DOMINGO
QUINTO DE PASCUA, ciclo c 24 de abril 2016
Hch 14,
21b-27
Sal
144
Ap
21, 1-5a
Jn
13, 31-33a.34-35
Las lecturas de hoy son
muy actuales. Nos encontramos a Pablo y a Bernabé visitando y alentando en la
fe a unas comunidades cristianas. Saben que muchos en esas comunidades están
tibios en la fe, y que como consecuencia de esa tibieza, Satanás se cuela
generando malos entendidos, la envidia genera un comportamiento dañino hacia el
otro, formas de actuar que desdicen de
un creyente, el cansancio y el desaliento ante las dificultades que se
plantean... y tanto Pablo como Bernabé les tienen que dar una palabra para que de esas brasas pueda surgir unas llamaradas
de amor a Cristo. Estos dos Apóstoles también saben que hay hermanos que se
creen muy seguros en su fe, a lo que ellos les ayudan a discernir para que
reconozcan que «si el Señor no construye
la casa, en vano se cansan los constructores».
Pablo
y Bernabé aún estando a muchos kilómetros de distancia y con la escasez de
medios de comunicación de aquel entonces, sabían si una pareja de novios se
había casado, si un niño había nacido, si un hermano de esa comunidad estaba
enfermo, si determinadas personas estaban ya fueran fríos en la fe o ardientes
en Cristo, sabían de los logros y de las desgracias de los hermanos de la
comunidad. No lo sabían porque tuviesen unos espías contratados por ellos; lo
sabían porque al reinar la comunión los
comentarios fluyen con normalidad, las cartas se escriben, los hermanos tienen
la confianza y libertad de decírselo a ellos. A lo que Pablo y Bernabé,
muriendo para que el mundo tenga la vida, se apresuraban a estar cercanos a
esos hermanos llevándoles la
Palabra del Señor para
iluminarlos en su situación particular.
Pablo y Bernabé no iban
diciendo lo que a ellos les iba pareciendo bien, porque de este modo se
anunciarían a sí mismos y obligarían a
los demás a imponerles su propia voluntad y no la de Dios. Pablo y Bernabé «oraban, ayunaban y se encomendaban al Señor».
Pablo y Bernabé, que tenían la palabra de Jesucristo bien dentro de su ser, se
acordaban de aquella parábola de los talentos y de cómo aquel señor reprendió
muy seriamente al siervo zángano por no poner en juego su razón y voluntad
conformándose con esconder el denario bajo la tierra. Pablo y Bernabé, a la luz
de la Palabra
de Dios, iluminan, ofrecen criterios serios de discernimiento para la vida
concreta de esa comunidad o de determinadas personas, para que cada cual poniendo en juego su razón, su corazón, su libertad
y su voluntad, sigan a Cristo con determinación. Ni
Cristo ni los Apóstoles quieren a personas dependientes, sino libres. Desea que actuemos con la libertad propia de los hijos
de Dios. Ahora bien, nadie nos ahorra los sufrimientos que acarrea el mal uso
de esa libertad. Los hijos de las tinieblas huyen de la luz, por eso es tan
importante que haya obispos, presbíteros y catequistas con capacidad de ayudar
a discernir la vida de los hermanos con la Palabra de Dios y el Magisterio de la Iglesia.
Aquel que ofrece criterios
de discernimiento ‘se desnuda espiritualmente’
ante el hermano ya que le está obligando a mostrar cómo está siendo su
relación íntima y personal con Cristo. Y esto implica y complica. Cuentan que
en una granja los animales estaban nerviosos porque se acercaba las fiestas de
navidad. Se enteraron que el plato principal de la Noche Vieja eran huevos con
jamón. Las gallinas lo festejaron por todo lo alto, pero los cerdos mostraron
su disgusto y descontento diciendo a las gallinas: ‘Vosotras únicamente
participáis, a nosotros nos complican sacrificándonos’. Un obispo, un
presbítero y un catequista son como ese puerco que está con el ministerio de
servicio para garantizar ese discernimiento que ofrece poniendo previamente como aval su propia vida creyente. De
esta manera es mas complicado a uno ‘se le suban los humos a la cabeza’ o ‘se
crea algo por tener un cargo’, porque de darse el caso, los hermanos corresponsales
tienen la obligación moral –con el Evangelio en la mano- de proceder a la
corrección fraterna, porque un mal consejo puede general grave daño.
Pablo
y Bernabé no tendrían más equipaje que la Palabra. Eran los hermanos de
las comunidades quienes les acogían en sus casas con gran hospitalidad, les
lavarían la ropa, les preparasen un plato con comida, les proveyeran para los
viajes. Ahora son pocas las casas en las que te dejan pasar mas allá de la
puerta de la entrada. Es cierto que Pablo y Bernabé nunca quisieron ser una
carga para nadie. Ellos fueron concretando, en la vida cotidiana de las
comunidades, el mandamiento del amor
dado por Jesucristo. Además ellos, en aquellas casas donde fuesen acogidos,
serían testigos de los conflictos cotidianos que se dan en el ámbito familiar
–malos entendidos, enfados, ‘tiran teces’ entre los esposos o entre los hijos y
sin lugar a dudas, uno de sus gestos, una palabra dada o una mirada oportuna
serían la mejor gratificación que hubiesen podido recibir aquellos que les han
acogido en su casa. Y resulta curioso, porque con ese modo de proceder
testimonial de los Apóstoles en las comunidades y en los hogares van
permitiendo que Dios vaya actuando en lo más sencillo y en lo más importante,
‘haciendo nuevas todas las cosas’.
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