sábado, 31 de mayo de 2014

Homilía del Domingo VII del Tiempo Pascual, ciclo a


DOMINGO VII DEL TIEMPO PASCUAL, ciclo a

LECTURA DEL LIBRO DE LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES 1, 1-11
SALMO 46
LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS EFESIOS 1, 17-23
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 28, 16-20

            Muchas personas desean ser consoladas por evasiones o por recursos inmediatos. Un esposo que no está contento con su mujer y se va a buscar a otra o otras; un estudiante que tiene ganas de romper con su tarea y expulsar toda la tensión acumulada durante la semana y se va de fiesta hasta las tantas y abusando del alcohol y de lo que no es el alcohol. Gente que se meten en los juegos del rol para poder vivir otra vida distinta a la suya; muchachas que buscan el amor por senderos tortuosos e hirientes para sus personas; personas alborotadas que destrozan lo que encuentran a su paso creyendo así desfogarse. Ellos creen que así serán consolados, creen que así encontrarán la ansiada serenidad. Además resulta hasta curioso las argucias del Demonio ya que con sus redes malignas nos hacen pensar que el mal o desenfreno de las pasiones que uno pueda tener en un instante determinado queda consumido en ese mismo momento sin repercusiones. Como si fuese un petardo que explota y a los pocos segundos el estampido y la humareda desaparecen de escena. Pero es que resulta que incluso ese petardo deja su huella ennegreciendo esa pequeña parte de la acera.

            Cristo nos dice: «Se me dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo». Muchas de las personas con las que nos encontramos por la calle, en el hospital, en los portales de vecinos, en los pueblos y ciudades están inmersas en un profundo socavón de crisis de sentido. Están en una constante apatía con altas dosis de puro relativismo. Es ahí donde el Demonio se arremanga y se frota las manos porque encuentra 'el caldo de cultivo' propicio para ganarnos para 'su causa de perdición'. El Demonio va susurrando al oído consignas como éstas: ¿Tiene sentido empeñarse en este trabajo?, ¿vale la pena ilusionarse con las personas y los proyectos?, ¿no es un absurdo entregar la vida en estos menesteres?, ¿para qué desgastarte en la tarea de la evangelización si todo va a seguir igual y la gente pasa de todo? Pero hermanos, no olvidemos que el poder de Dios es infinito, y si el pecado abundó más sobreabundante es, ha sido y será la gracia de Dios. Es Dios mismo quien nos conduce ante la apretura de esta crisis. Es Dios mismo quien nos pone en situaciones delicadas para que recapacitemos y nos convirtamos a Él. Y ¿por qué?, ¿acaso Dios se entretiene haciendo sufrir a los hombres como si fuésemos sus títeres? Hermanos, Dios busca que nos dejemos vaciar y desnudar por Él para ser de nuevo por Él revestidos con su gracia.

            Quizás en esta época donde algunos presbíteros ya ni se sientan a confesar, donde ni si quiera se proclaman las lecturas requeridas en la Eucaristía, donde el libro del Misal es sustituido por fotocopias 'más originales', donde se trata a los laicos como infantiles con papelitos con palabras con la escusa de la participación en la Eucaristía, donde las estolas de colores son las más 'molonas', en donde se omite la homilía para 'no alargar la celebración', donde el Altar sirve para apoyar pizarras o corcheras para clavar y pintar; quizás en la época donde el cura, para socializar con la gente, se confunde con el personal 'empinando bien la bota de vino' manchándose la camisa de cuadros, en donde todos los dioses e ídolos son válidos... quizás en esta época el Señor nos quiera decir que con tanta secularización es imposible poder ayudar a guardar los tesoros que Jesucristo nos ha dado. Y recordemos que el Señor nos encomendó que les enseñásemos a guardar todo lo que Él nos había mandado.

            No podemos buscar salidas equivocadas. Lo nuestro es adentrarnos en ese trato de intimidad con el Maestro para irnos empapando de su SABIDURÍA y así disfrutar y enseñar a disfrutar a nuestros hermanos de la presencia del Señor. Y esto es posible porque Él nos hizo una promesa: «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».

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