sábado, 12 de marzo de 2016

Homilía del Domingo V de Cuaresma, ciclo c

DOMINGO V DE CUARESMA, Ciclo C
            Las primeras Comunidades Cristianas eran comunidades con muchos defectos. Encontramos en ella la envidia, las riñas, la ambición, la sexualidad descontrolada de algunos de sus miembros, etc. Son Comunidades que a pesar de sus defectos y de sus pecados tienen un talante, un estilo, un ánimo vital. Tienen una experiencia tan viva y tan fuerte de Cristo que se convierten en alternativas. Saben cuáles son sus problemas, sus pecados, su realdad concreta y tienen presentes todas las limitaciones. Sin embargo tienen capacidad de creer en el futuro a pesar de las dificultades, con ese impulso motor de creer, de fiarse, de ponerse en las manos del Resucitado.
            Las primeras Comunidades Cristianas conocían los textos sagrados del Antiguo Testamento y tenían conocimiento de cómo los capataces del faraón azotaban a los israelitas con látigos para que fabricasen ladrillos mezclados con paja, amargando así su vida. Parecía que todo estaba perdido porque el poderoso aplastaba al pobre, condenándole a la desesperación y a aceptar su situación sin visos de mejorarla. Los días trascurren, la rutina se hace patente y todo sigue igual con las altas dosis de amargura, de tristeza, de desaliento, como víctimas que sufren constantemente sin posibilidad de remontar el vuelo. Y en medio de este enorme valle de lágrimas, donde todo estaba perdido y cualquier intento de resistencia era inútil, en medio de este trágico panorama irrumpe la luz: DIOS INTERVIENE. A partir de ese instante hay un antes y un después. La dura esclavitud, los trabajos extenuantes, aquellos ladrillos con paja, aquella opresión ya iban a pasar a la historia. Y de hecho, pasaron. Antes no existía la alternativa, era sólo hacer ladrillos con paja con el miedo de los crueles latigazos. Ahora sí hay alternativa.
            En el Evangelio nos encontramos con una escena de bullicio y de tumulto. Unos exaltados maestros de la ley y fariseos traen de muy malos modos a una mujer adúltera ante Jesús. Nadie se pregunta qué trágicos y dolorosos sucesos ha tenido que padecer esta persona para arrastrarla a ese adulterio. ¿Nadie se ha preguntado que tal vez esté sufriendo una terrible injusticia por haber  sido repudiada por su esposo y ya no tuviera ni qué comer ni dónde refugiarse? ¿Nadie se ha preguntado que tal vez ese sea su particular fango de barro donde la han condenado a estar metida mezclando la paja para elaborar esos ladrillos? Esa mujer lo tenía todo perdido y más aún cuando ha sido sorprendida cometiendo adulterio. Cualquier intento de resistencia por parte de esta mujer era inútil. Ella sabía lo que 'la tocaba', es más, seguramente conocía a otras mujeres que habían ajusticiadas a pedradas. Ya no hay esperanza: sólo esperar la muerte que iba a llegar de modo inminente. Sin embargo, en medio de esta trágica situación irrumpe e  interviene CRISTO: «Aquel de vosotros que no tenga pecado, puede tirarle la primera piedra». Cristo ejerce su poder para sacar a esta hija de Israel del medio del fago donde estaba metida y del que no podía salir. Nos cuenta la Sagrada Escritura que «al oír esto se marcharon uno tras otro, comenzando por los más viejos, y dejaron sólo a Jesús con la mujer, que continuaba allí delante de él». La mujer podía haberse ido, sin embargo estaba sobrecogida esperando ser digna de recibir una segunda oportunidad. Ella con su mirada, temblándola las piernas de miedo, sintiéndose 'basura' y despreciada por aquellos exaltados, sabiéndose pecadora y doliéndola por comportarse como una adúltera, recibe la mejor noticia de las posibles: «Tampoco yo te condeno. Puedes irte y no vuelvas a pecar». Cristo ha intervenido y ahora sí existe alternativa para esta mujer.

            El comportamiento individual y comunitario de nuestras Comunidades esta llamado urgentemente a ser distinto al resto del mundo. Estamos llamados a ser Comunidades de contraste. Con un estilo alternativo, diferente. Un estilo que produzca interrogantes, que suscite preguntas. ¿Por qué este talante positivo? ¿Qué nos hace vivir de esta manera las frustraciones? ¿De dónde nos viene este animo ante el desaliento reinante? Yo os voy a decir de dónde: De Cristo. 

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