sábado, 10 de enero de 2015

Homilía del Bautismo del Señor, ciclo b


EL BAUTISMO DEL SEÑOR 2015
LECTURA DEL LIBRO DE ISAÍAS 42, 1-4.6-7
LECTURA DEL LIBRO DEL HECHO DE LOS APÓSTOLES 10, 34-38
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 1, 7-11

            Hermanos, nuestra vida se funda en algo cierto, en la Palabra de Dios. Nos fundamos en algo que no puede mentir. Es cierto que las verdades reveladas pueden parecer oscuras a la experiencia humana. Se puede pensar que el Señor pide cosas imposibles y que nos hace mantenernos en una constante lucha frente a todo lo que el mundo nos presenta como delicioso y apetitoso y que nosotros sabemos que es dañino, pero que hay algo en nuestro interior que -aún sabiendo que nos hace mal- lo puede anhelar. Pero la certeza que da la Luz Divina es mayor de la que da la luz de las cosas, experiencias y sensaciones que vemos y se nos cuelan por todos lados. Algunos pueden decir que esto de la fe es adherirnos a lo que no hemos visto, en cambio de las cosas, experiencias y sensaciones del mundo yo las percibo con claridad; y claro, se puede llegar a pensar 'más vale pájaro en mano que cientos volando'. ¿Para qué me voy a sacrificar 'soportando a mi esposo' pudiendo estar con otro que me dé lo que yo quiero? ¿para qué voy a ser honrado en el uso del dinero ajeno si luego no me van a dar lo que yo quiero? ¿para qué voy a esforzarme en el trabajo si haciendo trampas consigo lo mismo y nadie se va a dar cuenta? Hermanos, así es como piensa el mundo, porque el mundo no ha conocido a Cristo. Cuando quitamos a Dios del medio nos adentramos en las tinieblas y aunque intentemos apuntalar el particular edificio de nuestra vida con maderos es un intento en vano porque todo se derrumba.

            Nosotros no creemos en las verdades de fe reveladas por Dios porque estas verdades nos cuadren. Uno lo cree porque es Dios quien lo está revelando y Dios tiene la autoridad y Dios no se puede equivocar. La razón última de la fe de un cristiano es que Dios me lo ha revelado ya que Dios es infalible. Ni yo ni nadie puede someter nuestra adhesión a Cristo dependiendo si las cosas que Cristo me dicen me cuadran o no me cuadran porque no es de mi sensibilidad, o porque me parece que no me apetece. La rebeldía ante Dios no da lugar. Ante Dios no cabe ni pensar el decir que le sigo porque esto me convence o esto no me convence. No olvidemos que estamos hablando de Dios y no de cualquier cantamañanas o charlatán. No podemos olvidar de quién estamos hablando y con quien estamos tratando, con el mismo Dios. Tenemos la gracia de tener a la Sagrada Escritura, la cual es revelación de Dios, y ni yo ni nadie puede decir 'esto sí', 'esto no', este capítulo yo le quito porque hiere mi sensibilidad o me siento denunciado por esas palabras y esto se tendría que ser cambiado.

            La razón última de la fe no está en mi razón; sino en la confianza que le otorgo a Dios y la fe se apoya en Él. Sólo cuando el corazón humano se rinde ante Dios, en un acto humilde, es cuando nace la fe. Muchos fueron los milagros que Jesús realizó y muchos de ellos ante multitudes -como la multiplicación de los panes y de los peces o la resurrección de Lázaro, entre otros-, muchos fueron testigos directos de los milagros y unos se convirtieron y otros no, porque mientras el corazón no esté limpio para adorar no hay nada que hacer.

            Al ser bautizados entramos a formar parte de una dinámica de entender la existencia que difiere mucho de lo que se nos ofrece por ahí. Nuestro motivo de creer es otorgar nuestra confianza a la autoridad de Dios. Es verdad que hemos nacido en un contexto determinado cultural, social, religioso, económico...y que ese mismo contexto nos condiciona. Todos los hombres y mujeres a lo largo de la historia han quedado condicionados por las filosofías reinantes, por la cultura de aquel momento o por las carencias de cualquier tipo. A nosotros nos condiciona el ambiente que se respira pero no nos determina. Nos condiciona, pero no nos determina. Es nuestra fe en Cristo, es nuestro apoyarnos en Cristo, es nuestro recostar nuestra vida en Cristo lo que nos permite vivir no determinados. La fe nos libera del engaño de este mundo porque nos ofrece una sabiduría que nos hace ver más allá. El Señor a través del profeta Isaías nos habla de la eficacia del Espíritu de Dios en tu persona y lo que se nos invita a que hagamos a los demás se nos pide también que se lo permitamos a hacer al Espíritu en cada uno, y todo «Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas». Muchas veces hemos visto películas ambientadas en la Edad Media con aquellos señoriales castillos protegidos con fosas llenas de agua, con su puente elevadizo y su puerta principal de hierro que por medio de poleas se elevaba y se bajaba para abrir y cerrar respectivamente. Cristo es aquel que sostiene esta puerta para que todos aquellos que depositen su confianza en Él puedan ser guiados e iluminados con los criterios divinos y así, aunque uno se tenga que agacharse bastante e incluso gatear, pueda atravesar mencionada puerta para que, aun viviendo condicionado por lo que uno está rodeado no sea sin embargo determinado.

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