HOMILÍA
del domingo XXIV del tiempo ordinario, ciclo c
ÉXODO 32, 7-11. 13-14; SALMO
50; APÓSTOL SAN PABLO A TIMOTEO 1, 12-17; SAN LUCAS
15, 1-32
Dios tiene un aguante y una
paciencia infinita con cada uno de los presentes. Y de hecho ese aguante y esa
paciencia es para nosotros ese ‘balón de oxígeno’ o esa ‘tabla de salvación’
para poder salir hacia delante. Y ¿por qué digo que Dios tiene un aguante y una
paciencia infinita? Porque nosotros también nos comportamos –de un modo
insensato, necio y tan desagradecido- como el pueblo judío más salir de la
esclavitud de Egipto. El Señor dice a Moisés: «Anda, baja del monte, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste
de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado».
Dense cuenta de ese adverbio temporal que emplea Dios: ‘Pronto’. O sea, no se han esforzado por mantenerse fieles;
muy poco tiempo les ha durado la actitud agradecida; enseguida se han cansado
en ese esfuerzo en el amor.
El pueblo judío se había dejado hipnotizar
por el pecado, dominar por los placeres, seducir por lo cómodo, dejarse llevar
por lo que ‘les pedía el cuerpo’. Dios les había señalado el camino y había
designado a Moisés para que les acaudillase. Dios se había tomado muchas
molestias con ellos, y ellos respondieron con indiferencia y dejándose seducir
por las cosas mundanas.
El camino que conduce a la perdición es muy
amplio, en donde todo está permitido, todo se presenta como bueno y muy
apetitoso. Y en este contexto la persona ‘se relaja’, se ‘va dejando’, se ‘va
estropeando’, se acostumbra a la oscuridad que genera el pecado y no añora la
luz de la gracia salvadora. Como si fuera una enorme tela de araña nos va
envolviendo, nos va sometiendo, sujetando e impidiendo disfrutar de la verdad
que es Cristo, porque la mentira y toda la dinámica perversa que conlleva
conquista, daña y se hace dueña y señora
de nuestra mente y de nuestro corazón.
La suerte que tenemos los cristianos es que
Dios nos sigue señalando el camino en su Hijo Jesucristo, y además, Dios sigue
enviando a hombres y a mujeres que llenos del Espíritu del Señor para que ellos
ayuden a sus hermanos, los hombres, para que puedan conocer, seguir y amar a
Dios. San Pablo es uno de esos grandes hombres de los cuales Dios se fio
totalmente de él. Sin embargo no olvidemos que al principio Pablo de Tarso era
un perseguidor de los cristianos, era un tosco pedazo de roca sin tallar. En un
principio estaba totalmente cerrado a Jesucristo, es más, no quería ni oír
hablar de Él. Llega Cristo a su vida, le toca en el corazón y Pablo se derrite
como un cubito de hielo a pleno sol en agosto. Y desde lo más íntimo de Pablo
empieza a brotar constantemente un canto de alabanza y de profundo
agradecimiento a Jesucristo porque se ha dado cuenta de la infinita paciencia y
misericordia que Dios ha derrochado con él. Cuando Pablo estaba persiguiendo a
los cristianos, Dios estaba ejercitando su misericordia con él; cuando estaba
maquinando contra la enseñanza de Jesucristo, Dios le estaba mirando con
ternura y gran paciencia. Pablo se dejó conquistar por el amor de Dios
manifestado en Cristo Jesús y entró a formar parte como embajador de Dios ante
los hombres.
Sin embargo ni nosotros ni nadie puede
bajar la guardia en ese trato de amistar con el Señor. No sea que nos suceda
como el hijo mayor de la parábola. Sí, ese que se había quedado con su padre
cuando el hijo menor se había ido de la casa paterna. No sea que ‘PRONTO’ nos
cansemos de estar con el Señor y aunque estemos físicamente cerca de Él,
oigamos su Palabra todos los días, le comulguemos con mucha frecuencia…sin
embargo nuestro corazón puede encontrarse a años luz de distancia del corazón
de Cristo. Nosotros hemos sido encendidos por Dios y nos ha constituido en sus
mensajeros, en sus lámparas para que ayudemos a nuestros hermanos a descubrir
al que da la vida y nos sostiene con su misericordia.
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