miércoles, 28 de octubre de 2015
jueves, 22 de octubre de 2015
Homilía del Domingo XXX del Tiempo Ordinario, ciclo b
DOMINGO XXX
del Tiempo Ordinario, ciclo b, 25 de octubre de 2015
Jer 31,7-8
Sal 125
Heb 5,1-6
Mc 10, 46-52
«Maestro, que pueda ver».
Ésta es la súplica clara y directa que Bartimeo lanza a Jesucristo. Bartimeo
sabía muy bien dónde residía su gran problema; era ciego. Y no solamente sabía
cuál era su problema sino que además sabía quién le podía socorrer para poder
ver, y por eso se pone donde se pone, sentado al borde del camino, pidiendo
limosna.
Cristo, tanto a ti como a
mí nos dice: « ¿Qué
quieres que haga por tí?» Y tal vez nos surjan tantas peticiones con
las cuales esperamos calmar la inquietud de nuestro corazón. Muchas de ellas
serán muy legítimas y muy pertinentes, pero no por lanzar muchos dardos a la
diana hemos conseguido acertar en todo el centro. Es decir que no hemos
respondido al Señor porque no hemos entendido el sentido auténtico de sus
divinas palabras. Cristo cuando se dirige a ti y te plantea la pregunta « ¿Qué quieres que haga
por tí?» te está planteando que
si conoces realmente la verdad de tu vida. Cristo te interroga ¿te has
acostumbrado tanto a mentirte a ti mismo que ya la mentira es lo habitual ya
pasando por verdad? A modo de ejemplo: El
vecino de un amigo engaña a su mujer. Bueno, creo que una habitación de la casa
está toda la pared llenita ‘de cuernos’. Él se las idea de tal modo que, haciendo uso
de las mentiras, siempre sale victorioso para que no le pillen con su amante.
Además, tanto él como esa mujer toleran, aceptan y permiten todos los actos
deshonestos que realizan. El tiempo trascurre y conviven alegremente con su
pecado sin hacerse el más mínimo problema. A uno se le ocurre decirles que
están cometiendo adulterio –que para remate fiesta así uno no se va
precisamente ‘ganando amigos’- y ellos
no lo entienden porque según sus categorías mentales eso que están haciendo no
es pecado porque está permitido por los dos interesados. Es decir, viven
creyéndose su propia mentira. Pero si ellos caen en cuenta de su pecado, luchan
contra la tentación, hacen lo posible para no ponerse en ocasión de pecado y
permiten que Cristo les ponga la verdad de su vida ante sus ojos, llegará un
momento en que ellos ante la pregunta del Señor « ¿Qué quieres que haga por tí?»,
ellos respondan «Señor, quiero salvar mi
matrimonio».
Es
cierto que el caso que les acabo de presentar es bastante alarmante, sin
embargo, si hacemos un ejercicio serio de sinceridad, cada cual sabe ‘de qué
pie cojea’ y a partir de cómo el Señor te ilumina tu existencia puedas
responder y decirle a Jesucristo aquella cosa que necesites para avanzar por la
senda de la santidad.
Dense cuenta de lo que nos
proclama el versículo del Aleluya, tomado de la segunda carta a Timoteo: «Nuestro Salvador
Jesucristo destruyó la muerte y sacó a la luz la vida, por medio del Evangelio»
(2Tim 1,10). Nosotros permitimos que
Cristo destruya nuestra muerte cuando el Evangelio va teniendo influencia en
nuestra vida. El hombre sumergido en su pecado está rodeado de oscuridad y
llega a actuar como si la oscuridad fuera lo normal, lo asumido como lo
habitual. El pecado genera pecado y se piensa con categorías de pecado para que
con la voluntad se realice ese pecado: Es una dinámica destructiva que genera
dolor.
Los
cristianos deberíamos de aprender de los filtros de papel de las cafeteras. El
filtro impide que el café molido se cuele en el tanque de café. Nuestro
particular filtro de papel es la
Palabra de Dios. El agua es el contexto social donde uno se
desenvuelve habitualmente –la escuela, el taller, la universidad, el hogar, el
alternar por los bares, etc.- y el café molido es el cúmulo de planteamientos
políticos, consumistas, sindicalistas, filosóficos, hedonistas, materialistas,
etc. que están pululando continuamente por el ambiente y van creando poso consistente
en las conciencias de las gentes y de los pueblos. El particular filtro de
papel que es la Palabra de Dios nos ayuda a adquirir un
discernimiento sabio, una prudencia digna de elogio, y nos inclina a pensar y
sentir como Dios siente y piensa, de tal forma que el modo de estar, sentir,
pensar, razonar y amar se vaya depositando como líquido en esa particular
jarra, siendo y constituyéndonos en testigos de Dios para los demás hombres. Esto
es posible porque el Espíritu de Dios está trabajando constantemente y no se
toma ni un día de ‘asuntos propios’.
Ahora
viene lo exigente. Cuando uno su vida como esposo o esposa, como joven
universitario, como hijo, como consagrada, como presbítero... la va filtrando con
el filtro de la Palabra
de Dios, le tiemblan las piernas a uno, porque al permitir que Cristo te ponga
la verdad de tu vida ante tus ojos nos va a decir cosas duras, que no nos va a gustar y nos escocerá ya que
romper con los apegos siempre supone dolor. Pero es un dolor purificador,
liberador. Será entonces cuando sepamos
qué es lo que debemos de pedir a Jesucristo.
Y concluye el Evangelio diciéndonos: «Y al momento
recobró la vista y lo seguía por el camino».
sábado, 17 de octubre de 2015
Homilía del Domingo XXIX del Tiempo Ordinario, ciclo b
DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo b, 18 de octubre de 2015
Lectura del Profeta Isaías
53, 10-11
Sal. 32, 4-5. 18-19. 20
y 22 R: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de
ti.
Lectura de la carta a
los Hebreos 4, 14-16
Lectura del santo
Evangelio según San Marcos 10, 35-45
Los cristianos estamos llamados a
reconstruir el mundo querido por Dios. Y se reconstruye desde el servicio,
muriendo a uno mismo, desgastándose por amor a Dios y a los demás. Resulta
llamativo cómo la Palabra se cumple: Se presentan ante Jesús los hijos de
Zebedeo, Santiago y Juan pidiéndole unos asientos/puestos de honor en la
gloria, uno a la derecha y otro a la izquierda. Ellos van a lo que van, a
ocupar los puestos relevantes para servirse a sí mismos, o sea para poner a su
servicio el cargo que desempañan. Esto es igualito, pero igualito ahora: «Si
quieres conocer a Fulanito, dale un carguito». Uno sabe que es el mismo porque
lo pone el Documento Nacional de Identidad y por poca cosa más. Por eso es
preciso sacudirnos nuestras rutinas, luchar contra nuestras tentaciones,
conocer nuestras debilidades para pedir fortaleza en el Señor. Jesucristo nos
pone la verdad de nuestra vida personal ante nuestros ojos. Jesucristo nos
señala con su dedo los lugares donde se hayan nuestras debilidades, en aquellas
cosas en las que flaqueamos. Es verdad que el Señor 'se podía callar la boca',
guardar silencio y no decirnos nada, pensando él de cada de uno de nosotros, «ya
es mayorcito para saber lo que hace», pero por amor, teniendo experiencia que
mencionado amor muchas de las veces no es correspondido, él sigue permaneciendo
a nuestro lado. Cristo conoce nuestras debilidades y pecados. A modo de
ejemplo; las debilidades que el Señor nos muestra ante nuestros ojos se asemeja
a las corrientes de aire que se producen en las habitaciones cuando las puertas
y ventanas están abiertas. Si uno permanece en la corriente se termina
acatarrando o cosas peores. Uno sabe lo que tiene que hacer para evitar las
corrientes de aire, ya que cerrando las ventanas y las puertas queda el
problema solucionado. Cristo nos muestra nuestra debilidad para que cerremos
las puertas a Satanás, para estar más en guardia y con una actitud más
vigilante. Recordemos lo que reza el Salmo Responsorial de hoy:
«Nosotros aguardamos al Señor:
Él es
nuestro auxilio y nuestro escudo».
Hace poco cayó en mis manos una
hojilla de una parroquia de la capital donde se enumeraba un elenco de
actividades parroquiales, en las cuales no percibí ni la impaciencia
evangélica, ni el celo para salir hacia los alejados, ni el deseo de iluminar
la vida de la comunidad desde el Evangelio, sino el conformismo y la
espiritualidad de mínimos. Daba la sensación que con las catequesis de Primera
Comunión, de Confirmación, los cursos pre-matrimoniales, el equipo de lectoras,
el coro parroquial, un grupo de oración y Cáritas ya estaba despachado todo lo
despachable dando respuesta a la ardua tarea de la evangelización. Y yo
pensaba, si Cristo se hubiera conformado con asistir a la sinagoga los sábados
y cumplir los preceptos de los judíos ¿hubiera muerto en la cruz?, ¿hubiera
sido el Camino, la Verdad y la Vida? Si el Concilio Vaticano II es el concilio
de la renovación espiritual, de la nueva evangelización, ¿cómo es posible que
nos quedemos en lo teórico y en lo estético y no recuperemos el fervor, la
fuerza y el entusiasmo de los primeros tiempos apostólicos? ¿Qué precio tan
alto están pagando los fieles cristianos al tener parroquias tibias,
conformistas y tan afectadas por los aires de la secularización?
Estamos llamados a dar respuesta a
la vocación divina. Estamos llamados a evangelizar el mundo contemporáneo.
Estamos expuestos a que nos den bofetadas en la cara por anunciar a Cristo -o
cosas peores-, pero estaremos, como les pasó a los apóstoles que «salieron del
Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús» (Hch
5,41). Una madre de familia y un padre de familia que viven amándose entre
ellos y que cada cual antes de pensar en sí mismo piensa en el otro ya actúa en
consecuencia ya apostando por la instauración del Reino de Dios en ese hogar. Lo
nuestro es poner todos los medios para que allá donde nos encontremos podamos
instaurar los principios del Reino de Dios; lo nuestro es hacer apostolado. Recordemos
que nuestra diócesis y España entera es terreno de misión. Además con un
agravante serio, que no esperéis encontrar muchos agradecimientos porque nos
encontraremos con personas que dicen conocer todo aquello que nosotros les
vayamos a anunciar, y 'no hay peor sordo que aquel que no quiere oír'.
domingo, 11 de octubre de 2015
jueves, 8 de octubre de 2015
Homilía del Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario, ciclo b
DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO
ORDINARIO, ciclo b, 11 de octubre 2015
Lectura del Libro de
la Sabiduría 7, 7-11
Sal. 89, 12-13. 14-15. 16-17 R: Sácianos de tu misericordia, y toda
nuestra vida será alegría y jubilo.
Lectura de la carta a los Hebreos 4, 12-13
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 10, 17-30
Cada vez voy entendiendo
más las palabras de Jesucristo: «Esforzaos
por entrar por la puerta estrecha porque ancha es la puerta que conduce a la
perdición». Eso implica que concebir
la vida personal en cristiano me va a generar renuncia, dolor y lágrimas. Pero
¿por qué el Señor me pide que haga este esfuerzo tan tremendo cuando yo mismo
estoy dándome cuenta que la mayoría de los cristianos no se plantean nada de
esto? La mayoría de los cristianos desempeñan sus trabajos y relaciones
personales y familiares según como a ellos les parece bien pero la fe no tiene
incidencia en esto eso. ¿Por qué en mí sí tiene que tener incidencia? ¿Por qué
el Señor me quiere complicar la vida de esta manera pudiendo yo hacer las cosas
sin romperme tanto la cabeza amoldándome a las conveniencias que me vengan
bien? El Espíritu Santo se mueve por donde quiere y como quiere. Y el Espíritu Santo desea que nuestro bautismo sea
redescubierto esforzándonos en ‘vivir en la verdad’. Lejos de nosotros el estar montado de pie, sobre
una tabla de surf deslizándonos sobre las olas de la mentira. Lo nuestro es
estar con Cristo y Cristo es la VERDAD.
Nos
hemos acostumbrado a movernos por lo ‘aceptado comúnmente por los demás’, ‘por
lo políticamente correcto’, por la mediocridad en usos y costumbres, por las
olas de unas mentiras toleradas que de tanto emplearlas las entendemos como algo
normal... que nos han ido adormeciendo la conciencia haciéndonos creer y
razonar que se puede ser cristiano de cualquier modo. Y esta falta de
testimonio cristiano, ese escaso celo por anunciar el Evangelio desalienta y
enfría a nuestros hermanos. ¿Y por qué
yo no puedo ser como el resto que hace las cosas como considera oportuno?
¿Por que yo tengo que vivir ‘en la verdad’ cuando lo que deseo es vivir ‘en mi
verdad’? Porque el Señor te quiere en ese proceso de conversión.
Y no esperes que en ese proceso de conversión te den palmaditas de aprobación en
la espalda, bueno, alguna puede caer, pero no las esperes.
Si uno hace un ejercicio de honestidad, al
poco tiempo cae en la cuenta de todos los pensamientos, ideas, planteamientos
que a uno le van influyendo diariamente. Es más, la conversación que uno
mantenga con una persona determinada tiene en sí un peso específico bastante
diferente a otra conversación que uno tenga con otra. Es decir, que no solamente nos influye sino que nosotros
nos dejamos influir. Pues la
Palabra de Dios, tal y como nos dice la epístola a los
Hebreos «no hay criatura que escape a su
mirada» y además «juzga los deseos e
intenciones del corazón». La
Palabra de Dios ¿qué papel juega en nuestra vida o qué
influencia tiene en nosotros?
Claro, tal vez habría que plantear una pregunta previa: ¿He tenido algún
encuentro con la Palabra de Dios o
simplemente la oigo en la
Eucaristía o la leo ocasionalmente? ¿Tengo la experiencia de
cómo la Palabra
de Dios me ha interpelado, me ha violentado, me ha cuestionado aspectos de mi
modo de vivir? ¿Tengo la experiencia de cómo la Palabra de Dios me ha ayudado a ‘vivir en la
verdad’ acontecimientos o situaciones personales? Y una vez que he
vivido en la verdad ese acontecimiento ¿eso me ha ayudado para estar más
cercano a Jesucristo? Es que resulta que a los padres cristianos y practicantes
les ha salido una hija de 18 años que se quiere ir a vivir con su novio, y los
padres, por miedo de perder a su hija, no se oponen. ¿Esos padres están
viviendo en la verdad esa situación para con su hija? ¿Están siendo honestos
consigo mismos? ¿Están traicionando a su fe? O es que resulta que un joven cristiano
ha cogido como hábito los fines de semana el abusar del alcohol para
desinhibirse en el trato con las chicas para hacer cosas impropias de
cristianos. ¿Este joven está viviendo ‘en la verdad’ y creciendo en
autenticidad tanto en el plano humano como en el creyente?
No olvidemos que «la
Palabra de Dios es
viva y eficaz» Está viva porque ilumina las entrañas de tu misma realidad
personal –esa relación laboral, ese modo de administrar el dinero, las
relaciones matrimoniales y familiares, en tu modo de sentirte y participar en
la parroquia, todo el mundo de los afectos, etc.- y es eficaz porque te va
indicando, poco a poco, si lo que se te va presentando es cosa de Dios, o del
demonio o de uno mismo, y de este modo
actuar con prudencia y sabiduría.
Jesucristo
en ese encuentro con el joven rico le puso la verdad de su vida ante sus
propios ojos. El
joven rico quería heredar la vida eterna, quería salvarse, pero quería salvarse
a su modo y manera. Además el
Señor no era el centro de su vida, sino que su existencia gravitaba en torno a
sus riquezas que le generaban seguridad. Y Jesucristo le cuestiona para que
‘viva en la verdad’ para que Dios sea el
principio y fundamento de su existencia. El
problema está que cuando uno dice las cosas como son en realidad, eso no gusta,
y uno corre el riesgo de `ganarse pocos amigos por ahí’.
Hay
muchos presbíteros que quieren obtener frutos pastorales a su modo y manera y
si no lo consiguen se enfadan con Dios y se auto justifican diciendo que ‘ellos
ya han echado las redes’ pero no han pescado nada. Lo más curioso -por no decir
cachondo del tema- es que por echar las redes para pescar una vez o un par de
veces ya 'piden la baja laboral' porque se han herniado al echarlas -¡realmente
que pobrecitos!-. Cuando menos se hace menos se quiere hacer y más
justificaciones uno se elabora para hacer lo que mejor se sabe hacer, o sea,
nada. Estos amigos de la hamaca se han olvidado que seguimos a uno que no
paraba de un lado para otro y no tenía ni tiempo ni para comer porque la gente le
apretujaba; ya que Jesucristo nos enseñó con su testimonio personal que uno, si
quiere ganar la vida, ha de vivir para los demás y no para sí mismo. Por lo
tanto, a echar las redes de nuevo, mil y una vez. Y tanto el joven rico como esos presbíteros
se olvidan de que no seguimos a un triunfador,
sino a un crucificado y que Pedro estuvo toda la noche echando las redes y no consiguieron
nada; pero a pleno día, el Señor le mandó que volviera a echar las
redes y en su nombre lo hizo y no podían con el peso de la redada de peces que
habían conseguido pescar. El Señor no quiere nuestras limosnas sino que nos quiere a nosotros mismos.
sábado, 3 de octubre de 2015
Homilía del Domingo XXVII del Tiempo Ordinario, ciclo b
DOMINGO XXVII DEL
TIEMPO ORDINARIO, ciclo b, 4
de octubre 2015
Lectura del Libro del
Génesis 2, 18-24
Sal. 127, 1-2. 3. 4-5.
6 R: Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida.
Lectura de la carta a
los Hebreos 2, 9-11
Lectura del santo
Evangelio según San Marcos 10, 2-16
Muchas veces me quedo pensando sobre
el modo de proceder que suele tener Dios con nosotros. Para muchos Dios no deja
de ser el que se dedica a censurar todo -eso no lo hagas, aquello ni se te
ocurra, eso es pecado, etc.- y claro está, nadie echa de menos a un controlador
que desaprueba tus acciones. De hecho, muchos que fueron bautizados no dejan de
entender a la Iglesia como la madrastra malvada que con su sola presencia te
recrimina tus malas acciones. Algunos de los que andan por la calle y emplean
un lenguaje soez con las religiosas o a los presbíteros con los que se
encuentran no hacen otra cosa que manifestar un desajuste que les genera
sufrimiento interno. Esto es como cuando a uno se le ocurre mezclar Coca-Cola
con pastilla de Mentos, que se genera una reacción que salta el líquido
pringando y ensuciando todo. Cuando Cristo se muestra de cualquier modo hace
que Satanás arda en ira.
Lo que nos puede suceder es que
estamos tan acostumbrados a entender nuestra libertad como el poder elegir
entre dos cosas contrarias -el angelito malo que te invita diciendo: «mira que apetitoso es, anda, no seas
cobarde, atrévete y lo vas a disfrutar....» y el angelito bueno que te
dice: «no lo hagas, sé bueno, no hagas
caso al angelito malo porque te va ha hacer daño»-. De tal modo que nos
cuesta entender nuestra libertad de un modo distinto al de poder elegir entre
dos elecciones contrarias.
Hay un Salmo precioso (salmo 138)
que reza diciendo:
«Señor, tú me sondeas y me conoces;
me conoces cuando me siento o me
levanto,
desde lejos penetras mis
pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.
No ha llegado la palabra a mi
lengua,
y ya, Señor, te la sabes toda».
Cristo se pone a nuestro servicio para que aprendamos a vivir en libertad.
Si permanecemos al lado de Cristo iremos descubriendo lo bueno, lo bello, lo
noble, lo hermoso, lo verdadero, lo recto, el amor. Al ir, poco a poco,
adquiriendo estos nobles disposiciones para que luego vayan orientando nuestras
vidas. Y resulta curioso porque cuando uno permanece al lado de Cristo va
sintiendo y atractivo por su persona porque descubres que Él te hace mucho
bien. Entonces la libertad no consiste ya en estar escuchando a los dos
angelitos -el bueno y el malo- que te van 'dando la turra' sino disfrutar estando con alguien que
sabemos nos ama como nadie nos ha amado ni nos amará. Pero no sólo
consiste en saber las cosas sino también educar la voluntad para correr tras
aquello que enciende de alegría nuestro corazón.
Y para resaltar más aun que seguir a
Cristo es un ejercitar la inteligencia, de lo valorativo, de lo volitivo y de
la voluntad para realizar. Reza el Salmo Responsorial de hoy:
«¡Dichoso el que teme al Señor,
y sigue sus caminos!».
El casado tiene sus tentaciones como
todos, como las tienen las personas consagradas, los presbíteros y toda
persona. Y el Demonio nos puede llegar a confundir presentándonos nueva
opciones -que por muy seductoras y apetitosas que puedan llegar a ser- están
rezumando de veneno por todas partes. Por eso Cristo nos recuerda el proyecto
originario de Dios, ya que es el único que puede generar paz en nuestro
interior.
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