HOMILÍA DEL
DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo c
PROFECÍA DE AMÓS 6,
1a. 4-7; SALMO 145;
LECTURA DE LA PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL
SAN PABLO A TIMOTEO 6, 11-16;
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN
LUCAS 16, 19-31
Hace poco hemos empezado el curso
escolar y pastoral. Nos tenemos que amoldar a unos horarios, a unas clases, a
unas actividades. Y uno intenta estar a la altura. Las tareas cotidianas nos absorben
ya que exigen toda nuestra atención. Es como si nos estuvieran marcando las
pautas a hacer a lo largo de la jornada. Sin embargo no somos máquinas ni
computadoras que hacen las cosas en serie porque previamente han sido
programadas. Nosotros, todo lo que
hacemos, tiene una marca distintiva, unas peculiaridades especiales.
Santa Teresa de Jesús, que nos
asombra por su capacidad de descubrir a Dios en medio de lo cotidiano, ya decía
a sus monjas «Entended que, si es en la
cocina, también entre los pucheros anda el Señor». Una de sus notas
distintivas era realizar su actividad con esa alegría que únicamente puede
proporcionar Dios, sabiéndose amada y correspondiendo a ese amor. En cambio a
nosotros nos pueden los afanes y preocupaciones de la vida y nuestra fe queda
como ‘domesticada’, ‘recluida’, con ese miedo escénico que paraliza. Los santos
nos enseñan que no debemos de tener miedo a la hora de mostrarnos como
cristianos porque el Señor nunca abandona a sus hijos.
Ahora bien, si tú eres cristiano
¿qué nota distintiva vas dejando en las diversas tareas que realizas? ¿Dónde
queda esa particular impronta de tu fe?
Vamos a atender la catequesis que
nos ha ofrecido el rico Epulón. Por lo visto, este hombre creía en Dios, pero
no quería saber nada de Dios. Epulón se había amoldado a sus comodidades, a sus
seguridades, a su dinero, a su estatus social y no se planteaba nada más. Es
más, toda su existencia giraba en torno a sí.
Los demás le interesaban en la medida en que él pudiese sacar provecho.
Nosotros podemos tener un gran
peligro: entrar en una dinámica de disfrute personal olvidándonos de los
hermanos que sufren. Recordemos lo que nos ha dicho el profeta Amós –en la
primera de las lecturas- que las riquezas de este mundo son efímeras, y quien
se entrega a ellas con un absoluto está labrando su propia perdición. Por eso
San Pablo en su carta a su discípulo Timoteo nos recuerda cómo ha de
comportarse un “hombre de Dios” y enumera las cualidades que deben adornarlo:
justicia, piedad, fe, amor, paciencia, delicadeza. Son cualidades propias de quien
no viven entregados a los vicios, sino en la tensión de un combate, el combate
de ser fieles a Cristo porque se desea ofrecer su testimonio de vida anunciando
al Señor.
He empezado diciendo que cada cual
va dejando su impronta personal, su marca distintiva en las cosas que va
haciendo. No nos amoldemos a los criterios de este mundo, prestemos atención a
las orientaciones que nos ofrece la Palabra de Dios para que sea Ella y no
nuestros intereses quienes muevan nuestras vidas.
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