sábado, 28 de noviembre de 2015

Homilía del Primer Domingo de Adviento, ciclo c



PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO Ciclo c
            El Papa Benedicto XVI decía a los jóvenes que «quien se entrega a Jesucristo no pierde nada, sino que lo encuentra todo». Hace pocos días visitando las habitaciones del hospital me encontré con unas catequistas de confirmación. Las mujeres estaban desazonadas porque los chicos no les hacían ni caso y los padres aún menos. Querer que vivan como cristianos aquellos que no creen o creen mal es golpear en hierro frío. Primero tiene que despertar a la fe. Si este presbítero a esta altura de la película viene diciendo que entre todos los presentes casi ni recolectamos un gramo de fe, tal vez alguno se pueda molestar conmigo. De todos modos Jesucristo ya nos decía «porque yo os aseguro que si tenéis fe como un grano de mostaza, diríais a ese monte: ’Desplázate de aquí a allá’, y se desplazará» (Mt 17, 20). Ahora bien, cuando un cristiano empieza a despertar en la fe tiene que comenzar a sentir que hay cosas que empiezan a sobrar en su vida. Si una persona va paseando por la calle bajo el justiciero sol de pleno mes de agosto con un abrigo y con bufanda alguna tuerca le falta. Es decir, uno caerá en la cuenta de que empieza a tener fe cuando se empieza a despegar de muchas cosas. De todos modos, hay que ser muy ingenio para llegar a pensar que esos niños de primera comunión o esos  chicos de confirmación vayan a vivir como cristianos si ni se plantean personalmente el hecho de despertar a la fe. Seamos claros, es una pérdida miserable de tiempo y de energías. De hecho muchas parroquias podrán tener mucho dinero, pero poquita vida cristiana. Digo esto porque de haber vida cristiana se notaría, tal y como se nota un incendio en medio de un bosque en plena noche. Y si no hay incendio no hay calor, ni fuego ni nada de nada. ¿Cómo van a vivir en cristiano un matrimonio si no tienen referentes? ¿Cómo van a descubrir lo que supone ser cristiano en el noviazgo sino tienen a quienes poder consultar a aquellos que lo han vivido teniendo a Cristo en todo el medio? ¿Cómo van a trasmitir la fe a los hijos si ellos mismos no valoran ni la fe, ni la pertenencia a la Iglesia y entienden su ser cristianos como una sucesión de actos públicos socialmente reconocidos que se han de hacer cuando o bien sea necesario o bien uno ‘lo sienta’? Es que realmente no me extraña que estemos tan mal si los propios presbíteros tenemos tan poco celo por la salvación de la almas.
            Dice San Pablo a los de Tesalónica: «Habéis aprendido de nosotros como proceder para agradar a Dios». Cuando uno despierta a la fe descubre lo que es el amor, empieza diferenciar entre las cosas que vienen de Dios y lo que viene de Satanás. Y una vez que el cristiano está encendido en el amor a Cristo es entonces cuando entra en escena la moral cristiana como algo comprensible y deseable.
Si a uno le empiezas a decir que no haga eso ni aquello otro, y lo que está pensando que ni se le ocurra, te terminará cogiendo una rabia que ni te lo puedes llegar a imaginar. Dios no dejaría de ser ‘alguien’ que ‘nos corta el rollo en todo momento’ y la Iglesia es la madrastra malvada que atosiga al personal y de la que uno se desea liberar lo antes posible.
Cristo es consciente de nuestra gravísima mediocridad y de la escasa evangelización que estamos llevando a cabo, ya que se sigue pensando que las cosas tal y como están, aunque estén mal pues se deja pasar. Sin embargo el Señor nos dice: «levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación». Es decir, la liberación se acerca, pero ¿estaremos levantados y alzados? ¿Estemos levantados ante Dios o escondidos entre los arbustos tal y como lo estaban Adán y Eva tras saberse desnudos?

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