sábado, 26 de septiembre de 2015

Homilía del Domingo XXVI del Tiempo Ordinario, ciclo b

DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo b, 27 de septiembre 2015
LECTURA DEL LIBRO DE LOS NÚMEROS 11, 25-29
SALMO 18
LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SANTIAGO 5,1-6
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 9,38-43.45.47-48         

            Hermanos, podemos pensar que aquellos que gozan de un trato más cercano y amigable con el Señor tienen las cosas más sencillas. Como si estar en ese trato entrañable y familiar fuese como el soportal donde uno se refugia de la tormenta de agua repentina. Por lo menos esa no fue la experiencia que tuvo Moisés. Moisés estaba agobiado y abrumado con tantos problemas. Nos cuenta la Sagrada Escritura que «el pueblo se quejaba amargamente ante el Señor». Pero claro, fue Moisés quien, en nombre de Dios, acaudilló a su pueblo a la libertad sacándoles de la esclavitud de Egipto. Ahora bien, como las circunstancias eran adversas para el pueblo, carecían de comodidades, acudían a Moisés para descargar 'su mal genio' y 'mala leche' echándole en cara las cosas que no funcionaban como ellos se habían planeado. Estaban tan atontados que no eran capaces de darse cuenta ni de suerte que habían tenido al ser rescatados por Dios, ni de lo que estaba suponiendo esa nueva situación en la que Dios estaba actuando. Ellos 'estaban en sus trece' y no valoraban la intervención salvífica de Yahvé. Acudían a Moisés y al pobre 'le ponían la cabeza como un bombo', todo para él, quejas, problemas, comentarios poco afortunados, dificultades....y poquitas alegrías. Moisés estaba abrumado y agobiado. Me da la impresión que el pueblo pensaba que como Dios estaba con ellos iban a tener oasis, cascadas de abundante agua para refrescarse, descansar, echarse alguna cabezadita, tener llena la barriga  y todo iba a ser 'coser y cantar'.
         Moisés se daba cuenta como los miembros de su pueblo se estaban comportando moviéndose por sus propios criterios mundanos, y de este modo es como si se pusieran una manta sobre la cabeza que le impidiera alzar su mirada hacia lo trascendente, hacia Dios. Moisés echa de menos el tener a personas cerca que sean capaces de hacer el ejercicio de entender lo que se está viviendo desde la fe. Desea tener a personas que 'hagan una lectura creyente de su propia vida'. El pueblo se ha acostumbrado a mirar, valorar y a tasar lo que viven 'dejando a Dios de lado'. ¡Deben de tener una joroba de muy señor mío, siempre mirándose al ombligo y al suelo en vez de alzar la mirada a Dios!
         Y Dios que escucha a Moisés y se está dando cuenta de lo apurado que se encuentra le hace un doble regalo: envía codornices sobre el campamento para que puedan comer carne y le regala un consejo de ancianos que le ayuden en la responsabilidad del gobierno en el pueblo. Este consejo está asistido por el Espíritu del Señor y se conducen y ayudan a conducir en la vida con prudencia y rectitud, agradando así a Dios. Por eso Moisés está deseando que todos los miembros del pueblo sean profetas, con la capacidad suficiente para poder buscar el bien y correr tras él. De este modo cualquier persona es acogida y aceptada como es porque hay un amor sobrenatural que impulsa a amar con una intensidad desconocida en el mundo y en la sociedad actual. Personas que rompan con el dominio de lo mundano y descubran la novedad de lo que supone vivir desde la confianza en Dios.

         Todos sabemos lo que supone vivir desde la confianza en nuestro dinero, en nuestras seguridades, de tal modo que en la medida en que nos dejamos llevar por todo eso nos vamos como atando las manos y los pies, como si fuera una cuerda que se va enrollando en torno nuestro, incapacitándonos a amar con ese amor pleno que nuestro corazón aspira a alcanzar.
         El regalo que Dios entrega a Moisés al ofrecer el espíritu a esos setenta ancianos, ese regalo es lo máximo, ya que dan pautas y orientaciones de cómo actúa Dios cuando entra en la vida de uno. Se produce un cambio total en la escala de valores.
         El apóstol Santiago nos pone sobre aviso sobre lo que nos sucede cuando un cristiano oye la Palabra de Dios, participa de la Eucaristía pero no permite que Dios tome el timón de su particular barco. ¿Y cómo sabemos que Dios no tiene ese timón? Se sabe porque su conducta no agrada a Dios y perjudica tanto a los demás como al propio interesado. No hay coherencia entre la fe y la vida. Suponed que una chica está saliendo con un chico y viceversa, y además los dos son cristianos. Si ese chico empieza a beber y a tontear con otras chicas -sí, él se 'lo estará pasando bomba'- pero la chica que le quiere lo está pasando mal y muy incómoda porque ella no puede disfrutar de ese amor que dice él que la tiene. Las palabras son palabras y mencionadas palabras han de estar acreditadas, consolidadas con los hechos y actuaciones constantes y frecuentes. Por eso el Apóstol Santiago nos dice en su epístola que tengamos mucho cuidado con nuestro modo de proceder porque si actuamos como necios e insensatos generamos mucho dolor y confusión a nuestro alrededor.

         Y es más, Cristo se pone serio. Cristo no quiere que escandalicemos y menos que perjudiquemos a los hermanos que andan más débiles en la fe. Desea que rompamos decididamente y de modo tajante con lo que causa escándalo, por eso usa expresiones como  «si tu mano te hace caer, córtatela» o «si tu ojo te hace caer, sácatelo». Y la razón de fondo es que cuando uno no permite que Cristo te sane internamente está favoreciendo que el veneno de Satanás entre en nuestra corriente sanguínea  y nos muramos poco a poco dejando tras de nosotros el pestilente olor del pecado. Cristo nunca nos miente, depende de cada uno el 'vivir en la verdad'. 

sábado, 19 de septiembre de 2015

Homilía del Domingo XXV del Tiempo Ordinario. ciclo b

DOMINGO XXV DEL TIEMPO 0RDINARIO, ciclo b, 19 de septiembre de 2015
Sab 2,12.17-20
Sal 53
Sant 3,16-4,3
Mc 9,30-37
            El justo, el que sigue la Ley de Dios, el que quiere ser fiel a Cristo no tiene una vida fácil. Y la Palabra de Dios nos lo avisa para que ‘no bajemos la guardia’: «Se dijeron los impíos: “Acechemos al justo, que nos resulta incómodo” (...) lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura”». Podemos pensar,          « ¡vaya me he equivocado de bando!, ¡me dejan a parte!, ¡no cuentan conmigo!, como he cambiado y no soy el mismo de antes..., pues ya ni me llaman, ni me consultan las cosas y me dejan arrinconado». Es cierto que los cristianos no formamos parte del espectáculo en el Coliseo de Roma con los leones y demás bestias. Bueno, aquí en Europa no, pero donde están esos salvajes radicales del mal llamado ‘Estado Islámico’ hacen cosas aún peores que los crueles emperadores del pasado. Es que resulta que mis amigos salen de fiesta y ya no me llaman para estar con ellos porque ‘soy el raro que no me pongo contentillo con el alcohol’. Es que resulta que me llaman bobo –o cosas peores a la cara- porque se me brinda la oportunidad de hacer cosas impropias de cristianos con una chica y yo le respeto, aunque internamente tenga ‘una lucha de muy señor mío’ porque ‘uno no es de piedra’. Es que resulta que veo a un niño con una discapacidad y mi corazón se enternece mientras que los demás miran con indiferencia tanto al niño como mi forma de estar con ese niño. Es que resulta que los impíos llegan a creer que ‘se pueden ir de rositas’, que su mal proceder no les va a pasar factura porque les resulta indiferente el hecho que Dios exista y no temen su juicio personal ante el Todopoderoso. Mientras, en el aquí y ahora, los que intentamos ser fieles a Cristo lo tenemos muy difícil porque nos lo ponen muy difícil.  Sin embargo, Dios que es el Señor de la Historia, en todo esto que va aconteciendo nos da una Palabra; se muestra cercano; nos instruye con una lección divina para que fortalezcamos nuestras voluntades, aprendamos a discernir y optemos por lo mejor, para que nuestro entendimiento esté lúcido y nos conduzcamos por la vida con la dignidad de los hijos e hijas de Dios.
            La dificultad puede recaer cuando los cristianos razonemos de un modo totalmente equivocado. Me voy a explicar. ¿Qué les sucede a los Doce cuando Jesús les iba contando que le iban a entregar, que le iban a matar y que en el tercer día Él iba a resucitar?¿De qué estaban discutiendo los Doce mientras iban de camino con Jesús? Ellos discutían de quien era el más importante. Es decir, los Doce ‘estaban en  Babia’, distraídos, ajenos totalmente de lo que el Maestro estaba diciendo. A los Doce lo que les estaba importando no era la justicia, sino el prestigio, la grandeza y el poder. Es decir, ‘metieron la pata’ hasta el fondo. Pero en el fondo ellos sabían que su razonamiento no era correcto porque bien “se callaron la boca” cuando Jesús les preguntó «¿De qué discutíais por el camino?». Cuando uno se adentra en la dinámica de la obtención de poder, de prestigio y grandeza todo se desmadra. Dense cuenta de lo que nos dice la epístola de Santiago de hoy: « ¿De dónde proceden las guerras y las contiendas entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, que luchan en vuestros miembros? Codiciáis y no tenéis; matáis, ardéis en envidia y no alcanzáis nada; os combatís y os hacéis la guerra».  Mas claro no puede ser el Apóstol Santiago, cuando uno busca lo que no tiene que buscar, todo se desmadra.

            Llega Cristo, -yo me le imagino cogiendo aire primero para adquirir una dosis más alta de paciencia con esos Doce (en esos momentos) ‘medio atontados’-, se sienta y les llama proporcionándoles los criterios correctos para que ellos se conduzcan por la vida, criterios para estar al servicio de todos. Lo que se busca es vivir para los demás, no para uno mismo. Esta sociedad nuestra está domesticada por Satanás, la ha adiestrado Satanás siendo su máxima el placer, el dinero, el sexo, disfrutar lo máximo, adquirir poder, buscando siempre y en todo el propio beneficio. Los que somos de Cristo luchamos por vivir desde los criterios del Evangelio, es normal que seamos rechazados por el mundo porque siendo rechazados mostramos el rostro de Cristo y aquellos que deseen salir de su particular ‘fango de pecado’ puedan encontrar en nosotros una esperanza de salvación.  Recordemos, pasemos por el corazón aquella frase del Salmo de hoy: «El Señor sostiene mi vida».

sábado, 12 de septiembre de 2015

Homilía del Domingo XXIV del Tiempo Ordinario, Ciclo b, 13 de septiembre 2015

DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo b, 13 de septiembre 2015
         Is. 50,5-9a
         Sal 114
         Santiago 2,14-18
         Mc 8,27-35
           
El Reino de Dios no se construye con el poder, sino con la entrega de la propia vida a favor de los demás. Aceptar a Dios como alguien real supone esperar pacientemente su discreta y progresiva manifestación. Y para esperar es necesaria la paciencia. Esta es «la paciencia (que) todo lo alcanza», ya nos lo indica Santa Teresa de Jesús. Entregar la propia vida a favor de los demás no garantiza ni el reconocimiento ni la propia aceptación. No estamos exentos de sentirnos como basura por el modo de cómo seamos tratados por aquellos a los que servimos. Nosotros lo hacemos porque amamos a Dios y no porque vayamos tras el aplauso de los demás. Es tiempo de perseverar sin forzar la máquina en lo que hacemos y tenemos. Es tiempo de soportar las burlas de los demás por ser cristianos, de ‘hacer de tripas corazón’ para no ‘dar un mamporro’ al paisano que se comporta como insensato porque aún no ha descubierto el gozo de tener a Cristo cerca, siendo la oportunidad de oro para hablar sobre él al mismo Dios. Y hermanos, no nos olvidemos que estar ‘dentro de la Iglesia’ no implica ni supone haber descubierto la alegría de tener a Cristo cerca o tener una experiencia de fe que mantenga toda la existencia como la columna vertebral a nuestro cuerpo.
Es hora de apostar sin miedos por el apostolado, dejándonos llevar por el Santo Espíritu, ya que amando con diligencia a los que tenemos cerca vamos, primero proyectando el holograma de Jesucristo en esa realidad para luego hacerle presente como principio y fundamento de ese nuevo ser. Y amar con diligencia es un ejercicio agotador; es atravesar la ardiente arena del desierto estando descalzos y casi sin agua en la cantimplora sin poder divisar la llegada en el horizonte. Y comento que amar con diligencia es algo agotador porque la ideología, el planteamiento filosófico de fondo, el relativismo, junto con el materialismo, consumismo y sensualismo reinante están creando a personas que amen a ‘muy baja intensidad’, de amores de ‘usar y tirar’.
Hermanos, nosotros somos rebeldes, somos auténticos traidores para este mundo, somos hijos desagradecidos que rechazan los dictados que se esfuerzan en inculcarnos desde muchos frentes para que nos rindamos ante lo que todos hacen, piensan y sienten. Somos los delincuentes que se suben a las alambradas y a los muros para saltar de la tiranía del pensamiento único al reino de la libertad que ha venido a traer Cristo. Quizá sea el tiempo de ponernos al trasluz de la prueba e ir abandonando los escudos, las excusas que nos elaborábamos para ponernos, tal y como somos, ante Dios. Y es precisamente aquí, cuando Jesucristo, el Hijo del Dios vivo, fija en ti sus ojos y te pregunta: « ¿Quien dices tú que soy yo?». ¿Jesucristo es nuestro caudal del agua del río que hace girar las ruedas verticales con palas del molino para poder moler el trigo? ¿Acaso Jesucristo son esos rayos solares que son recogidos en las placas solares para poder ofrecer esa luz eléctrica que permite que los electrodomésticos y las bombillas funcionen?
Y me van a permitir que ‘de una vuelta de tuerca más’: Cuando las cosas se complican; cuando el dolor se manifiesta; cuando un hecho concreto va a acontecer o ha acontecido que cambian nuestros planes; cuando uno se tiene que posicionar políticamente o sobre cuestiones que afectan de lleno a la moral o a la ética y mencionado posicionamiento genera rechazo por parte de los otros..., es entonces cuando se cae en la cuenta de la dureza que supone seguir a Cristo pero a la vez uno constata que lo sobrenatural existe porque el Todopoderoso nos manda su sabiduría para que nos asista en nuestros trabajos. Su sabiduría nos va guando y nos va guardando, protegiéndonos de un mal que puede ser evitado.

Ante esto Jesucristo te vuelve a hacer de nuevo la pregunta: « ¿Quien dices tú que soy yo?». A lo que podríamos contestar: «Señor, con franqueza te digo que mi vida antes de conocerte era más fácil, más sencilla, no me hacía problema del pecado que cometía o de cómo me comportaba o me dejaba de comportar. Hacía lo que todos hacían y entraba en su dinámica aunque me quedara totalmente vacío andando en un sin sentido. Mas ahora, cuando te conozco, tu presencia me resulta, muchas veces muy molesta, porque tu Palabra me denuncia, y me resisto a comportarme como un cristiano. Pero cuando escucho lo que TÚ me dices, cuando me calmo de mi particular enfado, cuando me desahogo llorando por mi equivocación cometida te agradezco la paciencia que tienes conmigo y las razones que me vas planteando van creando en mí algo nuevo y gozoso, de lo que antes mi propio pecado me estaba privando. Y como Pedro yo también digo que TÚ ERES EL MESÍAS, y tal como dice el Salmo, ‘aquel que salva mi vida’». 

domingo, 6 de septiembre de 2015

Homilía del Domingo XXIII del Tiempo Ordinario, ciclo b

DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo b
            Todos los presentes hemos nacido a una doble vida: a la natural y a la sobrenatural. A la natural fruto del amor entre los esposos y a la sobrenatural fruto de la gracia en las aguas bautismales. Cada vida en particular tienen sus particulares dinámicas para ir avanzando, descubriendo nuevas cosas, en una palabra: ir creciendo. A penas pasan unos meses y te sorprendes de cómo va cambiando aquel bebé recién nacido y no digamos nada con la adolescencia con el estirón que pegan. Un estirón que va acompañado de conocimientos, vivencias, experiencias tanto positivas como negativas. Es como si en la vida natural hubiera una especie de itinerario –ya marcado- para recorrer, cada cual con sus capacidades y circunstancias personales.
            Sin embargo, en la vida sobrenatural es distinta. Mientras que unos padres andan todo preocupados porque su ‘niño no come’, ‘su niño no aprueba las asignaturas’, ‘su niño contesta en casa y no obedece’... esos padres no se preocupan de cosas como ‘mi niño no reza’, ‘mi niño no acude a catequesis’, ‘mi niño no asiste a la Eucaristía’, ‘mi niño no se confiesa’, ‘mi hijo no ha cogido la asignatura de religión en el colegio’. Y claro, es evidente que lo que no se valora pues no se cuida, y si no se cuida se atrofia. Y es que resulta que esa vida sobrenatural –que brotan de las aguas bautismales- tiene en sí misma una dinámica propia: la de ser sacerdotes, profetas y reyes. La cuestión está en que cuando las personas nos empezamos a centrar en lo inmediato, en lo que hay que hacer para mañana; en las preocupaciones y quebraderos de cabeza nos adentramos en las cosas del mundo dejando en el olvido ‘las cosas del espíritu.’
            Además nos encontramos por la calle a cristianos que sí que acuden a la Eucaristía dominical y resulta que piensan y sienten como los demás y uno no percibe la diferencia que Cristo les debería de aportar. Y ante esto uno se dice ser cristiano debe de ser ‘algo no importante’, algo ‘fácilmente de suplir’. Además, uno piensa razonando equivocadamente, yo soy miembro de la Iglesia porque barro el templo cuando me lo solicitan; salgo a leer las lecturas cuando me toca; paso el cestillo del dinero; me encargo de recaudar el dinero de las cuotas y además soy miembro del consejo pastoral parroquial, y hasta me encargo de tocar la campaña para ayudar al cura; acudo a las misas y a la  novena de la Patrona de mi pueblo. Dicho con otras palabras, hemos ideado nuestro modo de vivir en cristiano, y es un auténtico despropósito, una desgracia sin precedentes para nuestro espíritu. Es decir, que soy cristiano pero como yo quiero ser, con mis condiciones, con mi  mentalidad, tomándome todo tipo de licencias que me vengan bien a mí; haciendo y diciendo lo que mi propia forma de pensar vaya ideando; y que no entre en conflicto con mis cosas, con mis caprichos, con mis pretensiones. Con todo esto hemos ido acumulando tanta cera en nuestros oídos que nos impide oír la voz de aquel que nos ha llamado a la vida y nos habla ‘en la verdad’ de nuestra vida. Nos dice lo que no queremos escuchar porque nos hace ‘pupa’ lo que nos dice porque habla ‘en la verdad’. Pero tenemos unos tapones de cera tan densos dentro de nuestros oídos que no somos capaces de oír la deflagración de una bomba.
            Claro que luego nos escribe el apóstol Santiago y nos interpela diciéndonos que no somos consecuentes con nuestra fe  y que juzgamos con criterios malos; y claro está, no nos hace nada de gracia que venga él y nos ‘tire de las orejas’  (pensamos; ¡que se habrá creído ese Santiago!) porque creemos que nosotros lo hacemos todo genial. Es que el apóstol Santiago se ha empeñado en que cada uno de los presentes ‘vivamos en la verdad’. Tenemos la cabeza más dura que un adoquín y somos capaces de aliarnos con el mismo Satanás antes de quitarnos muchas veces la razón.
            Como no hemos valorado ni cuidado la vida espiritual, actuamos en lo espiritual con los mismos criterios que usamos en las cosas mundanas. Y esto es un caos sin precedentes. Que viene un Obispo y ‘da un baculazo’ en el suelo y de un modo totalmente arbitrario toma una decisión que afecta a uno directamente valorando lo políticamente correcto para obtener la aprobación de aquellos que sólo él quiere. Que viene un Párroco y ‘por sus narices’ niega el libre ejercicio de una espiritualidad aprobada por el Papa simplemente porque ‘cosas raras no quiere él’  y además, ya que se ha comprado un televisor último modelo y un sillón de los de piel desea explotarlos al máximo amortizándolos en el más breve de los tiempos. Que unos padres de familia que llevan a sus hijos a catequesis pero cualquier excusa es buena para no asistir ni a la catequesis ni a las actividades parroquiales ni a la misma Eucaristía. Que soy un joven muy cristiano que pertenezco a grupos de Iglesia pero que me cojo cada borrachera y permito que la lujuria se haga manifiesta en las relaciones con las chicas. Alo que Jesucristo ‘te aparta de la gente’, ‘te saca del barullo del gentío’ para hablarte a tí, mostrándote la verdad de cómo está tu vida.  Jesucristo tiene un encuentro personal contigo y conmigo para abrirnos el oído; para quitarnos nuestro particular tapón y plantearnos las cosas tal y como son.

            Dense cuenta de una cosa: Cristo -y los que queremos a las personas con un corazón cristiano- podría actuar con nosotros de dos maneras diferentes. Una de ellas es conociendo nuestra realidad –dominada por el pecado- y no decirnos nada para ‘no perdernos’ y como contrapartida él sufrir muchísimo  y en el fondo dañar más a la otra persona. O también mostrar la verdad de la realidad de lo que está viviendo esa persona –aunque se enfade con él- pero ayudándole a vivir en la verdad, aunque cueste mucho. Cristo opta por la segunda. Y cuando uno acoge el mensaje de Cristo, lo asimila, lo toma como itinerario de vida irá dándose cuenta de las numerosas maravillas que el Señor va obrando en uno no duda en proclamarlas. 

viernes, 4 de septiembre de 2015

María, siempre presente en nuestras vidas

María, siempre presente en nuestras vidas.
4 de septiembre 2015, 20 horas, Ampudia, Ntra. Sra. de Alconada

            Hermanos, cuando un creyente ha tenido la experiencia de sufrir por su fe las cosas que acontecen en su vida adquiere un sentido nuevo, muy diferente. Uno se para y recapacita diciéndose «¿por qué no conformarme con lo que hacen todos los demás que son cristianos y no se hacen problema de nada?». Sin embargo, aquel que sufre a causa de su fe es porque ha descubierto a una persona que le ofrece un sentido extraordinario a todo su ser. Estoy totalmente seguro que aquel que no se ha sentido incomodado por defender su fe no se ha enterado de lo que supone ser cristiano.
            Desgraciadamente nos  hemos acostumbrado a ser conformistas, a aceptar las ideas, los planteamientos, concepciones ideológicas que se han ido colando en nuestro quehacer diario y que han obtenido 'la carta de ciudadanía', es decir, que son ya algo normal. Cuando uno 'se enfría en la vida espiritual' las cosas empiezan a dar lo mismo. Ahora bien, tan pronto cuando un cristiano 'se deja tocar por el dedo de Dios'; tan pronto como un cristiano -fruto del amargo desengaño de su vida perdida a causa de su pecado- empieza a recapacitar y desea retornar a Dios; tan pronto como un cristiano desea optar por romper con su mediocridad para ser fiel a Cristo... tan pronto como suceda esto uno buscará - con gran ansia un manantial de aguas puras donde saciar esa sed.
            Pero claro, cuando uno empieza a sentir que la presencia de Cristo le rodea surge el miedo de poderle fallar. Y ese miedo está fundado, tiene razón de ser, porque guardamos en nuestra memoria un sin fin de veces que le hemos negado.
            Si hacemos un ejercicio de profunda sinceridad, reconocemos cómo la Palabra de Dios nos denuncia: «Conozco tus obras y no eres ni frío ni caliente. Ojalá fueras frío o caliente. Pero eres sólo tibio, ni caliente ni frío» (Ap. 3,15 ss). Nos encontramos con una mezcla de ilusión (que esperamos un futuro personal más fiel) y de escepticismo (que nos preguntamos si merece la pena intentarlo). Seamos claros: estamos instalados en la ambigüedad y no nos definimos ni hacia Cristo ni hacia el mundo. Y claro, viene una persecución por la Palabra o por nuestra fe y nosotros nos callamos. Queremos «nadar y guardar la ropa». Deseamos los bienes de la fidelidad, pero al mismo tiempo apetecen las ventajas o beneficios solidarios de la infidelidad. Se produce en nosotros un bloqueo interior y sus consecuencias no se hacen esperar: no rezamos, arrinconamos a Dios porque le sentimos como algo no necesario, se otorgar muchas concesiones al pecado y nos adentramos en una dinámica de transgresiones de la Ley de Dios. Y no tenemos alegría interior.
            A modo de ejemplo: Supongan que uno se ha montado en una de esas atracciones de feria que dan muchas vueltas con movimientos un tanto bruscos y sale de esa atracción un tanto mareado, constando mantener el equilibrio. Lo mismo nos pasa a nosotros cuando deseamos parar con la mareante dinámica de ser cristiano de cualquier modo, uno no sabe ni hacia donde buscar la verdad. Y aunque todo te esté dando vueltas y estés sumergido en una profunda confusión hay algo, dentro de tu ser, que te indica que existe una dirección acertada hacia donde te tienes que encaminar, aunque en estos momentos de mareante confusión no tengas ni idea ni por donde tirar.
            A lo que nuestra Santísima Madre, la Virgen María sale a nuestro encuentro, nos coge de la mano para acompañarnos y nos va orientando para que pongamos nuestro centro de gravedad en Dios; no en nuestras conveniencias o deseos o instintos, ni en nuestras opciones ideológicas ni en nuestra justicia, sino sólo y únicamente en Dios. La Santísima Virgen María, con su modelo de entrega perfecta a Dios, nos indica que nuestra vida no la podemos concebir como un espacio de realización personal. Ella nos dice que respondiendo al proyecto que Dios tiene para cada uno obtendremos la realización personal plena. Esto fue lo que Santa María hizo.
            No podemos negar que somos hijos de esta época y que la tentación de la autosuficiencia y del individualismo está ahí. Y que es autosuficiencia e individualismo se nos interponen con frecuencia para no ser acompañados en la fe. Santa María se puso totalmente en las manos de Dios, no pensó en sus propios intereses ni la bloquearon sus propios miedos, fue una mujer extraordinariamente valiente fiándose totalmente del Señor. Es su propio comportamiento, su propia manera de amar sin reservas y de entregarse a Dios sin límites lo que hace que cada cual descubra y reconozca su miopía y debilidades espirituales, y esto es muy bueno ya que es un signo de un realismo saludable. Vamos a ver; tenemos un corazón sensible y sincero ante Jesús, pero somos muy inconstantes a la hora de mantenernos fieles a Él. Queremos serle fiel, pero experimentamos el tirón de la infidelidad. Santa María nos indica que la infidelidad no merece la pena, que ser infiel a Cristo es un sin sentido.

            De todas formas cuando las personas han prestado atención a lo mejor de sí mismos, han escuchado que sus voces más íntimas no son sino el eco de una voz anterior, el eco de la voz del Creador. Esas voces íntimas que residen en esa particular 'caja de resonancia' que es la conciencia personal, anhelan poder experimentar y hacer suyo la plenitud, el no volver a sentir la angustia ni la congoja de llorar la muerte ni la impotencia ante lo que se nos puede venir encima. Anhelamos, desde el núcleo de nuestro corazón, esa experiencia de Dios que nos permita afrontar los desafíos y los sufrimientos diarios con una alegría desbordante con la certeza de saber de antemano que todo dolor se extingue para dar paso al gozo de estar con Jesucristo, nuestro amado tesoro. Sin embargo, nadie de los presentes tiene una experiencia de fidelidad constante y férrea a Cristo porque apenas bajamos la mirada o nuestro corazón se despista experimentamos el deseo de apetecer lo prohibido ya que lo que es objetivamente malo y nos hace daño es presentado como una delicia de la que es difícil de rechazar. Y es ahí donde la Santísima Virgen María, refugio de pecadores, acude a nuestro socorro recordándonos que todo que suframos por nuestra fe es para nuestro bien. Como madre que es aguarda pacientemente nuestro regreso y nos cura las heridas ocasionadas por nuestras aventuras y desvaríos sin hacer preguntas, simplemente reconquistándonos con su ternura maternal y con su mirada tierna.