domingo, 25 de enero de 2015

Homilía del Tercer Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo b

DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo b

LECTURA DEL LIBRO DE JONÁS 3,1-5.10
SALMO 24
LECTURA DE LA PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS 7, 29-31
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 1, 14-20
 
            Todos los presentes hemos sido bautizados y disfrutamos de la gran suerte de tener entre nosotros la presencia de Jesucristo resucitado. Es precisamente Jesucristo el que se acerca hasta tu propia vida -con sus miserias, pecados, virtudes y aciertos- y te dice: «¡Sígueme!». Y uno, que es consciente de sus miserias, porque conoce su propio pecado, le responde: «¿Quieres que yo te siga?, ¿por qué te has fijado en mí?». Y Jesucristo, que es muy claro y  no se anda con rodeos, te advierte que si quieres seguirle, primero tienes que hacer una cosa previa: Entrar en un proceso de conversión. Ni yo ni nadie puede decir que es cristiano y hacer lo que a uno le da la gana.

            Es preciso que Cristo se vaya colando en el corazón. Y se irá colando en la medida en que le vayamos tomando en serio. Es que resulta que Jesucristo no es ese niño indefenso. Es el Hijo de Dios. De tal modo que cuando Cristo irrumpe en la vida de uno, a uno se le va descubriendo una realidad nueva y muy diferente de la que el resto del mundo se desenvuelve. Cuando llamó a sus apóstoles para que le siguieran les estaba planteando un proyecto de plenitud: 'llegar a la estatura humana a la que Dios nos ha creado'. Es que resulta que todos aquellos que hacemos caso a la Palabra de Dios y que deseamos seguirle -y para ello ponemos todos los medios a nuestro alcance- sabemos que estamos hechos para un amor más grande. Cuando Jonás fue a Nínive y estando allí se puso a gritar que «¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!» les estaba diciéndoles y diciéndonos que el único que puede dar respuesta a los deseos del corazón humano es Cristo. Que los demás son simplemente sucedáneos y como sucedáneos lo único que haríamos sería cimentar nuestra vida en una mentira. Y uno puede vivir durante un tiempo en la mentira, pero no puede permanecer en la mentira porque se terminará quebrando por dentro y el corazón destrozado en mil y un pedazos.

            Ahora bien, si anunciamos otra forma más bella de vivir ¿porqué a nosotros nos cuesta tanto 'romper con la inercia' de nuestra vida de hombre viejo?. Realmente ¿estamos permitiendo que Cristo se vaya colando en nuestro corazón o hacemos como con los niños pequeños dejándolos en una guardería bien controlados para que no les pase nada allí durante la ausencia de los padres? Tal vez creamos, de un modo muy ingenuo, que todas las cosas que tenemos en mente y los proyectos que están ideándose salen adelante con nuestras propias fuerzas. Y esto no es así, porque antes de lo que uno espera ya se encuentra estampado con el muro de las limitaciones personales. Y a todo esto, resuena un anhelo profundo del corazón: yo deseo que mi vida sea el mayor bien para tí, Señor.

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