HOMILÍA DEL JUEVES SANTO,
ciclo c 24 de marzo de 2016
No creo que haya palabra más
manoseada que 'amor'. De tal modo que se emplea la palabra 'amor' cuando en
realidad no se desea decir en verdad lo que se está viviendo. Sin embargo los
que estamos intentando seguir a Jesucristo contamos con un bagaje de lo que es
el amor porque acercándonos a la
Palabra se nos va revelando su sentido más noble, pleno y
auténtico. Muchos que han sido bautizados no entienden cómo un libro que tienen
en la estantería- llenito de polvo- puede llegar a ser una fuente de
conocimiento extraordinario para que uno pueda vivir en la verdad. Para muchos
es incomprensible cómo es posible que Jesucristo siga teniendo influencia en el
vivir de tanta gente. A lo más opinan que es la Iglesia quien se saca de
la chistera, por intereses propios o para controlar conciencias, las cosas que
los demás deben aceptar y asumir dócilmente. Como si fuera una mega
superestructura de control que doblega las voluntades de las personas
terminándolas de domesticar. Es entonces cuando se llega a concebir a la Iglesia como un mal a
evitar o un enemigo al que hay que combatir.
Hay personas que argumentan que lo
importante no es '¡r a misa', sino el 'ser buenas personas'. A lo que yo les
suelo responder que 'el ser buenas personas' no me va a salvar. Que quien me
salva de la muerte es la fe en Cristo y a éste le encontramos en la Iglesia. A
lo que estas personas, como con el afán de quedarse siempre con la última
palabra ya contraatacan diciendo 'que los curas no sabemos atraer a las
personas a la iglesia, y por eso se van'. A lo que yo suelo responder que la
Iglesia no es un centro para entretener al personal. Que a lo que estamos es a
anunciar a una persona, que se llama Jesucristo y es Jesucristo el que nos urge
a la conversión. La dificultad no radica en que los curas atraigan o no
atraigan, sino en el deseo auténtico de ser de Cristo y de manifestarlo en
pasos decididos de conversión hacia su divina persona.
A modo de ejemplo: la Iglesia es ese barco que
en medio de la noche es ayudado por el faro para que sortee los arrecifes. Ese
faro es la Palabra
que nos ayuda a discernir y a la vez nos infunde la gracia necesaria para tomar
decisiones con lucidez siendo fieles a la vocación que Dios nos ha encomendado.
Si nos dejamos orientar por otros faros –llámese Internet, televisión,
conversaciones inapropiadas, entre otros-, nos irán guiando por senderos
alejados del Señor y nos van generando una especie de sedimentación ideológica,
que primero aturde y luego convence, que nos aleja del ideal de santidad. Además
es que resulta que lo prohibido es muy seductor y ‘digno de ser apetecido’ pero
que enfría notablemente la frágil vida espiritual.
A nadie se le puede obligar a que ame. Sin
embargo la calidad de la persona reside
en el amor. El grado de exigencia en el amor es el que marca realmente la
diferencia. Y ese grado de exigencia en el amor va de la mano con el hecho de
morir a uno mismo.
Hace pocos días estaba llevando la Sagrada
Comunión a los enfermos en el hospital. Entré en la habitación de un hermano
trapense, él ya mayor y con serias dificultades de movimiento, con muchos
achaques por su enfermedad. Siempre que he ido a visitarlo siempre estaba
acompañado y asistido por los hermanos de su comunidad de la Trapa. La última
vez que fui a llevarle la Sagrada Comunión estaban dos trapenses. Uno de ellos
estaba vestido con el crériman, de tal modo que se identificaba claramente como
presbítero católico. Este presbítero hablaba al enfermo con cariño,
preocupándose por él, dándole conversación para que se sintiera como en casa.
Es más, cuando llegué estaba dándole la merienda y limpiándole con la
servilleta. Cuando le estaba entregando al Señor al enfermo reparé que ese
presbítero tenía en la mano el anillo del Abad. Me alegré y di gracias a Dios
por eso. Era el Abad de la Trapa quien estaba tratando con tanto amor a ese
hermano de su comunidad. Es entonces cuando me vino a aquellas palabras del
Señor: «Yo estoy entre vosotros como el
que sirve» (Lc 22, 27b).
Nuestro Dios nos ama. Hoy es el día
del amor fraterno. Cuando sabemos que
Dios nos ama es entonces cuando somos unas criaturas fuertes, seguras de
nosotros mismos, alegres y llenos de vida porque «el Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro
alcázar es el Dios de Jacob».(Sal 45, 4b). Pues eso es lo que
quiere hacer con nosotros la Palabra de Dios; quiere devolvernos esa seguridad:
La soledad del hombre en el mundo sólo se vence con la fe en el amor de Dios
Padre. A modo de ejemplo: No me acuerdo dónde leí que un día un acróbata realizó
un ejercicio. Se asomó al vacío desde el último piso de un rascacielos,
apoyándose únicamente en la punta de sus pies y teniendo en brazos a su hijo.
Cuando bajaron, alguien preguntó al niño sino había sentido miedo al estar en
el vacío a aquella altura, y el niño, extrañado de la pregunta, contestó:
"No, estaba en brazos de papá".
Hoy Jesucristo nos regala tres
cosas, el mandamiento del amor, la institución del sacramento del Orden Sacerdotal
y el sacramento de la Eucaristía. Dios nos da infinidad de muestras de su amor.
Nos escribe estas palabras tan bellas el Apóstol San Pablo: «¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?
¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el
peligro, la espada?» (Rm 8, 35). A los que somos fieles nos van a
perseguir, a calumniar, a atarcar....a lo que nosotros, ya en un clima de
confianza con San Pablo le decimos: "No tengo miedo, estoy en los brazos
de papá".
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