jueves, 22 de octubre de 2015

Homilía del Domingo XXX del Tiempo Ordinario, ciclo b

DOMINGO XXX del Tiempo Ordinario, ciclo b, 25 de octubre de 2015
Jer 31,7-8
Sal 125
Heb 5,1-6
Mc 10, 46-52
            «Maestro, que pueda ver». Ésta es la súplica clara y directa que Bartimeo lanza a Jesucristo. Bartimeo sabía muy bien dónde residía su gran problema; era ciego. Y no solamente sabía cuál era su problema sino que además sabía quién le podía socorrer para poder ver, y por eso se pone donde se pone, sentado al borde del camino, pidiendo limosna.
Cristo, tanto a ti como a mí nos dice: « ¿Qué quieres que haga por tí?» Y tal vez nos surjan tantas peticiones con las cuales esperamos calmar la inquietud de nuestro corazón. Muchas de ellas serán muy legítimas y muy pertinentes, pero no por lanzar muchos dardos a la diana hemos conseguido acertar en todo el centro. Es decir que no hemos respondido al Señor porque no hemos entendido el sentido auténtico de sus divinas palabras. Cristo cuando se dirige a ti y te plantea la pregunta « ¿Qué quieres que haga por tí?» te está planteando que si conoces realmente la verdad de tu vida. Cristo te interroga ¿te has acostumbrado tanto a mentirte a ti mismo que ya la mentira es lo habitual ya pasando por verdad?  A modo de ejemplo: El vecino de un amigo engaña a su mujer. Bueno, creo que una habitación de la casa está toda la pared llenita ‘de cuernos’.  Él se las idea de tal modo que, haciendo uso de las mentiras, siempre sale victorioso para que no le pillen con su amante. Además, tanto él como esa mujer toleran, aceptan y permiten todos los actos deshonestos que realizan. El tiempo trascurre y conviven alegremente con su pecado sin hacerse el más mínimo problema. A uno se le ocurre decirles que están cometiendo adulterio –que para remate fiesta así uno no se va precisamente ‘ganando amigos’-  y ellos no lo entienden porque según sus categorías mentales eso que están haciendo no es pecado porque está permitido por los dos interesados. Es decir, viven creyéndose su propia mentira. Pero si ellos caen en cuenta de su pecado, luchan contra la tentación, hacen lo posible para no ponerse en ocasión de pecado y permiten que Cristo les ponga la verdad de su vida ante sus ojos, llegará un momento en que ellos ante la pregunta del Señor « ¿Qué quieres que haga por tí?», ellos respondan «Señor, quiero salvar mi matrimonio».
            Es cierto que el caso que les acabo de presentar es bastante alarmante, sin embargo, si hacemos un ejercicio serio de sinceridad, cada cual sabe ‘de qué pie cojea’ y a partir de cómo el Señor te ilumina tu existencia puedas responder y decirle a Jesucristo aquella cosa que necesites para avanzar por la senda de la santidad.        
Dense cuenta de lo que nos proclama el versículo del Aleluya, tomado de la segunda carta a Timoteo: «Nuestro Salvador Jesucristo destruyó la muerte y sacó a la luz la vida, por medio del Evangelio» (2Tim 1,10).  Nosotros permitimos que Cristo destruya nuestra muerte cuando el Evangelio va teniendo influencia en nuestra vida. El hombre sumergido en su pecado está rodeado de oscuridad y llega a actuar como si la oscuridad fuera lo normal, lo asumido como lo habitual. El pecado genera pecado y se piensa con categorías de pecado para que con la voluntad se realice ese pecado: Es una dinámica destructiva que genera dolor.
            Los cristianos deberíamos de aprender de los filtros de papel de las cafeteras. El filtro impide que el café molido se cuele en el tanque de café. Nuestro particular filtro de papel es la Palabra de Dios. El agua es el contexto social donde uno se desenvuelve habitualmente –la escuela, el taller, la universidad, el hogar, el alternar por los bares, etc.- y el café molido es el cúmulo de planteamientos políticos, consumistas, sindicalistas, filosóficos, hedonistas, materialistas, etc. que están pululando continuamente por el ambiente y van creando poso consistente en las conciencias de las gentes y de los pueblos. El particular filtro de papel que es la Palabra de Dios nos ayuda a adquirir un discernimiento sabio, una prudencia digna de elogio, y nos inclina a pensar y sentir como Dios siente y piensa, de tal forma que el modo de estar, sentir, pensar, razonar y amar se vaya  depositando como líquido en esa particular jarra, siendo y constituyéndonos en  testigos de Dios para los demás hombres. Esto es posible porque el Espíritu de Dios está trabajando constantemente y no se toma ni un día de ‘asuntos propios’.
            Ahora viene lo exigente. Cuando uno su vida como esposo o esposa, como joven universitario, como hijo, como consagrada, como presbítero... la va filtrando con el filtro de la Palabra de Dios, le tiemblan las piernas a uno, porque al permitir que Cristo te ponga la verdad de tu vida ante tus ojos nos va a decir cosas duras, que  no nos va a gustar y nos escocerá ya que romper con los apegos siempre supone dolor. Pero es un dolor purificador, liberador. Será entonces cuando sepamos qué es lo que debemos de pedir a Jesucristo.
             Y concluye el Evangelio diciéndonos: «Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino».


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