sábado, 28 de septiembre de 2013

Homilía del domingo XXVI del tiempo ordinario, ciclo c


HOMILÍA DEL DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo c

PROFECÍA DE AMÓS 6, 1a. 4-7; SALMO 145;

LECTURA DE LA PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A TIMOTEO 6, 11-16;

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 16, 19-31

           
            Hace poco hemos empezado el curso escolar y pastoral. Nos tenemos que amoldar a unos horarios, a unas clases, a unas actividades. Y uno intenta estar a la altura. Las tareas cotidianas nos absorben ya que exigen toda nuestra atención. Es como si nos estuvieran marcando las pautas a hacer a lo largo de la jornada. Sin embargo no somos máquinas ni computadoras que hacen las cosas en serie porque previamente han sido programadas. Nosotros, todo lo que hacemos, tiene una marca distintiva, unas peculiaridades especiales.

            Santa Teresa de Jesús, que nos asombra por su capacidad de descubrir a Dios en medio de lo cotidiano, ya decía a sus monjas «Entended que, si es en la cocina, también entre los pucheros anda el Señor». Una de sus notas distintivas era realizar su actividad con esa alegría que únicamente puede proporcionar Dios, sabiéndose amada y correspondiendo a ese amor. En cambio a nosotros nos pueden los afanes y preocupaciones de la vida y nuestra fe queda como ‘domesticada’, ‘recluida’, con ese miedo escénico que paraliza. Los santos nos enseñan que no debemos de tener miedo a la hora de mostrarnos como cristianos porque el Señor nunca abandona a sus hijos.  

            Ahora bien, si tú eres cristiano ¿qué nota distintiva vas dejando en las diversas tareas que realizas? ¿Dónde queda esa particular impronta de tu fe?    

            Vamos a atender la catequesis que nos ha ofrecido el rico Epulón. Por lo visto, este hombre creía en Dios, pero no quería saber nada de Dios. Epulón se había amoldado a sus comodidades, a sus seguridades, a su dinero, a su estatus social y no se planteaba nada más. Es más, toda su existencia giraba en torno a sí. Los demás le interesaban en la medida en que él pudiese sacar provecho.

            Nosotros podemos tener un gran peligro: entrar en una dinámica de disfrute personal olvidándonos de los hermanos que sufren. Recordemos lo que nos ha dicho el profeta Amós –en la primera de las lecturas- que las riquezas de este mundo son efímeras, y quien se entrega a ellas con un absoluto está labrando su propia perdición. Por eso San Pablo en su carta a su discípulo Timoteo nos recuerda cómo ha de comportarse un “hombre de Dios” y enumera las cualidades que deben adornarlo: justicia, piedad, fe, amor, paciencia, delicadeza. Son cualidades propias de quien no viven entregados a los vicios, sino en la tensión de un combate, el combate de ser fieles a Cristo porque se desea ofrecer su testimonio de vida anunciando al Señor.  

            He empezado diciendo que cada cual va dejando su impronta personal, su marca distintiva en las cosas que va haciendo. No nos amoldemos a los criterios de este mundo, prestemos atención a las orientaciones que nos ofrece la Palabra de Dios para que sea Ella y no nuestros intereses quienes muevan nuestras vidas.

 
        

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