LECTURA
DEL LIBRO DE JONÁS 3,1-5.10
SALMO 24LECTURA DE LA PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS 7, 29-31
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 1, 14-20
Todos los presentes hemos sido
bautizados y disfrutamos de la gran suerte de tener entre nosotros la presencia
de Jesucristo resucitado. Es precisamente Jesucristo el que se acerca hasta tu
propia vida -con sus miserias, pecados, virtudes y aciertos- y te dice: «¡Sígueme!». Y uno, que es consciente de sus
miserias, porque conoce su propio pecado, le responde: «¿Quieres que yo te siga?, ¿por qué te has fijado en mí?». Y
Jesucristo, que es muy claro y no se
anda con rodeos, te advierte que si quieres seguirle, primero tienes que hacer
una cosa previa: Entrar en un proceso de
conversión. Ni yo ni nadie puede decir que es cristiano y hacer lo que a
uno le da la gana.
Es preciso que Cristo se vaya colando en el corazón.
Y se irá colando en la medida en que le vayamos tomando en serio. Es que
resulta que Jesucristo no es ese niño indefenso. Es el Hijo de Dios. De tal
modo que cuando Cristo irrumpe en la vida de uno, a uno se le va descubriendo
una realidad nueva y muy diferente de la que el resto del mundo se desenvuelve.
Cuando llamó a sus apóstoles para que le siguieran les estaba planteando un
proyecto de plenitud: 'llegar a la estatura humana a la que Dios nos ha
creado'. Es que resulta que todos aquellos que hacemos caso a la Palabra de
Dios y que deseamos seguirle -y para ello ponemos todos los medios a nuestro
alcance- sabemos que estamos hechos para un amor más grande. Cuando Jonás fue a Nínive y estando allí se
puso a gritar que «¡Dentro de cuarenta días Nínive será
destruida!» les estaba diciéndoles y diciéndonos que el único que puede dar respuesta a los deseos del
corazón humano es Cristo. Que los demás son simplemente
sucedáneos y como sucedáneos lo único que haríamos sería cimentar nuestra vida
en una mentira. Y uno puede vivir durante un tiempo en la mentira, pero no
puede permanecer en la mentira porque se terminará quebrando por dentro y el
corazón destrozado en mil y un pedazos.
Ahora
bien, si anunciamos otra forma más bella de vivir ¿porqué a nosotros nos cuesta
tanto 'romper con la inercia' de nuestra vida de hombre viejo?. Realmente ¿estamos
permitiendo que Cristo se vaya colando
en nuestro corazón o hacemos como con los niños pequeños dejándolos en una
guardería bien controlados para que no les pase nada allí durante la ausencia
de los padres? Tal vez creamos, de un modo muy ingenuo, que todas las cosas que
tenemos en mente y los proyectos que están ideándose salen adelante con
nuestras propias fuerzas. Y esto no es así, porque antes de lo que uno espera
ya se encuentra estampado con el muro de las limitaciones personales. Y a todo
esto, resuena un anhelo profundo del corazón: yo deseo que mi vida sea el mayor bien para tí,
Señor.
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