DOMINGO DE LA
ASCENSIÓN DEL SEÑOR, Ciclo C
Me
quedo sorprendido de la actualidad que rebosa la Palabra de Dios. San Pablo
cuando escribe a la comunidad de los Efesios está dando respuesta a un problema
acuciante que se daba en esas comunidades cristianas. Resulta que surgieron
tendencias, por influencias extrañas, en las propias comunidades que afirmaban
que otros seres podían competir con
Cristo en su acción salvadora. A lo que Pablo afirma que sólo Cristo está «por encima de todo nombre conocido, no solo
en este mundo, sino en el futuro».
En nuestra sociedad no se trata ya de competir sino de suplantar: Muchos que han sido
bautizados han destronado a Cristo de sus almas para entronizar a sus múltiples
ídolos. Que se tiene necesidad de
olvidar algo en vez de afrontarlo con la lucidez cristiana, pues se usa y abusa
de la bebida, de los porros y demás sustancias. Que uno se quiere enriquecer,
pues se hace trampas para robar lo más posible sin que te pillen. Que uno
quiere sentirse amado por otra persona y dejarse llevar por la lujuria, pues o
bien se va a los lugares de mala reputación o se tantea el terreno para poder
hacerlo con aquel muchacho o muchacha que te gusta y además sin pagar. De tal
manera que la persona cree que sus necesidades quedan satisfechas, recurriendo
a ellas una y mil veces cuando sus efectos finalizan. Y entrando en esta dinámica perversa y
corrosiva generada por Satanás, se cae en la desesperación, ya que por mucho
que uno intente llenar de agua un cesto de mimbre, nunca lo conseguirá. Pero
mientras tanto Satanás va ganando tiempo, engañando a las personas, creando
confusión, deformando conciencias y
adoctrinarlas en su particular escuela de perdición.
San
Pablo nos exhorta a vivir con la
dignidad de cristianos. Sabemos que es demasiado de tentador lo que Satanás
nos ofrece en el mundo. Cristo no quiere que quedemos apresados en las telas de
araña del Maligno, sino que desea que
nosotros seamos parte de ese pueblo que Él mismo está congregando. Ese
esposo que está tanto tiempo en su oficina con tantas compañeras y secretarias
como no tenga puesta su esperanza en Cristo correrá el riesgo elevado de
cargarse su propio matrimonio. Esa mujer trabajadora que se esfuerza en
ascender en su trabajo o en mantenerlo, como no tenga a Cristo en el centro de
su ser, puede llegar a hacer uso o de propuestas indecentes de los jefes
encargados o de mecanismos ilícitos para conseguirlo. Por eso es tan importante
acoger de Dios ese espíritu de sabiduría y de revelación para conocerlo, así
como que Dios nos ilumine los ojos del corazón para que comprendamos la
esperanza, el poder y la herencia que da a aquellos que le aman.
Sin
embargo no olvidemos que la fuerza no la generamos nosotros, sino que viene de lo alto. Nos dice Jesucristo: «Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre; vosotros,
por vuestra parte, quedaos en la ciudad hasta que os revistáis de la fuerza que
viene de lo alto».
Reza el salmo 91:
«¡Qué
magníficas son tus obras, Señor,
qué
profundos tus designios!
El
ignorante no los entiende
ni el
necio se da cuenta».
Si nos revestimos de la fuerza que viene de lo alto
iremos creciendo espiritualmente de tal modo que eso quedará reflejado en
nosotros para beneficio de nuestros hermanos para afrontar el desafío de la
evangelización, en palabras del Salmo 91:
«El justo crecerá como una palmera,
se alzará como un
cedro del Líbano:
plantado en la casa
del Señor,
crecerá en los
atrios de nuestro Dios;
en la vejez seguirá
dando fruto
y estará lozano y
frondoso».
Nosotros
hemos sido bautizados con agua y con el Espíritu Santo. Descubrir la grandeza de la vida
sobrenatural supone cerrar puertas y
ventanas a planteamientos mundanos por considerarlos basura y pérdida de tiempo, y abrir de par en par
otras puertas a la fuerza de Dios, ya
que Él es el único que puede saciar de sed nuestros corazones inquietos e insatisfechos.
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