sábado, 17 de octubre de 2015

Homilía del Domingo XXIX del Tiempo Ordinario, ciclo b

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo b, 18 de octubre de 2015
Lectura del Profeta Isaías 53, 10-11
Sal. 32, 4-5. 18-19. 20 y 22 R: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
Lectura de la carta a los Hebreos 4, 14-16
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 10, 35-45


            Los cristianos estamos llamados a reconstruir el mundo querido por Dios. Y se reconstruye desde el servicio, muriendo a uno mismo, desgastándose por amor a Dios y a los demás. Resulta llamativo cómo la Palabra se cumple: Se presentan ante Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan pidiéndole unos asientos/puestos de honor en la gloria, uno a la derecha y otro a la izquierda. Ellos van a lo que van, a ocupar los puestos relevantes para servirse a sí mismos, o sea para poner a su servicio el cargo que desempañan. Esto es igualito, pero igualito ahora: «Si quieres conocer a Fulanito, dale un carguito». Uno sabe que es el mismo porque lo pone el Documento Nacional de Identidad y por poca cosa más. Por eso es preciso sacudirnos nuestras rutinas, luchar contra nuestras tentaciones, conocer nuestras debilidades para pedir fortaleza en el Señor. Jesucristo nos pone la verdad de nuestra vida personal ante nuestros ojos. Jesucristo nos señala con su dedo los lugares donde se hayan nuestras debilidades, en aquellas cosas en las que flaqueamos. Es verdad que el Señor 'se podía callar la boca', guardar silencio y no decirnos nada, pensando él de cada de uno de nosotros, «ya es mayorcito para saber lo que hace», pero por amor, teniendo experiencia que mencionado amor muchas de las veces no es correspondido, él sigue permaneciendo a nuestro lado. Cristo conoce nuestras debilidades y pecados. A modo de ejemplo; las debilidades que el Señor nos muestra ante nuestros ojos se asemeja a las corrientes de aire que se producen en las habitaciones cuando las puertas y ventanas están abiertas. Si uno permanece en la corriente se termina acatarrando o cosas peores. Uno sabe lo que tiene que hacer para evitar las corrientes de aire, ya que cerrando las ventanas y las puertas queda el problema solucionado. Cristo nos muestra nuestra debilidad para que cerremos las puertas a Satanás, para estar más en guardia y con una actitud más vigilante. Recordemos lo que reza el Salmo Responsorial de hoy:
            «Nosotros aguardamos al Señor: 
            Él es nuestro auxilio y nuestro escudo».
            Hace poco cayó en mis manos una hojilla de una parroquia de la capital donde se enumeraba un elenco de actividades parroquiales, en las cuales no percibí ni la impaciencia evangélica, ni el celo para salir hacia los alejados, ni el deseo de iluminar la vida de la comunidad desde el Evangelio, sino el conformismo y la espiritualidad de mínimos. Daba la sensación que con las catequesis de Primera Comunión, de Confirmación, los cursos pre-matrimoniales, el equipo de lectoras, el coro parroquial, un grupo de oración y Cáritas ya estaba despachado todo lo despachable dando respuesta a la ardua tarea de la evangelización. Y yo pensaba, si Cristo se hubiera conformado con asistir a la sinagoga los sábados y cumplir los preceptos de los judíos ¿hubiera muerto en la cruz?, ¿hubiera sido el Camino, la Verdad y la Vida? Si el Concilio Vaticano II es el concilio de la renovación espiritual, de la nueva evangelización, ¿cómo es posible que nos quedemos en lo teórico y en lo estético y no recuperemos el fervor, la fuerza y el entusiasmo de los primeros tiempos apostólicos? ¿Qué precio tan alto están pagando los fieles cristianos al tener parroquias tibias, conformistas y tan afectadas por los aires de la secularización?

            Estamos llamados a dar respuesta a la vocación divina. Estamos llamados a evangelizar el mundo contemporáneo. Estamos expuestos a que nos den bofetadas en la cara por anunciar a Cristo -o cosas peores-, pero estaremos, como les pasó a los apóstoles que «salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús» (Hch 5,41). Una madre de familia y un padre de familia que viven amándose entre ellos y que cada cual antes de pensar en sí mismo piensa en el otro ya actúa en consecuencia ya apostando por la instauración del Reino de Dios en ese hogar. Lo nuestro es poner todos los medios para que allá donde nos encontremos podamos instaurar los principios del Reino de Dios; lo nuestro es hacer apostolado. Recordemos que nuestra diócesis y España entera es terreno de misión. Además con un agravante serio, que no esperéis encontrar muchos agradecimientos porque nos encontraremos con personas que dicen conocer todo aquello que nosotros les vayamos a anunciar, y 'no hay peor sordo que aquel que no quiere oír'. 

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