LECTURA DEL LIBRO DE ISAÍAS 63, 16b-17. 19b; 64, 2b-7
SALMO 79
LECTURA DE LA PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS 1,3-9
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 13, 33-37
Yo no quiero que mi vida
sea una simple sucesión de primaveras, veranos, otoños e inviernos. Ni tampoco
el ir sumando velas en tartas de cumpleaños. Ni tampoco una suma de
experiencias más o menos agradables de las que uno ha de hacer un ejercicio
serio de memoria para recordar si merecieron la pena o fueron una pérdida de
tiempo. Como si fuera un exiliado que
debe de abandonar rápidamente su hogar porque la lluvia de bombas es más
que inminente, yo guardo en mi maleta únicamente aquellas cosas que de
perderlas vagaría sin sentido por la ciudad.
Una
de esas cosas guardadas son aquellos
momentos de afecto, de cariño y de ternura, de comprensión y de sentirme amado.
Uno abre los ojos, gira el cuello, observa lo que a uno le rodea y se reconoce
muy poca cosa, casi insignificante. Como una pulga ante las pezuñas de un
elefante se siente muy poca cosa y nada merecedor del amor porque el propio
pecado está bien presente ante los ojos. Pero como una madre que se acerca ante
su hijo acostado y dormido y cubriéndole con mantas lo protege del frío de la
noche, así actúa
el Señor con cada uno. ¿Acaso el pequeño se ha dado cuenta en ese
instante del calor de la manta?, sin embargo ese calor aportado mitiga el frío
de la helada y así puede descansar.
Otra
de las cosas que guardaría en esa maleta sería algo que me recordase que fui esclavo de mi pecado. Pueden ser
múltiples cosas y cada cual conoce las suyas: la botella de licor, el apego al
dinero, algún afecto desordenado, el consumo de alguna sustancia, el odio hacia
una persona, la envidia por desear lo que el otro ya consiguió, etc. Y llevaría
ese recuerdo en mi maleta para recordar que he sido rescatado de la fosa de
los leones, que «Él libró mi vida de la
muerte, mis ojos de las lágrimas y mis pies de la caída» (Salmo 116,8). O
tal como reza otro salmo: «Él rescata tu
vida de la fosa, te corona de amor y de ternura» (Salmo 116,8). Y es más,
la primera de las lecturas de hoy, del profeta Isaías ya nos lo está diciendo
con toda claridad: «Tú, Señor, eres
nuestro padre, tu nombre de siempre es "Nuestro redentor"». El Señor me ha liberado de la servidumbre
del pecado y me ha nombrado miembro de su pueblo, del pueblo de la Nueva
Alianza. Dios no me ha arrancado de la esclavitud del pecado porque yo sea el
mejor, el más guapo o el más listo. Todos sabemos que tenemos 'horas bajas'
donde el desánimo se acentúa y el desencanto puede hacer acto de presencia,
llegando a pensar que Dios se ha olvidado de nosotros tal y como grita
angustiado el salmista: «En mi angustia
busco al Señor; de noche levanto mis manos sin descanso, pero no encuentro
consuelo» (Salmo 77,3). Pero incluso 'en esas horas bajas' nuestra
esperanza ha de rebrotar, como las ascuas aparentemente apagadas de una
hoguera, para volver a arder con pasión ya que «en la vida y en la muerte, somos del Señor» (Rom 14,8). Si el Señor se ha tomado tantas molestias
con cada uno, Él continuará tomándoselas, porque, tal y como escribe San
Pablo a los Corintios «Dios os llamó a
participar en la vida de su Hijo, Jesucristo, Señor nuestro. ¡Y él es fiel!».
E incluso podemos dar un paso más: agradecerle todos los dones que Dios nos ha
dispensado y de lo desdichados que hubiésemos sido si Él no nos hubiese
rescatado.
Otra
de las cosas que guardaría en esa particular maleta sería un puñado de tierra. De la misma tierra que me ha visto crecer,
caer y levantarme. Todo lo que tengo, lo que he tenido y tendré es don, es
regalo de Dios. Sin embargo, confundidos por los engaños de Satanás, creemos
que nosotros mismos nos ponemos las normas y que obedecer a Dios es tanto como
aceptar ser tratado con un niño. La tierra está ideada para poder ser cultivada
y obtener el buen fruto. Cristo lo que te dice es que quiere reconducir todas
las cosas a Dios. Una vez escuché a un técnico de antenas de televisión que si
la antena parabólica está mal orientada hacia los satélites era tanto como no
tener antena. Nuestra vida sin Cristo no es vida. La llamada del Evangelio a
que nos encontramos en vela es una clara
invitación a que permitamos que Cristo entre hasta en aquellos lugares que le
hemos ocultado su misma existencia.
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