DOMINGO TERCERO DE PASCUA,
ciclo C, 10 de abril de 2016
Amarse no es mirarse el uno al otro, sino mirar juntos en la misma
dirección. Entre cristianos amarse en mirar juntos hacia la misma dirección que
es Cristo. Si nos convertimos a Cristo y vamos juntos hacia Él, los cristianos
nos aproximaremos también entre nosotros, hasta ser, como Él nos pidió, «uno,
con Él y con el Padre». Ocurre como los radios de una rueda. Parten de puntos
distantes de la circunferencia, pero poco a poco se van acercando al centro, se
acercan también entre sí, hasta formar un único punto.
Pedro y los Apóstoles, ante el
interrogatorio y acusaciones del sumo sacerdote le responden que «hay que obedecer a Dios antes que a los
hombres». Esto es muy cierto, pero más cierto aún es que desobedecerse a
uno mismo es difícil. Porque desobedecer a una persona puede costar mucho o
poco, pero desobedecerse a uno mismo es costoso de todas, todas. Que negarse a
uno mismo es muy fastidioso porque 'es lo que pide el cuerpo'. Se nos pide
mortificación de los sentidos; vigilar nuestro corazón. San Juan de la Cruz en
el libro 'Subida al Monte Carmelo' nos dice:
«Procure
siempre inclinarse:
no a lo más
fácil, sino a lo más dificultoso;
no a lo más
sabroso, sino a lo más desabrido;
no a lo más
gustoso, sino antes a lo que da menos gusto;
no a lo que es
descanso, sino a lo trabajoso;
no a lo que es
consuelo, sino antes al desconsuelo;
no a lo más,
sino a lo menos;
no a lo más
alto y precioso, sino a lo más bajo y despreciado;
no a lo que es
querer algo, sino a no querer nada;
no andar
buscando lo mejor de las cosas temporales, sino lo peor, y desear entrar en toda desnudez y vacío y
pobreza por Cristo de todo cuanto hay en el
mundo».
Lo curioso es que cuando uno va
adquiriendo experiencia de obedecer a Dios uno se siente más cerca del hermano.
La dificultad para que uno 'muera a sí mismo', para que 'acepte la negación de
sí mismo', incluso para los que vivimos dentro del amparo de la Iglesia puede radicar en el escaso cultivo de la
relación religiosa. Dicho con otras palabras: Puedo tener una 'guerra
civil' dentro de uno mismo, donde la cabeza dice que «tienes que morir a ti mismo
y darte a tu esposa, a tu esposo, a tu comunidad…por amor a Cristo» y el
corazón te diga: «¿por qué quieres morir a ti mismo?, ¿vas a morir a ti mismo
teniendo únicamente razones tan inconsistentes como un lejano saber de oídas
sobre Dios? ¿es que acaso ese lejano saber de oídas sobre Dios pone tu corazón
y todo tu ser al rojo vivo de pasión de amor?». Si no tenemos una experiencia
real de Dios en nuestras vidas el hecho de 'morir a nosotros mismos' es una
locura donde terminaremos 'tirando la toalla'.
Cuando el discípulo amado, prototipo
del seguidor de Jesús, detecta la presencia de Jesús, donde había tiniebla
aparece una luz deslumbradora. Dice el evangelio que «aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro:
–Es el Señor». Ese es un modelo perfecto de alguien que ha tenido una experiencia de Dios y de esa experiencia saca las fuerzas para hacer frente a los demonios que intentan dominarnos en este mundo. Nosotros estamos llamados a ser como ese discípulo capaz de reconocer al Señor. Reconociéndole cerca todo cambia. Cuentan que en las batallas medievales había un momento en que, superada la infantería, los arqueros y la caballería, la batalla se concentraba en torno al rey. Existen edificios o estructuras metálicas hechas de tal modo que si se toca cierto punto neurálgico. o se mueve determinada piedra, todo se derrumba. ¿Cómo voy a poder negarme a mí mismo sino tengo al Rey de reyes a mi lado en la batalla? ¿Cómo voy a poder arrastrar esa red repleta de esos ciento cincuenta y tres peces grandes sino tengo el alma ardiendo de amor por mi Dios y Señor? Ni yo ni nadie puede sacar adelante una vocación cristiana si previamente no ha tenido una experiencia de Cristo resucitado en su vida personal. Cristo te ofrece esa experiencia, si la aceptas te vas a comprometer de lleno con Él, ¿estás dispuesto?
–Es el Señor». Ese es un modelo perfecto de alguien que ha tenido una experiencia de Dios y de esa experiencia saca las fuerzas para hacer frente a los demonios que intentan dominarnos en este mundo. Nosotros estamos llamados a ser como ese discípulo capaz de reconocer al Señor. Reconociéndole cerca todo cambia. Cuentan que en las batallas medievales había un momento en que, superada la infantería, los arqueros y la caballería, la batalla se concentraba en torno al rey. Existen edificios o estructuras metálicas hechas de tal modo que si se toca cierto punto neurálgico. o se mueve determinada piedra, todo se derrumba. ¿Cómo voy a poder negarme a mí mismo sino tengo al Rey de reyes a mi lado en la batalla? ¿Cómo voy a poder arrastrar esa red repleta de esos ciento cincuenta y tres peces grandes sino tengo el alma ardiendo de amor por mi Dios y Señor? Ni yo ni nadie puede sacar adelante una vocación cristiana si previamente no ha tenido una experiencia de Cristo resucitado en su vida personal. Cristo te ofrece esa experiencia, si la aceptas te vas a comprometer de lleno con Él, ¿estás dispuesto?
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