LECTURA DEL LIBRO DE ISAÍAS 60, 1-6
SALMO 71LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS EFESIOS 3, 2-3a 5-6
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 2, 1-12
Me van a permitir que les ayude a acercarse a la
Palabra de hoy empezando con una pregunta que les deseo hacer: ¿Hasta qué punto la
persona de Jesucristo tiene influencia en nuestra vida cotidiana? Dicho con otras palabras, ¿la presencia de Jesucristo
en tu día a día tú lo valoras, lo estimas, lo cuidas? Porque puede ser que
digamos que ‘somos cristianos’ pero no
tengamos a Cristo presente porque lo
hayamos sustituido por una imagen de Dios elaborada a nuestro
antojo. ¿Tiene o no tiene influencia
Cristo en tu vida?
Podemos
llegar a pensar, y por eso se puede actuar de un modo en concreto, que ser
cristiano consiste en ‘hacer cosas’ para ‘estar a bien con Dios’, como uno
tiene que estar a bien con ‘Hacienda’ porque hay miedo a una sanción económica.
Tampoco nuestra relación con Jesucristo se debe de asemejar a las dosis de
comida que damos a sus horas a los peces en sus acuarios para que se mantengan
fuertes y sanos. Venimos a la iglesia, estamos en la Eucaristía, nos confesamos
una vez al año –como está mandado-, es decir vamos como administrando las dosis
de comida ‘a esa particular pecera’ y
llegamos a vivir de tal modo que estamos convencidos que somos cristianos y
vivimos como cristianos. Sin lugar a dudas alguien podrá estar pensando:
«Encima que venimos nos dicen esto, pues peor estarán los que ni siquiera hacen
lo que nosotros hacemos». Hermanos, hacéis muy bien estando aquí. Sin embargo
el Señor desea que todo nuestro ser sea para Él. La dificultad radica en que
nos hemos acostumbrado a hacer siempre lo mismo y la rutina puede llegar a
sofocar el amor.
Se hace necesario que toda nuestra existencia -que suele estar en
tinieblas a oscuras- sea rodeada por el
señorío de Cristo; es preciso que
los diversos aspectos de nuestra vida cotidiana sea cristianizada. En
palabras del profeta Isaías –en la primera de las lecturas-: «Mira: las tinieblas
cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor,
su gloria aparecerá sobre ti». Es fundamental que Jesucristo ejerza su señorío en todo nuestro ser. A
modo de ejemplo: Puede ser que tal vez ni hallamos caído en la cuenta que
Cristo puede ser que tenga una palabra o una aportación luminosa acerca de los
programas de televisión que solemos ver o incluso del uso de los teléfonos
móviles o de cualquier otro cachivache. O puede ser que Cristo te esté
indicando para iluminarte haciéndote entender que estás teniendo unos gastos
innecesarios, de los cuales puedes prescindir sin problemas, para poder ayudar
a un hermano necesitado. O en tus particulares tinieblas brille su luz para que
descubras que has adquirido unos hábitos malos –de beber, de trasnochar, de
jugar, el tomar sustancias nocivas, el estar pegado todo el día al ordenador,
al televisor, al móvil o a la Tablet- que están esclavizando y dificultando la
convivencia en el hogar y el diálogo sincero y fluido con tu esposa o esposo o
hijos. O puede ser que estés descuidando tu relación como esposa o como esposo
y cómo estás a lo tuyo no te des cuenta cómo va degenerando ‘ese amor primero’.
Si Cristo ejerce su señorío nos va ayudando a desenmascarar nuestro pecado para
vivir en la libertad de los hijos de Dios.
El caso es que cuando uno
se enfrasca en su propia realidad, en ‘su propio mundillo’, nos aislamos tanto
de los demás como de Dios. Y cuando uno se enfrasca en su propia realidad y
empieza a entender su vida como un ‘vivir para sí mismo’, buscando ‘su
felicidad’, yendo tras ‘sus propios intereses’, persiguiendo ‘su propio
confort’ los demás, si no hacen lo que uno desea o si no se comportan como uno
pretende, se convierten en obstáculos a los que me cuesta amar o incluso ‘tiro
la toalla’ porque no consigo que los demás hagan lo que yo digo o piensen como
yo pretendo. Si uno entra en esta dinámica perversa de que cada cual ‘viva su
vida’ como quiera y todos aquellos que no cuadren con mi forma de ser los
rechazo, si uno se comporta así es un síntoma muy evidente de que esa persona no se está dejando influenciar
por Jesucristo. Sin embargo Cristo desea con todas sus fuerzas que rompas
de lleno con esa dinámica enfermiza para que, parafraseando al profeta ‘veas al
Señor radiante de alegría y tu corazón se asombre y se ensanche’.
Además San Pablo cuando
escribe a la Comunidad de Éfeso nos recuerda que la vida con Cristo es más vida y vida auténtica, de la que merece
la pena, de la de exquisita calidad. Nos alienta diciéndonos «que también los
gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y participes de la Promesa
en Jesucristo, por el Evangelio». Nosotros somos esos a los que San
Pablo ‘llama gentiles’. Nosotros estamos llamados a estar junto a Cristo, a
dejarnos enriquecer con su presencia. Los Magos de Oriente se dieron cuenta que
esa estrella les iba a conducir hacia algo extraordinario. Fueron dóciles, se
fiaron y se pusieron en camino pasando penas y calamidades en el trayecto. Y
cuando esa luz de la estrella les llevó hasta la otra Luz que es Cristo -tal y
como dice el Evangelista San Mateo-«Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y
cayendo de rodillas, lo adoraron: después, abriendo sus cofres, le ofrecieron
regalos: oro, incienso y mirra».
Los Magos de Oriente sí
que se dejaron influir por aquel Niño pobre acostado junto a José y a María. Nada
ya fue como antes, ahora hay una razón potente para afrontar las dificultades
tanto las serias como las cotidianas: Saber que hay un Cielo y que allí se nos
espera.
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