sábado, 21 de mayo de 2016

Homilía del Domingo de la Santísima Trinidad 2016

SANTÍSIMA TRINIDAD 2016
         ¿Qué es lo que pido de un hermano de Comunidad o a un cristiano? Que sea el perfecto señor de su casa que ofrezca un hospedaje de lujo al Espíritu Santo que viene a él para ser uno con él. Que esté tan cerca del Señor, que se encuentre ‘pillado’ por Cristo que sepa dar una palabra, un consejo de los que el mundo no es capaz de dar. Que aunque sea por un instante uno pueda percibir esa luz que abre el entendimiento de tal modo refrescándote el alma. Puede pasar unos días o unos minutos y ese hermano que te regaló esa palabra que tanto te ayudó, resulta que hace algo o no calla lo que debería de haber callado y empieza los juicios negativos contra él. ¿Os dais cuenta de cómo la fuerza de Dios se realiza en medio de nuestra gran debilidad? El problema que nos debe de preocupar es si ese juicio que tengo contra mi hermano tenga el poder de robarme la paz interior. Ese juicio que me quita la paz puede ir ‘asentando jurisprudencia’ para actuar de un modo no auténtico frente a ese hermano, no reconociendo en él a Cristo y desaprovechando las ocasiones de conversión que Dios te ofrece por medio de él. Lo nuestro es empaparnos de la Sabiduría de Dios.
         Tal vez tengamos a algún hermano en la fe o algún compañero de trabajo o de estudios que, el sólo hecho de estar con él, suponga una tribulación. Tal vez porque tenga la habilidad de ‘sacarte de tus casillas’. Sin embargo ese hermano está puesto ahí para que, a modo de espejo, puedas verte reflejado en tus pecados. La guerra no la tenemos que afrontar contra el hermano, la esposa, el familiar, el compañero de trabajo, etc., sino que el enemigo lo tenemos dentro de nosotros; nuestro pecado que nos maneja muchas veces como los hilos de una marioneta. Ese hermano 'que no trago' es un instrumento puesto por Dios para que yo reconozca mi pecado.
         El modo de proceder de la Santísima Trinidad no es el nuestro. La Sagrada Escritura ya nos cuenta un caso práctico: Marta estaba muy inquieta sirviendo al Señor, llevando y quitando los platos, los vasos, fregando...., mientras que María estaba allí escuchándole porque sabía que ese momento que estaba viviendo en ese instante era irrepetible, un don precioso de Dios. Porque platos y vasos y comidas y fregaderos, etc., siempre habrán. Pero disfrutar de la presencia del Maestro sólo se puede estar en momentos muy contados. Por eso María ‘descansaba en el Señor’, mientras que Marta hacía juicios contra su hermana –‘mira que zángana y está viendo que yo no paro y ella ni se mueve de ahí, ¡tendrá cara la muy vaga!’; mas la palabra dirigida a Marta por el Señor le abrió el entendimiento, le devolvió aquella paz que había perdido y pudo disfrutar del Señor estando en plena comunión con su hermana.
Es cierto también que esto no anula la corrección fraterna, porque si yo quiero a mi hermano también le tengo que ayudar a que descubra el valor de hacer las cosas por amor a Cristo y a los hermanos. Sin embargo podemos caer en la ‘tela de araña del demonio’, y nadie estamos exentos de este modo de proceder. Uno molesto por un hermano se queja a un tercero. Y el tercero, en vez de disculparlo y de ofrecer una palabra alternativa de vida, se suma a ese juicio dañando aun más la débil comunión de los hermanos. Hay veces que te invitan a comer, en una de esas comidas familiares donde también quieren contar con uno. Llegas a la mesa, te sientas y no tardas en darte cuenta de cómo un hermano no se habla con el otro. Es que ni se hablan ni se cruzan las miradas, a lo que el ambiente en esa comida está cargado de tensión porque no es el Espíritu quien reina en ese momento, sino que son los particulares faraones –sí, como el faraón de Egipto en tiempos de Moisés-; son esos soberbios faraones que se levantan para sacar a relucir todo lo peor que tenemos dentro de nosotros. Y muy pocos repararán en el esfuerzo, dedicación y horas que la madre o a la persona que ha dedicado en la cocina, quedando deslucida tan perfecta comida con la amargura de la tiranía de esos faraones.

La Santísima Trinidad es una familia de tres personas y una sola naturaleza. La unidad sólo se dará si todas nuestras almas confluyen en un único punto: Dios. La Santísima Trinidad es un Dios que está en el origen de la vida. En la medida en que demos un paso adelante para a cercanos a Cristo se irá creando como una especie de 'campo de fuerza' donde el amor y la preocupación por el hermano será una constante y donde uno empezará a pensar primero en el otro antes que en uno mismo. 

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