DOMINGO XXX
del Tiempo Ordinario, ciclo b, 25 de octubre de 2015
Jer 31,7-8
Sal 125
Heb 5,1-6
Mc 10, 46-52
«Maestro, que pueda ver».
Ésta es la súplica clara y directa que Bartimeo lanza a Jesucristo. Bartimeo
sabía muy bien dónde residía su gran problema; era ciego. Y no solamente sabía
cuál era su problema sino que además sabía quién le podía socorrer para poder
ver, y por eso se pone donde se pone, sentado al borde del camino, pidiendo
limosna.
Cristo, tanto a ti como a
mí nos dice: « ¿Qué
quieres que haga por tí?» Y tal vez nos surjan tantas peticiones con
las cuales esperamos calmar la inquietud de nuestro corazón. Muchas de ellas
serán muy legítimas y muy pertinentes, pero no por lanzar muchos dardos a la
diana hemos conseguido acertar en todo el centro. Es decir que no hemos
respondido al Señor porque no hemos entendido el sentido auténtico de sus
divinas palabras. Cristo cuando se dirige a ti y te plantea la pregunta « ¿Qué quieres que haga
por tí?» te está planteando que
si conoces realmente la verdad de tu vida. Cristo te interroga ¿te has
acostumbrado tanto a mentirte a ti mismo que ya la mentira es lo habitual ya
pasando por verdad? A modo de ejemplo: El
vecino de un amigo engaña a su mujer. Bueno, creo que una habitación de la casa
está toda la pared llenita ‘de cuernos’. Él se las idea de tal modo que, haciendo uso
de las mentiras, siempre sale victorioso para que no le pillen con su amante.
Además, tanto él como esa mujer toleran, aceptan y permiten todos los actos
deshonestos que realizan. El tiempo trascurre y conviven alegremente con su
pecado sin hacerse el más mínimo problema. A uno se le ocurre decirles que
están cometiendo adulterio –que para remate fiesta así uno no se va
precisamente ‘ganando amigos’- y ellos
no lo entienden porque según sus categorías mentales eso que están haciendo no
es pecado porque está permitido por los dos interesados. Es decir, viven
creyéndose su propia mentira. Pero si ellos caen en cuenta de su pecado, luchan
contra la tentación, hacen lo posible para no ponerse en ocasión de pecado y
permiten que Cristo les ponga la verdad de su vida ante sus ojos, llegará un
momento en que ellos ante la pregunta del Señor « ¿Qué quieres que haga por tí?»,
ellos respondan «Señor, quiero salvar mi
matrimonio».
Es
cierto que el caso que les acabo de presentar es bastante alarmante, sin
embargo, si hacemos un ejercicio serio de sinceridad, cada cual sabe ‘de qué
pie cojea’ y a partir de cómo el Señor te ilumina tu existencia puedas
responder y decirle a Jesucristo aquella cosa que necesites para avanzar por la
senda de la santidad.
Dense cuenta de lo que nos
proclama el versículo del Aleluya, tomado de la segunda carta a Timoteo: «Nuestro Salvador
Jesucristo destruyó la muerte y sacó a la luz la vida, por medio del Evangelio»
(2Tim 1,10). Nosotros permitimos que
Cristo destruya nuestra muerte cuando el Evangelio va teniendo influencia en
nuestra vida. El hombre sumergido en su pecado está rodeado de oscuridad y
llega a actuar como si la oscuridad fuera lo normal, lo asumido como lo
habitual. El pecado genera pecado y se piensa con categorías de pecado para que
con la voluntad se realice ese pecado: Es una dinámica destructiva que genera
dolor.
Los
cristianos deberíamos de aprender de los filtros de papel de las cafeteras. El
filtro impide que el café molido se cuele en el tanque de café. Nuestro
particular filtro de papel es la
Palabra de Dios. El agua es el contexto social donde uno se
desenvuelve habitualmente –la escuela, el taller, la universidad, el hogar, el
alternar por los bares, etc.- y el café molido es el cúmulo de planteamientos
políticos, consumistas, sindicalistas, filosóficos, hedonistas, materialistas,
etc. que están pululando continuamente por el ambiente y van creando poso consistente
en las conciencias de las gentes y de los pueblos. El particular filtro de
papel que es la Palabra de Dios nos ayuda a adquirir un
discernimiento sabio, una prudencia digna de elogio, y nos inclina a pensar y
sentir como Dios siente y piensa, de tal forma que el modo de estar, sentir,
pensar, razonar y amar se vaya depositando como líquido en esa particular
jarra, siendo y constituyéndonos en testigos de Dios para los demás hombres. Esto
es posible porque el Espíritu de Dios está trabajando constantemente y no se
toma ni un día de ‘asuntos propios’.
Ahora
viene lo exigente. Cuando uno su vida como esposo o esposa, como joven
universitario, como hijo, como consagrada, como presbítero... la va filtrando con
el filtro de la Palabra
de Dios, le tiemblan las piernas a uno, porque al permitir que Cristo te ponga
la verdad de tu vida ante tus ojos nos va a decir cosas duras, que no nos va a gustar y nos escocerá ya que
romper con los apegos siempre supone dolor. Pero es un dolor purificador,
liberador. Será entonces cuando sepamos
qué es lo que debemos de pedir a Jesucristo.
Y concluye el Evangelio diciéndonos: «Y al momento
recobró la vista y lo seguía por el camino».
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