domingo, 10 de enero de 2016

Homilía del Bautismo del Señor, 2016

EL BAUTISMO DEL SEÑOR, 2016
           
            Hoy la Iglesia nos trae a la memoria un hecho de gran trascendencia que nos sucedió hace ya unos cuantos años: Nuestro bautismo. Muchos han sido bautizados pero no viven conforme a ese don recibido. Supongamos que Jesucristo fuera el maquinista de un tren, un tren que le vamos a llamar 'el tren de la gracia'. Multitud de amigos, conocidos, familiares, de feligreses se subieron a ese tren. Esos hermanos nuestros dijeron que sí querían ser miembros del Nuevo Pueblo de Dios. Sin embargo vemos con lástima y contradicción, que a duras penas aguantan algunos kilómetros de andadura cristiana.
            Uno no puede seguir a Cristo conforme a uno le dé en gana. Pero seguir a Cristo a nuestro modo es simplemente no seguirle. Cristo es la Palabra encarnada. Es esa Palabra que llega a nosotros desde lo alto. Es una Palabra para escucharla. Pero no para escucharla y luego dejarla en el baúl de los recuerdos olvidada. Sino una Palabra que está para que edifiquemos nuestra vida teniéndola como plano. Para permanecer en ese tren o en esa locomotora que arrastra un sin fin de vagones no podemos estar cómodamente sentados jugando o mandando mensajitos con el móvil, sino que hemos de estar constantemente alimentando la caldera de la máquina para sacar fuerzas y encarar la vida en cristiano. Si no alimentamos esa caldera enseguida nos pararemos, el desánimo hará acto de presencia, empezaremos a caer en la cuenta de lo que nos cuesta hacer las cosas y terminaremos 'tirando la toalla'. Y la terminaremos tirando porque sólo valoraremos el esfuerzo personal y no tendremos presente cómo Dios nos ha estado asistiendo mientras nos esforzábamos. Y como necios pensaremos que todo lo hemos hecho nosotros.
            ¡Claro que es más sencillo un noviazgo a lo mundano!, muchas cristianas que luchan por ser fiel a Cristo, tendrían a muchos en torno a ellas; pero ellas quieren edificar su casa sobre roca, poner al Señor en el medio y que su Palabra sea luz para sus pasos. ¡Claro que es más sencillo mentir que decir la verdad!, sobre todo cuando uno está cómodo porque hace lo que le viene en gana.  ¡Claro que es más sencillo vivir un presbiterado descafeinado!, con tal que vayas despreocupando del celo pastoral y te vaya dando igual las cosas, te terminarás convirtiendo en un funcionario del culto y la comodidad que adquieres llamará a una mayor comodidad. Y ante esto, ¿quién evangelizará?. Recordemos lo que dice el Señor: Si la sal se vuelve sosa, ¿con qué se salará?.  Si no escuchamos su Palabra ni la acogemos nos estamos bajando del vagón, aunque estemos en mitad de la vía.

            La Palabra de Dios, la Eucaristía, el sacramento del Perdón, la oración personal son ese combustible del que precisamos para que podamos alimentar nuestra vida y vivirla conforme a los deseos de Cristo. Y siempre al lado de las antiguas locomotoras había un vagón o bien con carbón o madera para poderlo usar como combustible. ¿Quién nos proporciona ese carbón o madera para poderlo usar para nuestra salvación? Nos lo proporciona el Espíritu Santo de Dios. Es el mismo Espíritu del que bajó sobre Jesús en forma de paloma.  ¡Claro que los bautizados estamos inclinados al pecado!, pero con un deseo auténtico y sincero de vencer el pecado, de no quedarnos caídos en el fango pestilente de la muerte. Lo curioso de todo esto es lo que ya nos está contando el profeta Isaías, que aplicándolo a nuestra vida vendría a ser algo así: Sé de qué pie cojeas. Sé de la malas inclinaciones de tu corazón. Pero ten en cuenta que a pesar de tus rebeldías, de tus cabezonerías, de los numerosos plantones que me das porque te espero en la oración y allí no acudes... tú te mantienes a flote en este océano de perdición porque estoy ejerciendo la paciencia contigo. Tú eres la caña quebrada, tú eres el pábilo vacilante; una caña que no va a quebrar y un pábilo que no apagará. Si se mantiene la alianza de amor de Dios contigo no es por lo que tú hayas estado aportando, sino porque Dios ha hecho un sobreesfuerzo para que se mantenga. Esto es como un trabajo en equipo en la universidad. Como tengas la mala suerte de caer en un equipo de compañeros que sean unos zánganos o más cortos que la manga de un chaleco te va a tocar trabajar por todos, porque sabes que la nota que ponga el profesor a ese trabajo grupal te va a afectar a tí a título personal. A Dios no le afecta nuestros desaires o plantones, simplemente no desea que ninguno de nosotros se baje de ese ferrocarril y que en su corazón está el deseo de que mantengamos ardiente en el amor nuestro estar bautizados.  

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