domingo, 16 de noviembre de 2014

Homilía del Domingo XXXIII del tiempo ordinario, ciclo a

DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo a
Proverbios 31,10-13. 19-20. 30-31
Salmo 127
Primera Epístola de San Pablo a los Tesalonicenses 5, 1-6
San Mateo 25, 14-30

            Ya hace unos años en nuestros pueblos castellanos se viene celebrando los ‘mercados medievales’. Ataviados de época, con sus trajes y escenografía de aquel tiempo no sólo dan un tono festivo a nuestras plazas sino que también se hace una especie de homenaje a los orfebres y artesanos que eran auténticos artistas. Una de esas tiendas, decoradas al detalle para ayudarnos a adentrarnos ‘en el túnel del tiempo’  se encontraba un auténtico maestro de artesanía.  Debajo de la mesa tenía una serie de pedruscos de diversa textura y color. Seguro que ha tenido que tener ayuda para poderlos desplazar.  Poco a poco, con un martillo y una especie de cincel va perfilando las pequeñas teselas de un sin fin de colores para poder componer un mosaico espectacular.

            Cuando uno se posiciona como un espectador que contempla  boquiabierto, el trabajo artesanal, se va dando cuenta de cómo existen corrillos de colores formados por la perfecta armonía de las teselas. Y cuando la obra está concluida se puede contemplar una escena de caza, la belleza de un bosque  o cualquier cosa que trasmita hermosura fruto de un trabajo bien hecho.

            Nuestra vida está llamada a ser una ofrenda constante y agradable a Dios. Esto supone mucha tarea y una dosis muy alta de responsabilidad. Cristo nos dice que el Reino de Dios ya está aquí; o sea que Cristo reine en mi vida. Eso es el Reino de Dios, que Cristo ejerza su señorío pleno reinando en mi existencia. Es el Señor el que me regala cada día, cada jornada, con sus 24 horas delimitadas como delimitadas también están –por unos cuantos milímetros- las teselas que componen el mosaico. Durante estas 24 horas, durante esta particular tesela, Dios plasma su particular impronta, su interesante aportación, me comunica su Palabra, me proporciona su Espíritu y me reconforta con su compañía.  Si yo soy dócil a sus inspiraciones, si yo muero a mi soberbia y permito que yo sea para Él su morada, Él día a día, jornada a jornada, tesela a tesela irá componiendo un magnífico mosaico, una grandiosa historia de salvación. Las teselas de los mosaicos son extraídas de mármoles y piedras con cualidades y colores determinados. Del mismo modo el Señor cada día nos ofrece una palabra nueva, un hermano que me incordia y otro que me cae bien, un día con una salud fuerte y otro con una salud quebradiza….una tarea que me cuesta, un estudio que me agota, los hijos que unas veces traen alegrías y otras cabreos… son infinitos los colores de las teselas como infinitas las variedades de situaciones a las que el Señor nos va planteando.  El ejemplo de vida de trabajo, esfuerzo y talento al servicio de la familia y de los necesitados, tal y como nos plantea el libro de los Proverbios son manifestaciones claras del reinado de Cristo en la vida de las personas (Proverbios 31,10-13. 19-20. 30-31). Una persona dócil al Espíritu Santo permitirá que cada particular tesela sea colocada en su justo lugar, en ese sitio a la que el Creador tenía ya dispuesto para confeccionar el magnífico mosaico de mi salvación.

            Un salmo responsorial nos dice ‘Si hoy escucháis la voz del Señor, no endurezcáis el corazón’ y el salmo responsorial de hoy nos dice ‘Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos’ (Salmo 127).  Cuando uno reconoce cómo Dios se va manifestando en la vida personal, cuando uno echa la mirada para atrás y agradece el cambio acaecido en uno por la eficacia de la acción divina, es entonces cuando brota de uno mismo la alabanza, la acción de gracias, la bendición, así como el firme propósito de ‘jamás separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús’. Tal y como nos escribe San Pablo deseamos vivir ‘como hijos de la luz e hijos del día’, en atenta vigilancia, porque, sin nosotros merecérnoslo, va confeccionando, día a día y tesela a tesela, el mosaico de nuestra propia salvación (Primera Epístola de San Pablo a los Tesalonicenses 5, 1-6).

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