sábado, 17 de mayo de 2014

Homilía del Domingo Quinto de Pascua, ciclo a


DOMINGO QUINTO DE PASCUA, ciclo a

LECTURA DEL LIBRO DE LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES 6, 1-7
SALMO 32
LECTURA DE LA PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PEDRO 2, 4-9
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 14, 1-12

            Hermanos, no nacemos cristianos. Es cierto que el bautismo nos une a Cristo y nos hace cristianos, pero luego -y aquí tenemos la gran asignatura pendiente en la mayoría de las familias- hace falta que cada uno ajuste su existencia a la de Cristo, su pensamiento al de Cristo, sus sentimientos y aspiraciones a los de Cristo, su vida a la de Cristo y todo dentro de la comunidad de los discípulos de Jesús que está en la Iglesia Católica. Uno de los serios problemas que nos encontramos es que los laicos, al no encontrar referentes de vida cristiana, se enfrían en su ser cristiano; llegan a pensar que esto de ser cristiano da lo que da, o sea poquita cosa. No han llegado a descubrir que es eso que decía el Señor y nos lo trasmite el Evangelista San Juan: «El agua que yo quiero darle se convertirá en su interior en un manantial del que surge la vida eterna» (Jn 4,14). Realmente es un pena que tantos y tantos cristianos no se enteren de la riqueza que supone tener a Cristo en sus vidas. Reducir el ser cristiano a la asistencia a la Misa dominical pudo servir hace unos cuantos años, cuando el ambiente reinante era religioso. No obstante era altamente insuficiente. Aún resuenan en mis oídos la conversación con una persona con un cargo muy importante en la Iglesia que me dijo tan convencido que «la gente ya se salvaba con el hecho de ir a Misa los domingos». Pues hermanos, pues como que no. Uno no pone una maceta con su planta en el balcón bajo el sol sofocante del verano y se digna a regarla un único día a la semana, y eso si encima no se le olvida a uno. Es cierto que la Eucaristía dominical es un elemento esencial e imprescindible de la identidad cristiana, para uno mismo y para los demás, pero debemos ir más allá: anunciar durante toda la semana lo que hemos celebrado.

            Muchos nos damos cuenta cómo nuestros niños de Primera Comunión y los de Confirmación desaparecen del mapa tan pronto como ellos 'han cumplido'. ¿Por qué será? La respuesta no puede ser más elemental: Entraron con vida pagana y salen como entraron. Y todo es porque ni se han planteado un proceso de conversión. San Pedro, en su primera carta, nos escribe diciéndonos que nosotros «como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo». El cristiano que no lleva una vida santa 'ha matado su propio bautismo'; nos estamos encontrando con una multitud de cristianos paganizados que 'han matado su propio bautismo' y no sienten la urgencia de adentrarse en ese proceso de conversión al Señor. De este modo la gracia de Dios se desprecia la gracia de Dios, 'se echa en saco roto' la gracia de Dios; y eso que San Pablo nos lo dice: «Os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios» (2 Cor 6,1).

            Cuando el Señor nos está exhortando a permanecer es porque desea que nos afiancemos en la convicción de que hay que tratar de vivir siempre en la verdad. El Señor sabe que se da un enfriamiento religioso y una apostasía continuada y por eso se nos urge a buscar con sinceridad lo que Dios quiere de su Iglesia y de cada uno de los aquí presentes en estos momentos.  

No hay comentarios: