LECTURA DE LA PROFECÍA DE EZEQUIEL 47, 1-2. 8-9. 12
SALMO 45
LECTURA DE LA PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS 3, 9c-11. 16-17
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 2, 13-22
Ayer
mismo, a eso de la hora de comer, atravesando la Calle Mayor de Palencia hubo
una situación que me causó molestar. Pasaba una muchacha y dos hombres –ya
hechos y derechos- le empezaron a
‘gritar salvajadas’, hacerle propuestas deshonestas y movimientos soeces. La
chica aceleró el paso con miedo. Yo me encontraba al otro lado de los
soportales dispuesto a intervenir si se llegaran a acercar a ella. ¿Qué es lo
que veían estos hombres en esta muchacha? Veían una mujer como objeto de deseo. Si uno ‘quita a Dios del medio’, si uno vive como
si Dios no existiese, el hombre se
degrada, se degenera.
Y al degradarse o degenerarse cualquier cosa o motivo es válida para hacer lo
que ‘a mí me de la gana’ sin tener en la más mínima consideración el dolor que
se genere para los demás. Es que resulta que, si ponemos a Dios donde le corresponde –en todo el centro de
nuestro ser-, enseguida reconoceremos a esa muchacha como mi hermana. Como esa
mujer que está llamada a hacer feliz un hogar; a una religiosa que reza por mi
salvación; como esa maestra que educará a los pequeños; como esa cirujana que
me salvará la vida en la mesa de operaciones, etc. Dios nos hace entender
las cosas como realmente son.
En cambio el pecado nos hace ver alucinaciones, espejismos, confundirnos
dándonos por auténtico cosas que son falsas.
Estamos
siendo sometidos a unos
planteamientos muy ajenos a nuestra fe y no nos estamos ni percatando. Son como
micro relatos o mini catequesis mundanas que van pasando desapercibidas pero
se van adjuntando a nuestro razonamiento y actuar. Cuentan que cuando una
persona está muy expuesta y sin protección a la radiación que emiten ‘los rayos
x’ uno sufre una serie de efectos nocivos. Es más, los que allí trabajan llevan
colgando de un bolsillo de la camisa una especie de dispositivo que mide el
nivel de radiación existente y que alerta. Nosotros estamos constantemente
expuestos a estos micro relatos o mini catequesis mundanas.
Tiene que venir San Pablo,
en la primera carta a los Corintios, para que nos diga «mire cada uno como construye»
y que «nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo».
Dicho con otras palabras: ¿Estoy
permitiendo el construir mi vida con los criterios mundanos? Realmente ¿qué cosas
tienen a mi corazón cautivado? Analizando el estado personal de mi
vida ¿estoy respondiendo auténticamente a la vocación a la que el Señor me ha
convocado? ¿Soy consciente de la
ausencia de Dios en muchos aspectos de mi existencia, de mis relaciones
personales, en mi tarea profesional, etc)? Con toda la sinceridad de la que
uno pueda llegar a ser capaz, ¿soy capaz de sentir la humedad y el pútrido olor
del fango donde me encuentro inmerso hasta el cuello? ¿Soy consciente de que me degrado y me degenero cuando excluyo
a Dios y le aparto para disfrutar la vida a mi manera y antojo? El grave
problema es que decimos que somos cristianos pero nuestro comportamiento dice que
Cristo no es nadie para nosotros, que no le tenemos en
consideración.
Un grave problema es
cuando un conjunto amplio de personas, animándose en el mal ejemplo y en la
vida facilona y pecaminosa, están desarrollando sus actividades y todo su
tiempo al margen de Dios. En ese
contexto uno no se siente denunciado en su pecado porque todo el mundo lo
comete –y no hace problema-, relajando totalmente la conciencia y
aprendiendo a estar sin Dios. Al
estar amparado por el colectivo y sentirse a gusto e integrado provoca que la
gracia de Dios no pueda llegar hasta ellos.
Solamente
aquellos que se dejen tocar por la gracia divina y deseen buscar la verdad rompiendo con la mentira de Satanás podrán
tener esa experiencia de cómo Jesucristo les saca del fango, les rescata de la
fosa realizando con cada uno una preciosa historia de salvación. Es entonces
cuando empieza a escocer el alma de remordimientos al haber quitado a
Dios del medio durante mucho tiempo. Dios nos abre los ojos del entendimiento
para que nuestros pecados sirvan para afianzar nuestra confianza en Él reconociendo
que todo lo vivido sin Cristo es tiempo desperdiciado y fuente de gran sufrimiento para
propios y ajenos. Recuerdo el testimonio
de una conversa que a los catorce años quedó embarazada. Dejó los estudios. Se
casó a los quince y a los diecisiete se divorció teniendo ya tres hijos. Fue de
tumbo en tumbo y de hombre en hombre, pensaba quitarse la vida por ser para
ella imposible de soportar. El agobio y la amargura era una constante diaria. Hasta
que escuchó que iban a dar unas catequesis del Camino Neocatecumenal y se dijo:
‘No tengo ya nada más que perder’. Asistió y se encontró con Jesucristo
sanador. El agua del Señor
Jesús curó su enfermedad. Descubrió
que Dios le amaba y que todos sus perjuicios contra la Iglesia eran consecuencia
de su pecado. Se reconoció sumergida en el fango, le escocía exasperadamente su pecado. Pidió perdón el Señor y el Señor le perdonó
su culpa y su pecado. Ahora está caminando con una Comunidad
Neocatecumenal, vive con sus hijos, no se ha vuelto a unir a ningún hombre,
concluyó la educación secundaria y ahora trabaja en un supermercado. Es la más
feliz disfrutando de la Eucaristía. Dios le ha rescatado de la fosa de los leones
y está escribiendo con ella una preciosa
historia de salvación. Ahora está feliz.
Realmente es cierto que el agua que sale
del Templo es sanadora. Todo encuentro con Cristo nos sana. Gracias a que
Jesucristo, el Hijo del Altísimo se encarnó haciéndose hombre, como uno de
nosotros menos en el pecado; gracias a que él murió por nuestros pecados y que
por nosotros resucitó... gracias al importantísimo esfuerzo que realizó
Jesucristo por cada uno de nosotros, gracias a esto tú y yo podemos ser sanados
por su amor, volver a empezar de cero nuestras vidas con la esperanza de poder
entrar, cuando el Señor lo desee, por la puerta grande de la Gloria en el
Cielo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario