viernes, 22 de abril de 2016

Homilía del Domingo Quinto del Tiempo Pascual, ciclo C

DOMINGO QUINTO DE PASCUA, ciclo c                    24 de abril 2016
            Hch 14, 21b-27
                Sal 144
                Ap 21, 1-5a
                Jn 13, 31-33a.34-35
Las lecturas de hoy son muy actuales. Nos encontramos a Pablo y a Bernabé visitando y alentando en la fe a unas comunidades cristianas. Saben que muchos en esas comunidades están tibios en la fe, y que como consecuencia de esa tibieza, Satanás se cuela generando malos entendidos, la envidia genera un comportamiento dañino hacia el otro,  formas de actuar que desdicen de un creyente, el cansancio y el desaliento ante las dificultades que se plantean... y tanto Pablo como Bernabé les tienen que dar una palabra para que de esas brasas pueda surgir unas llamaradas de amor a Cristo. Estos dos Apóstoles también saben que hay hermanos que se creen muy seguros en su fe, a lo que ellos les ayudan a discernir para que reconozcan que «si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los constructores».
            Pablo y Bernabé aún estando a muchos kilómetros de distancia y con la escasez de medios de comunicación de aquel entonces, sabían si una pareja de novios se había casado, si un niño había nacido, si un hermano de esa comunidad estaba enfermo, si determinadas personas estaban ya fueran fríos en la fe o ardientes en Cristo, sabían de los logros y de las desgracias de los hermanos de la comunidad. No lo sabían porque tuviesen unos espías contratados por ellos; lo sabían porque al reinar la comunión los comentarios fluyen con normalidad, las cartas se escriben, los hermanos tienen la confianza y libertad de decírselo a ellos. A lo que Pablo y Bernabé, muriendo para que el mundo tenga la vida, se apresuraban a estar cercanos a esos hermanos llevándoles la Palabra del Señor para iluminarlos en su situación particular.
Pablo y Bernabé no iban diciendo lo que a ellos les iba pareciendo bien, porque de este modo se anunciarían a sí mismos  y obligarían a los demás a imponerles su propia voluntad y no la de Dios. Pablo y Bernabé «oraban, ayunaban y se encomendaban al Señor». Pablo y Bernabé, que tenían la palabra de Jesucristo bien dentro de su ser, se acordaban de aquella parábola de los talentos y de cómo aquel señor reprendió muy seriamente al siervo zángano por no poner en juego su razón y voluntad conformándose con esconder el denario bajo la tierra. Pablo y Bernabé, a la luz de la Palabra de Dios, iluminan, ofrecen criterios serios de discernimiento para la vida concreta de esa comunidad o de determinadas personas, para que cada cual poniendo en juego su razón, su corazón, su libertad y su voluntad, sigan a Cristo con determinación. Ni Cristo ni los Apóstoles quieren a personas dependientes, sino libres. Desea que actuemos con la libertad propia de los hijos de Dios. Ahora bien, nadie nos ahorra los sufrimientos que acarrea el mal uso de esa libertad. Los hijos de las tinieblas huyen de la luz, por eso es tan importante que haya obispos, presbíteros y catequistas con capacidad de ayudar a discernir la vida de los hermanos con la Palabra de Dios y el Magisterio de la Iglesia.
Aquel que ofrece criterios de discernimiento ‘se desnuda espiritualmente’  ante el hermano ya que le está obligando a mostrar cómo está siendo su relación íntima y personal con Cristo. Y esto implica y complica. Cuentan que en una granja los animales estaban nerviosos porque se acercaba las fiestas de navidad. Se enteraron que el plato principal de la Noche Vieja eran huevos con jamón. Las gallinas lo festejaron por todo lo alto, pero los cerdos mostraron su disgusto y descontento diciendo a las gallinas: ‘Vosotras únicamente participáis, a nosotros nos complican sacrificándonos’. Un obispo, un presbítero y un catequista son como ese puerco que está con el ministerio de servicio para garantizar ese discernimiento que ofrece poniendo previamente como aval su propia vida creyente. De esta manera es mas complicado a uno ‘se le suban los humos a la cabeza’ o ‘se crea algo por tener un cargo’, porque de darse el caso, los hermanos corresponsales tienen la obligación moral –con el Evangelio en la mano- de proceder a la corrección fraterna, porque un mal consejo puede general grave daño.

            Pablo y Bernabé no tendrían más equipaje que la Palabra. Eran los hermanos de las comunidades quienes les acogían en sus casas con gran hospitalidad, les lavarían la ropa, les preparasen un plato con comida, les proveyeran para los viajes. Ahora son pocas las casas en las que te dejan pasar mas allá de la puerta de la entrada. Es cierto que Pablo y Bernabé nunca quisieron ser una carga para nadie. Ellos fueron concretando, en la vida cotidiana de las comunidades, el mandamiento del amor dado por Jesucristo. Además ellos, en aquellas casas donde fuesen acogidos, serían testigos de los conflictos cotidianos que se dan en el ámbito familiar –malos entendidos, enfados, ‘tiran teces’ entre los esposos o entre los hijos y sin lugar a dudas, uno de sus gestos, una palabra dada o una mirada oportuna serían la mejor gratificación que hubiesen podido recibir aquellos que les han acogido en su casa. Y resulta curioso, porque con ese modo de proceder testimonial de los Apóstoles en las comunidades y en los hogares van permitiendo que Dios vaya actuando en lo más sencillo y en lo más importante, ‘haciendo nuevas todas las cosas’. 

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