DOMINGO IV DEL TIEMPO
ORDINARIO, ciclo b
Lectura
del libro del Deuteronomio 18, 15–20
Sal
94, 1-2. 6-7. 8-9
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 7, 32-35
Lectura
del santo evangelio según san Marcos 1, 21-28
Estamos en una época en la que necesitamos a personas valientes.
Personas que se presenten como una alternativa, pero que a la vez ‘son
elementos incómodos’ porque –como se precia todo buen profeta- denuncia
el pecado de los otros. Pero esto tiene un ‘efecto boomerang’ ya que uno lanza
o se presenta como testigo de Cristo, cuyo testimonio resulta molesto pero a su
vez uno, al descubrir el pecado ajeno se empieza a avergonzar, con mayor
intensidad, del propio. Es que para sanar primero hay que detectar dónde reside
la infección. Es entonces cuando el Señor te está educando para que seas
humilde, para que tu soberbia sea abajada y tu amor propio y ese orgullo sea eliminado.
Moisés nos dice que «el Señor,
tu Dios, te suscitará un profeta como yo, de entre tus hermanos». El
profeta es un lugarteniente y embajador de Dios que recibe el encargo de
anunciar la Palabra que reciba de Dios. El profeta de nuestros tiempos no es
inmune a las severas dificultades de ser fiel en medio de un contexto hostil.
El profeta sufre por ser fiel a Cristo. Satanás disfruta, lo goza viendo cómo
sufre el profeta y le anima para que el desánimo sea la nota dominante. Lo
curioso de todo esto es que Dios se manifiesta al profeta recordándole que
la fuerza procede de lo alto, que no sea ingenuo, que no tontee con el mal,
que no se ponga en ‘ocasión de peligro’… Recordemos, pasemos por el corazón,
aquellas palabras de San Pablo cuando escribe a la comunidad cristiana de Roma
diciéndoles que «tened en cuenta en qué tiempo
estamos: ya es hora de despertarnos del sueño, porque ahora está más cerca de
nosotros la salvación que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada y el
día está cerca; por lo tanto, dejemos a un lado las obras de las tinieblas y
revistámonos de las armas de la luz» (Rom 13,11-12).
Jesucristo quiere que nos adentremos
en un camino hermoso hacia la madurez. Un cristiano que se
mueve en su vida con opciones paganas se asemeja a esa fruta que por mucho que
esté en el árbol no puede ser aprovechada, se desecha al no llegar a ser lo que
estaba llamada a ser. Y cuando uno va madurando va rompiendo con cosas o
aspectos del pasado. En Israel es muy
importante el tema de la escucha. La escucha de una palabra cargada de vida
y de salvación. La dificultad reside cuando uno quiere escuchar otra cosa
distinta y por eso orienta sus oídos hacia otras direcciones diversas.
En
todo el Señor ha de estar en el centro. Llegará momentos en que esto resulte muy molesto porque tener cerca al
Señor implica experimentar el romper con muchas cosas o comportamientos que
resultan muy normales para el mundo. Esto es lo que supone la madurez,
desechar lo que perjudique -aunque pueda apetecer- y acoger todo aquello que
ayude a crecer -aunque suponga esfuerzo, renuncia y mucha dedicación. En el
momento en que permitimos que Cristo entre de lleno en nuestro ser todo cambia
radicalmente en nuestro mundo, cambia la visión del matrimonio y de la familia
cristiana, cambia las relaciones sociales, cambia hasta la misma economía, ya
que nos damos cuenta cómo todo lo que pensamos, hacemos o decimos es para
construir el Reino de Dios.
Cuenta el Evangelio que el espíritu
inmundo que estaba poseyendo a aquel pobre hombre conocía quién era Jesús, «el Santo de Dios». Es que resulta que todo
contacto con Jesucristo nos va liberando del Maligno, nos 'desdemonizan', nos liberan. Pero a la vez que hacemos una apuesta
sin reservas por Cristo, sabemos que la persecución, la marginación e incluso el martirio se van a
poder dar en nuestra vida porque el mundo rechaza a todos aquellos que no son como
ellos.