DOMINGO II
DESPUÉS DE NAVIDAD
El
hombre moderno, el hombre de la calle, aquellos que han recibido una importante
catequización por parte de la televisión, planteamientos ideológicos y que han
sido bombardeados por mil y un frentes... tiene una conciencia muy clara de su
libertad. No quiere ser forzado ni
chantajeado por nada ni por nadie en sus decisiones. Con su dinero puede hacer
lo que crea oportuno, lo mismo con su familia, con la educación de sus hijos o
en cualquier otro tipo de campo. Sin embargo sí que es sensible ante el dolor
de los demás y a la necesidad de responder al amor con amor. Otra cosa es lo
que dure ese sentimiento ante el dolor del prójimo y con qué tipo de amor se
responde al amor.
En
los noticiarios suelen dar noticias indicando el alto nivel de contaminación
ambiental en las ciudades. Se restringen el uso de vehículos, incluso el
tránsito por las calles y se indica la necesidad del uso de mascarillas. Una
contaminación que nos daña seriamente la salud. Nuestra alma está sufriendo las
consecuencias de la contaminación del pecado. La percepción de las cosas está
alterada. Hace unos días una señora de unos setenta años se mostraba feliz
porque su nieta de veintiséis años había quedado embarazada de su novio. Esta
chica y ese chico no son más que novios, sólo novios. No hay un amor
consolidado simplemente una pasión desatada, a lo que la abuela se felicitaba.
Muchos
ciudadanos, gran parte de ellos
bautizados, han asimilado una serie de convicciones que son incompatibles con
la fe cristiana y que les hace muy difícil vivir conforme con su fe así como
poder sintonizar con las enseñanzas morales y doctrinales de la Iglesia. Resulta
que un matrimonio –de los que alguna vez acuden a la Eucaristía , o incluso
de los asiduos- ante el conocimiento de un embarazo donde el niño va a tener
algún problema serio, optan sin pensárselo dos veces, por el aborto como su
solución. O catequistas, o no digamos algún cura –que se dedica a vivir a costa
de la iglesia- que plantean sin problemas los anticonceptivos y métodos
artificiales para impedir la procreación, y lo hacen porque lo creen ético y
así lo enseñan erráticamente confundiendo conciencias y dañando a las almas.
Los cristianos debemos de despertar de
nuestro letargo. Esta cultura tiene como eje fundamental el propio hombre,
de tal manera que el hombre no debe su existencia a nadie ni debe de dar cuenta
de su actuar ante un ser supremo. Se piensa que podemos disponer de nosotros
ilimitadamente, sin tenernos que someter a nadie ni a nada. Que cada cual puede
configurar su vida como le de en gana. De tal modo que nuestros deseos son
nuestros derechos. Tenemos derecho a ampliar nuestra existencia y de ser
felices como nos parezca mejor. Entonces cada uno crea su verdad, porque se
niega que haya una verdad objetiva. Se niega la existencia de la ley natural. A
la Iglesia se
nos ataca de intolerantes y xenófobos por manifestar abiertamente nuestra más
radical oposición que un niño sea tratado como una niña haciéndole vestir como
niña para que descubra su identidad sexual. Se ataca de intolerantes,
intransigentes, de malos ciudadanos a los cristianos por no aceptar que dos
hombres se casen entre sí o que dos mujeres se casen entre sí y que encima
adopten niños. Parece que aquí no hay
leyes ni exigencias morales que nos liguen a nada ni a nadie por encima de
nuestro propio bienestar. Se crean nuevos derechos que no tienen en cuenta
la más mínima norma moral objetiva que pueda ser vinculante. Es decir, vivimos en un constante espejismo.
Nos pensamos muy seguros en esta mega estructura social, cimentada en el más
puro relativismo y donde la creación de nuevos derechos no han tenido en cuenta
la ley natural. Es que hemos mordido el
anzuelo de Satanás. Y toda esta mega estructura empecatada tiene menos
consistencia que una tela de araña ante el aguacero que le va a dar de lleno. Esta mega estructura empecatada genera dolor,
sufrimiento, desesperación, vacío existencial,...muerte eterna.
El
Salmo responsorial de hoy nos proclama que Dios «anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel». Y no
sólo eso, sino que además, San Pablo nos abre la inteligencia anunciándonos que
«Dios nos eligió en Cristo, antes de la
fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor».
Por lo tanto, para un cristiano lo importante no es buscar su bienestar, no es
moverse por la creación de unos derechos sustentados en el vacío del pecado. Lo
nuestro es anunciar al que es la
Palabra ; proclamar con nuestro modo de ser, actuar, pensar y
sentir que el Evangelio conecta con las
aspiraciones más profundas del corazón del hombre, a la vez que muestra los
errores del modo de interpretar la vida de esta sociedad.
Cristo nos ha engendrado a una nueva vida.
Dice el Evangelio: «Éstos no han nacido
de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de
Dios». ¡Hay que nacer del agua y del Espíritu de Dios!. La
Iglesia es una nueva creación, que está siendo asistida por
el mismo Dios que por medio de Cristo
nos va mostrando la verdad más auténtica de cada cosa, circunstancia y
situación. El mundo dice odiar esta
nueva creación, porque se ven denunciados en su proceder. Mas cuando se
terminen desplomando y el océano se trague todo el armazón donde tienen
ensamblado toda la concepción de su existencia podrán tener a la Iglesia que les pueda
rescatar ya que como madre, sabe acoger,
sanar y perdonar. Dios no es rencoroso, ya que aunque él vino a los suyos y los
suyos no le recibieron.... sin embargo si ahora nos arrepentimos y estamos
dispuestos a acogerle sin reservas..., él vendrá a nosotros de nuevo.
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