domingo, 4 de enero de 2015

Homilía de la Epifanía del Señor 2015

EPIFANÍA DEL SEÑOR 2014

LECTURA DEL LIBRO DE ISAÍAS 60, 1-6
SALMO 71
LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS EFESIOS 3, 2-3a 5-6
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 2, 1-12

            Me van a permitir que les ayude a acercarse a la Palabra de hoy empezando con una pregunta que les deseo hacer: ¿Hasta qué punto la persona de Jesucristo tiene influencia en nuestra vida cotidiana? Dicho con otras palabras, ¿la presencia de Jesucristo en tu día a día tú lo valoras, lo estimas, lo cuidas? Porque puede ser que digamos que ‘somos cristianos’ pero no tengamos a Cristo presente porque lo  hayamos sustituido por una imagen de Dios elaborada a nuestro antojo.  ¿Tiene o no tiene influencia Cristo en tu vida?

         Podemos llegar a pensar, y por eso se puede actuar de un modo en concreto, que ser cristiano consiste en ‘hacer cosas’ para ‘estar a bien con Dios’, como uno tiene que estar a bien con ‘Hacienda’ porque hay miedo a una sanción económica. Tampoco nuestra relación con Jesucristo se debe de asemejar a las dosis de comida que damos a sus horas a los peces en sus acuarios para que se mantengan fuertes y sanos. Venimos a la iglesia, estamos en la Eucaristía, nos confesamos una vez al año –como está mandado-, es decir vamos como administrando las dosis de comida ‘a esa particular pecera’ y llegamos a vivir de tal modo que estamos convencidos que somos cristianos y vivimos como cristianos. Sin lugar a dudas alguien podrá estar pensando: «Encima que venimos nos dicen esto, pues peor estarán los que ni siquiera hacen lo que nosotros hacemos». Hermanos, hacéis muy bien estando aquí. Sin embargo el Señor desea que todo nuestro ser sea para Él. La dificultad radica en que nos hemos acostumbrado a hacer siempre lo mismo y la rutina puede llegar a sofocar el amor.

Se hace necesario que toda nuestra existencia -que suele estar en tinieblas a oscuras- sea rodeada por el señorío de Cristo; es preciso que los diversos aspectos de nuestra vida cotidiana sea cristianizada. En palabras del profeta Isaías –en la primera de las lecturas-: «Mira: las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti». Es fundamental que Jesucristo ejerza su señorío en todo nuestro ser. A modo de ejemplo: Puede ser que tal vez ni hallamos caído en la cuenta que Cristo puede ser que tenga una palabra o una aportación luminosa acerca de los programas de televisión que solemos ver o incluso del uso de los teléfonos móviles o de cualquier otro cachivache. O puede ser que Cristo te esté indicando para iluminarte haciéndote entender que estás teniendo unos gastos innecesarios, de los cuales puedes prescindir sin problemas, para poder ayudar a un hermano necesitado. O en tus particulares tinieblas brille su luz para que descubras que has adquirido unos hábitos malos –de beber, de trasnochar, de jugar, el tomar sustancias nocivas, el estar pegado todo el día al ordenador, al televisor, al móvil o a la Tablet- que están esclavizando y dificultando la convivencia en el hogar y el diálogo sincero y fluido con tu esposa o esposo o hijos. O puede ser que estés descuidando tu relación como esposa o como esposo y cómo estás a lo tuyo no te des cuenta cómo va degenerando ‘ese amor primero’. Si Cristo ejerce su señorío nos va ayudando a desenmascarar nuestro pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios.

El caso es que cuando uno se enfrasca en su propia realidad, en ‘su propio mundillo’, nos aislamos tanto de los demás como de Dios. Y cuando uno se enfrasca en su propia realidad y empieza a entender su vida como un ‘vivir para sí mismo’, buscando ‘su felicidad’, yendo tras ‘sus propios intereses’, persiguiendo ‘su propio confort’ los demás, si no hacen lo que uno desea o si no se comportan como uno pretende, se convierten en obstáculos a los que me cuesta amar o incluso ‘tiro la toalla’ porque no consigo que los demás hagan lo que yo digo o piensen como yo pretendo. Si uno entra en esta dinámica perversa de que cada cual ‘viva su vida’ como quiera y todos aquellos que no cuadren con mi forma de ser los rechazo, si uno se comporta así es un síntoma muy evidente de que esa persona no se está dejando influenciar por Jesucristo. Sin embargo Cristo desea con todas sus fuerzas que rompas de lleno con esa dinámica enfermiza para que, parafraseando al profeta ‘veas al Señor radiante de alegría y tu corazón se asombre y se ensanche’.

Además San Pablo cuando escribe a la Comunidad de Éfeso nos recuerda que la vida con Cristo es más vida y vida auténtica, de la que merece la pena, de la de exquisita calidad. Nos alienta diciéndonos «que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y participes de la Promesa en Jesucristo, por el Evangelio». Nosotros somos esos a los que San Pablo ‘llama gentiles’. Nosotros estamos llamados a estar junto a Cristo, a dejarnos enriquecer con su presencia. Los Magos de Oriente se dieron cuenta que esa estrella les iba a conducir hacia algo extraordinario. Fueron dóciles, se fiaron y se pusieron en camino pasando penas y calamidades en el trayecto. Y cuando esa luz de la estrella les llevó hasta la otra Luz que es Cristo -tal y como dice el Evangelista San Mateo-«Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas, lo adoraron: después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra».

Los Magos de Oriente sí que se dejaron influir por aquel Niño pobre acostado junto a José y a María. Nada ya fue como antes, ahora hay una razón potente para afrontar las dificultades tanto las serias como las cotidianas: Saber que hay un Cielo y que allí se nos espera.

 

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