sábado, 8 de noviembre de 2014

Homilía del domingo XXXII del tiempo ordinario, ciclo a, DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE LETRÁN

DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo a
LA DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE LETRÁN
LECTURA DE LA PROFECÍA DE EZEQUIEL 47, 1-2. 8-9. 12
SALMO 45
LECTURA DE LA PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS 3, 9c-11. 16-17
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 2, 13-22          
            Ayer mismo, a eso de la hora de comer, atravesando la Calle Mayor de Palencia hubo una situación que me causó molestar. Pasaba una muchacha y dos hombres –ya hechos  y derechos- le empezaron a ‘gritar salvajadas’, hacerle propuestas deshonestas y movimientos soeces. La chica aceleró el paso con miedo. Yo me encontraba al otro lado de los soportales dispuesto a intervenir si se llegaran a acercar a ella. ¿Qué es lo que veían estos hombres en esta muchacha? Veían una mujer como objeto de deseo. Si uno ‘quita a Dios del medio’, si uno vive como si Dios no existiese, el hombre se degrada, se degenera. Y al degradarse o degenerarse cualquier cosa o motivo es válida para hacer lo que ‘a mí me de la gana’ sin tener en la más mínima consideración el dolor que se genere para los demás. Es que resulta que, si ponemos a Dios donde le corresponde –en todo el centro de nuestro ser-, enseguida reconoceremos a esa muchacha como mi hermana. Como esa mujer que está llamada a hacer feliz un hogar; a una religiosa que reza por mi salvación; como esa maestra que educará a los pequeños; como esa cirujana que me salvará la vida en la mesa de operaciones, etc. Dios nos hace entender las cosas como realmente son. En cambio el pecado nos hace ver alucinaciones, espejismos, confundirnos dándonos por auténtico cosas que son falsas.
            Estamos siendo sometidos a unos planteamientos muy ajenos a nuestra fe y no nos estamos ni percatando. Son como micro relatos o mini catequesis mundanas que van pasando desapercibidas pero se van adjuntando a nuestro razonamiento y actuar. Cuentan que cuando una persona está muy expuesta y sin protección a la radiación que emiten ‘los rayos x’ uno sufre una serie de efectos nocivos. Es más, los que allí trabajan llevan colgando de un bolsillo de la camisa una especie de dispositivo que mide el nivel de radiación existente y que alerta. Nosotros estamos constantemente expuestos a estos micro relatos o mini catequesis mundanas.  
             Tiene que venir San Pablo, en la primera carta a los Corintios, para que nos diga «mire cada  uno como construye» y que  «nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo». Dicho con otras palabras: ¿Estoy permitiendo el construir mi vida con los criterios mundanos? Realmente ¿qué cosas tienen a mi corazón cautivado? Analizando el estado personal de mi vida ¿estoy respondiendo auténticamente a la vocación a la que el Señor me ha convocado? ¿Soy consciente de la ausencia de Dios en muchos aspectos de mi existencia, de mis relaciones personales, en mi tarea profesional, etc)? Con toda la sinceridad de la que uno pueda llegar a ser capaz, ¿soy capaz de sentir la humedad y el pútrido olor del fango donde me encuentro inmerso hasta el cuello? ¿Soy consciente de que me degrado y me degenero cuando excluyo a Dios y le aparto para disfrutar la vida a mi manera y antojo? El grave problema es que decimos que somos cristianos pero nuestro comportamiento dice que Cristo no es nadie para nosotros, que no le tenemos en consideración.
            Un grave problema es cuando un conjunto amplio de personas, animándose en el mal ejemplo y en la vida facilona y pecaminosa, están desarrollando sus actividades y todo su tiempo al margen de Dios. En ese contexto uno no se siente denunciado en su pecado porque todo el mundo lo comete –y no hace problema-, relajando totalmente la conciencia y aprendiendo a estar sin Dios. Al estar amparado por el colectivo y sentirse a gusto e integrado provoca que la gracia de Dios no pueda llegar hasta ellos.
            Solamente aquellos que se dejen tocar por la gracia divina y deseen buscar la verdad rompiendo con la mentira de Satanás podrán tener esa experiencia de cómo Jesucristo les saca del fango, les rescata de la fosa realizando con cada uno una preciosa historia de salvación. Es entonces cuando empieza a escocer el alma de remordimientos al haber quitado a Dios del medio durante mucho tiempo. Dios nos abre los ojos del entendimiento para que nuestros pecados sirvan para afianzar nuestra confianza en Él reconociendo que todo lo vivido sin Cristo es tiempo desperdiciado y fuente de gran sufrimiento para propios  y ajenos. Recuerdo el testimonio de una conversa que a los catorce años quedó embarazada. Dejó los estudios. Se casó a los quince y a los diecisiete se divorció teniendo ya tres hijos. Fue de tumbo en tumbo y de hombre en hombre, pensaba quitarse la vida por ser para ella imposible de soportar. El agobio y la amargura era una constante diaria. Hasta que escuchó que iban a dar unas catequesis del Camino Neocatecumenal y se dijo: ‘No tengo ya nada más que perder’. Asistió y se encontró con Jesucristo sanador.  El agua del Señor Jesús curó su enfermedad. Descubrió que Dios le amaba y que todos sus perjuicios contra la Iglesia eran consecuencia de su pecado. Se reconoció sumergida en el fango, le escocía  exasperadamente su pecado. Pidió perdón el Señor y el Señor le perdonó su culpa y su pecado. Ahora está caminando con una Comunidad Neocatecumenal, vive con sus hijos, no se ha vuelto a unir a ningún hombre, concluyó la educación secundaria y ahora trabaja en un supermercado. Es la más feliz disfrutando de la Eucaristía. Dios le ha rescatado de la fosa de los leones y está escribiendo con ella  una preciosa historia de salvación. Ahora está feliz.
            Realmente es cierto que el agua que sale del Templo es sanadora. Todo encuentro con Cristo nos sana. Gracias a que Jesucristo, el Hijo del Altísimo se encarnó haciéndose hombre, como uno de nosotros menos en el pecado; gracias a que él murió por nuestros pecados y que por nosotros resucitó... gracias al importantísimo esfuerzo que realizó Jesucristo por cada uno de nosotros, gracias a esto tú y yo podemos ser sanados por su amor, volver a empezar de cero nuestras vidas con la esperanza de poder entrar, cuando el Señor lo desee, por la puerta grande de la Gloria en el Cielo.

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