jefes encargados o de mecanismos ilícitos para conseguirlo. Por eso es tan importante acoger de Dios ese espíritu de sabiduría y de revelación para conocerlo, así como que Dios nos ilumine los ojos del corazón para que comprendamos la esperanza, el poder y la herencia que da a aquellos que le aman.
            Sin embargo no olvidemos que la fuerza no la generamos nosotros, sino que viene de lo alto.  Nos dice Jesucristo: «Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre; vosotros, por vuestra parte, quedaos en la ciudad hasta que os revistáis de la fuerza que viene de lo alto».
Reza el salmo 91:
«¡Qué magníficas son tus obras, Señor,
qué profundos tus designios!
El ignorante no los entiende
ni el necio se da cuenta». 
Si nos revestimos de la fuerza que viene de lo alto iremos creciendo espiritualmente de tal modo que eso quedará reflejado en nosotros para beneficio de nuestros hermanos para afrontar el desafío de la evangelización, en palabras del Salmo 91:
«El justo crecerá como una palmera,
se alzará como un cedro del Líbano:
plantado en la casa del Señor,
crecerá en los atrios de nuestro Dios;
en la vejez seguirá dando fruto
y estará lozano y frondoso».

            Nosotros hemos sido bautizados con agua y con el Espíritu Santo.  Descubrir la grandeza de la vida sobrenatural  supone cerrar puertas y ventanas a planteamientos mundanos por considerarlos basura y  pérdida de tiempo, y abrir de par en par otras puertas a la fuerza de Dios,  ya que Él es el único que puede saciar de sed nuestros corazones inquietos e  insatisfechos.

           

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