sábado, 27 de julio de 2013

Homilía del Domingo XVII del tiempo ordinario, ciclo c


DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo c. GÉNESIS 18, 20-32; SALMO 137; SAN PABLO A LOS COLOSENSES 2, 12-14; SAN LUCAS 11, 1- 13

 
         Hermanos, cuando empezamos a hablar, con el idioma aprendemos a asumir una concepción de la cultura, unas costumbres, un modo determinado de entender la historia tanto del pueblo, de la familia como el de la época. No se trata únicamente de aprender unas reglas gramaticales y un vocabulario, hay muchas cosas detrás. Uno empieza a formar parte de un proyecto común, de una historia, de una gastronomía, de unas tradiciones y de un recorrido de un pueblo determinado.

         Nosotros, los cristianos tenemos un idioma determinado. Un idioma que nos va enseñando un maestro muy particular: El Espíritu Santo. Se trata del idioma del amor de Dios. Ese es el idioma que tenemos los cristianos para comunicarnos. Si somos dóciles discípulos/alumnos del Espíritu Santo iremos asumiendo una concepción de la cultura que mane/brote del Evangelio; unas costumbres que sean coherentes con la fe que se profesa y un modo de entender tanto la familia como la propia vida en donde Jesucristo sea la pieza esencial.

         Cada región de nuestra nación tiene algo que la hace especial y atrayente, ya sea por la gastronomía, por los encierros, por las fallas, por los toros, por la cultura, por los monumentos, por el paisaje, las playas y por sus gentes... Todos son reclamos que se explotan para que los turistas puedan disfrutar de eso que es particular y exclusivo de esa tierra. Nosotros los cristianos formamos parte de un pueblo de Dios, somos ciudadanos del Nuevo Pueblo de la Alianza. Sin embargo algo debe de fallar porque la gente que 'nos ve desde fuera' no llegan a percibir aquellas cosas que nos hacen irrepetibles y especiales. No tenemos 'ese gancho' que sepa atraer la atención de los demás. Somos como ese pueblo que pasa desapercibido al no mostrar sus señas particulares de identidad, y nosotros no podemos pasar desapercibidos porque el amor de Dios nos urge, nos obliga a anunciarle allá en donde nos encontremos, y hacerlo con convicción valiente.

         Es que resulta que la vida y la cruz de Jesús ha hecho todo nuevo. Dice San Pablo a los Colosenses: «Por el bautismo fuisteis sepultados con Cristo y habéis resucitado con Él». Además nos dice que 'Dios nos dio la vida en Cristo', por lo tanto es Cristo el que nos hace muy especiales. Nuestra particular seña de identidad ante el mundo es disfrutar y hacer descubrir la presencia real y activa de Jesucristo Resucitado.

         Parece que estamos acostumbrados a entender nuestro ser cristiano como un conjunto de cosas a hacer. Y es que resulta que ser cristiano supone encontrarse continuamente con Cristo, enriquecerse con su presencia y aportar a los demás esa novedad que el mismo Cristo te ha dado. La educación y crecimiento de cada cristiano consistirá en la asimilación personal de ese encuentro personal con Jesucristo para llegar a ser capaz de comunicar esa novedad que engrandece a la persona.

 

domingo, 21 de julio de 2013

Homilía del domingo XVI del tiempo ordinario, ciclo c


DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO. ciclo c GÉNESIS 18, 1-10a; SALMO 14; SAN PABLO A LOS COLOSENSES 1, 24-28; SAN LUCAS 10, 38-42

 

            Cada creyente necesita recomponer la unidad de la coherencia en su propia vida, en sus convicciones y comportamientos. Seguramente que en los tiempos de Abrahán el pan -precisamente- no sobrase ni los terneros se comiesen más que en días sumamente especiales. Sin embargo Abrahán, desde su tienda vio a tres hombres que se aproximaban. Eran tres caminantes. No los conoce y sorprende el trato tan excepcional que les da, siguiendo las leyes de la hospitalidad oriental. Realmente sorprende la capacidad de acogida para poder aceptar a una persona.  

            Este pasaje del libro del Génesis nos remite a aquellas palabras de Jesucristo cuando nos dice: «Venid benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber». De tal modo que esa persona a la que se acoge es el mismo Señor. Abrahán se interesa tanto por el bienestar de esos caminantes porque sabe que Dios 'anda por medio' de todo esa situación.

            Nosotros hemos recibido la gracia; y la gracia tiene un nombre: JESUCRISTO. Ante esto ¿cómo le acogemos?¿nos fiamos de Él?¿nos alejamos de Él?. La vida de un cristiano es una constante lucha para no instalarnos en los principios de este mundo. Uno que desea ser fiel a Cristo está llamado a crecer en coherencia en su propia vida. Ha de aprender a saber aplicar la fe respecto a los problemas reales y circunstancias concretas. El padre y la madre que educan a sus hijos lo hacen gracias a la convivencia que mantienen con ellos. Su hogar -de este modo- se convierte en escuela y en esa escuela se aprende para la vida. Si Cristo Jesús se hospeda en nuestra tienda podremos ir entendiendo cómo ir dando respuesta -en cristiano y desde la fe- a los diversos desafíos que nos van planteando diariamente. De este modo creceremos en coherencia entre nuestro ser cristiano y nuestro actuar como cristiano. A Jesucristo le acogemos cada vez que le comulgamos, cada vez que recibimos su perdón, cada vez que rezamos y leemos la Palabra de Dios. Y acogemos a Cristo porque le necesitamos y precisamos fortalecer nuestra fe e ir adquiriendo una visión sobrenatural de la propia vida.

            Sin embargo el corazón del hombre se asemeja a un potente imán que atrae todo tipo de hierro hacia sí. De tal modo que no queda ni un milímetro cuadrado libre porque todo ha quedado ocupado. Cuando uno tiene garantizado los afectos, la familia, los amigos, el trabajo, el dinero... uno se tiende a olvidar de Dios. Esto suele suceder porque cuando uno no ha descubierto el amor de Jesucristo... pues no lo echa de menos. Cuando uno dice conocer a Dios pero no ha experimentado su presencia divina no añora el contacto con Él. María -en el Evangelio- tiene esa experiencia de 'arañar' cualquier momento para poder estar con Jesucristo. María se quedaba como embobada ante la presencia de Jesús porque se ha descubierto amada, reconocida y querida. Y ese 'estar embobado' no pasa precisamente desapercibido, sino que todos los de alrededor se percatan, se dan cuenta de ello, de tal modo que la gente siente como 'pelusa', esa envidia típica de los niños. Marta sintió esa 'pelusa' ya que sabía que estar con Jesús, acoger a Jesús es lo único realmente necesario.

jueves, 18 de julio de 2013

Fiesta en la Residencia de ancianos de Cevico de la Torre


FIESTA EN LA RESIDENCIA DE LOS ANCIANOS DE CEVICO DE LA TORRE

            Dios desde el principio -ya desde el Génesis- ha deseado entablar una relación de amistad con nosotros: UNA ALIANZA DE AMOR. Dios no necesita de nuestro amor ni nuestras ofrendas le enriquecen. Lo que Él desea es que todos nosotros podamos adquirir la salvación, pero para poderla anhelar previamente debemos de conocer de su existencia, ya que se pone en búsqueda sin saber previamente el objeto o la cosa que se busca. Un escultor no puede esculpir una figura de un animal si previamente no sabe cómo es mencionado animal. Tendemos a ir tras aquello que se nos da a conocer y quien nos ha dado a conocer la salvación es el propio Dios. Pero atención, Dios no tenía ninguna obligación de mostrarnos nada de nada y podríamos -perfectamente- haber seguido viviendo en la más de las absolutas ignorancias, pero Dios -movido por amor- nos entregó este impresionante regalo.

            Dios conoce que el hombre es un ser curioso, que se mueve por la curiosidad, es inquieto, que siempre desea adquirir conocimientos e indagar. Por eso -por medio de esa zarza ardiente que no se consumía- se presenta ante la presencia de Moisés y le llama para presentarse ante Moisés. Moisés se acerca y Dios le da una indicación muy importante: ¡Descálzate!. ¡Quítate las sandalias porque el suelo que estás pisando no es tuyo, es tierra sagrada! Moisés se descalza porque es tierra no es como el resto de la tierra. Sin embargo Dios desea dar una gran catequesis a Moisés -y a nosotros- ya que al estar pisando descalzo esa tierra sagrada le está también diciendo que toda su persona, sus pensamientos, sus deseos, sus planes de futuro, sus inquietudes, todo lo que tiene y va a tener a lo largo de su vida no le pertenece a él, sino que todo le pertenece al mismo Dios. Moisés empieza a ser propiedad de Dios. En la época de los señores feudales la tierra que adquiría ese señor feudal iba añeja, unida a todos aquellos que vivían en esas tierras. En la época de la esclavitud junto con la tierras y posesiones iba -en el mismo lote- a las personas que estaban dominadas bajo el yugo de la esclavitud. Pero Dios al tener a Moisés como siervo no le minusvalora, ni ataca a su dignidad de persona, ni mucho menos le devalúa, sino que le ennoblece, le engrandece, le levanta, le enriquece.

            Dios no se queda ahí sino que además le da una tarea, una vocación, un cometido a desempeñar: VETE AL FARAON PARA LIBERAR A MI PUEBLO DE LA ESCLAVITUD QUE PADECE EN EGIPTO. Moisés entiende que él ya no es el dueño de su existir, sino mero administrador y que a partir de ahora toda su vida se ha constituido, para a ser una constante ofrenda de alabanza a Dios. Cuando Dios entrega una vocación -matrimonial, consagrada, de servicio, sacerdotal...la que sea-, es para vivirla en presencia de Dios y entenderla como una ofrenda permanente.

            Dios le dice su nombre: YO SOY EL QUE SOY, yo soy el que ESTOY. Dios no se desentiende de nosotros cuando nos da una vocación, sino que nos acompaña, nos da su fuerza y su Espíritu. Y Dios ha estado con nosotros desde el principio. ¿Se acuerdan ustedes de las palabras de Jesucristo "yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo"?. Esto de tener a Dios cerca de nosotros es toda una constante a lo largo de toda la historia de la salvación. Y cuando uno adquiere esa sensibilidad tan necesaria para sentirle cerca -cuidando la vida cristiana con gran solicitud-  se va dando cuenta cómo Jesucristo te va enriqueciendo y genera dentro de tí 'una fuente de agua viva' porque se produce una nueva gestación -ya no dentro del seno materno- sino cobijados bajo la acción del Espíritu Santo. Es lo que llama San Pablo el hombre nuevo, el hombre de la gracia, el vivir en Cristo, por Cristo y en Cristo. Y esa nueva gestación sobrenatural  que uno experimenta no es para vivir bajo la tiranía del pecado, sino para gozar de la dulzura de la libertad que proporciona la gracia de Dios. Los esclavos cuando iban a ser vendidos en las plazas públicas llevaban una pequeña pizarra atada al cuello en donde quedaba anotado el precio de ese esclavo. El que quería lo compraba como se compra en la plaza un kilo de alubias o de lentejas. Nosotros llevamos en el pecho el crucifijo recordándonos que hemos sido comprados a precio de sangre por el Cordero de Dios, que nuestro precio es infinito -y él nos ha adquirido-, que hemos sido rescatados de la esclavitud del pecado y que somos libres porque ante la presencia de Dios uno descubre realmente tanto lo que es el amor como lo que es la libertad.

 

sábado, 13 de julio de 2013

Homilía del domingo XV del tiempo ordinario, ciclo c


DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo c; DEUTERONOMIO 30, 10-14; SALMO 68; SAN PABLO A LOS COLOSENSES 1, 15-20; SAN LUCAS 10, 25-37

 

            En nuestra cultura actual se ensalza mucho los valores de la solidaridad. Pero en una cultura laicista -donde se da hostilidad o indiferencia contra la religión-, el cuidado de los pobres y necesitados se remite a las instituciones públicas. Si yo me olvido de lo trascendente, si yo me olvido de Dios esa persona que sufre no es mi hermano sino un auténtico incordio. La lógica del sistema -en el que estamos embarcados- lleva a defender por encima de todo el propio bienestar. Se habla de sufrimiento, de pobreza y de miseria, pero cada cual tiene que tener garantizado su propio bienestar, sus seguridades y sus cosas. Por eso no se habla de renuncias, ni de sacrificios para favorecer el bien de los demás.

            Sólo cuando asumamos las renuncias y sacrificios por el bien de los demás empezaremos a descubrir el amor y la auténtica solidaridad. Les voy a poner un ejemplo: El ayuno cristiano. San Juan, en su primera carta nos dice: «Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?»” (1 Jn 3,17). Ayunar por voluntad propia nos ayuda a cultivar el estilo del Buen Samaritano, que se inclina y ayuda al hermano que sufre. Al escoger libremente privarnos de algo para ayudar a los demás, demostramos concretamente que nos importa el sufrimiento de ese hermano nuestro. Es decir, yo me privo de algo para dárselo a esa persona que sufre o a esa institución eclesial que se encarga de hacer llegar esa ayuda a los necesitados.

            Ahora bien, para aceptar y desear el propio sacrificio hay que verlo como un bien, y esto sólo es posible desde  una perspectiva religiosa, en el que renunciar a algo por amor del prójimo nos acerca a Dios y nos hace creer y crecer en el amor auténtico que brota del corazón de Cristo. Supongan ustedes que hubiese un gran interruptor -como los de la luz- que poniéndolo en la posición de OFF -de desconectado- pudiésemos desentendernos tanto de Dios como de las indicaciones de la Iglesia. ¿Qué es lo que tendríamos? ¿la caridad fraterna sería auténtica? ¿quedaría dañado las relaciones humanas?. Hermanos, si quitamos a Dios del medio, si nos olvidamos de Dios la caridad se convierte en un mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. El amor se convierte en presa de las emociones y de las diversas opiniones siendo todas igualmente de válidas y valiosas. Moisés cuando habla al pueblo le dice: «Escucha la voz del Señor, tu Dios» y les sigue exhortando con estas palabras «conviértete al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma». Luego viene San Pablo que escribe a los Colosenses recordándoles una cosa sumamente importante: Todas las cosas -las del cielo y las de la tierra- se mantiene en Cristo. O sea, que Cristo es el que da consistencia a todo. Es como si Cristo fuese las paredes o pilares maestros de un edificio, de tal modo que si ellos fallasen todo el edificio se convertiría en un montón de escombros. Por eso Jesús cuando nos plantea la parábola del buen samaritano nos está haciendo una clara invitación a que seamos portadores del auténtico amor, entendido como servicio al prójimo, preocupándonos no sólo de la ayuda material, sino también del sosiego y del cuidado del alma. ¿Se dan cuenta ustedes de la gran riqueza de la que nos vemos privados tan pronto como quitamos a Dios de nuestras vidas?

 

sábado, 6 de julio de 2013

Homilía del domingo XIV del Tiempo Ordinario, ciclo c


DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo c ISAÍAS 66, 10-14c; SALMO 65; SAN PABLO A LOS GÁLATAS 6, 14-18; SAN LUCAS 10, 1-12.17-20

 

            Hermanos, creer en Dios y creer en Jesucristo influye en nuestra manera de ver el mundo, en la idea que tenemos de nosotros mismos, en el modo de situarnos y desenvolvernos en la realidad, en nuestras relaciones con las cosas y sobre todo en nuestro modo de estar con las personas. Del contacto personal con Cristo nacen unos modelos de comportamiento arraigados y firmes. Cristo no vino a nosotros para presentarnos una doctrina ni una filosofía. Cristo nos ofrece un modo de vivir iluminados por el Espíritu Santo de Dios.

            La sociedad actual nos plantea -perdón, nos imponen- unos modos de vivir iluminados por el placer, la sensualidad, el consumismo, disfrutar de lo que sabemos que es efímero -pasajero, de corta duración- pero engañándonos vendiéndonos que eso es lo definitivo. Y lo peor de todo esto hermanos, es que esto al resultarnos atrayente y muy apetitoso, anestesiamos nuestra conciencia, aceptamos como bueno lo que sabemos que es perjudicial para nuestra vida espiritual. Luego viene la Iglesia anunciando el mensaje de Jesucristo para que el hombre sea libre y al desenmascarar la mentira que envuelve ese modo de vivir indigno es entonces cuando 'saltan las chispas' atacando a la Iglesia de 'no ir con la sociedad ni con los tiempos'.

            La Iglesia, iluminada con las palabras del Maestro, cree que el hombre y la mujer ha sido creado para «ser un himno de alabanza a su gloria» (Ef 1,12), «para que fuésemos su pueblo y nos mantuviéramos sin mancha en su presencia» (Ef 1,4), de tal modo que todas nuestra acciones sean para hablar bien de Dios. El profeta Isaías presenta a Dios como una madre amamantando a su bebé, como un río de paz inundando nuestro mundo. Es lo que Jesús llamará 'el Reino'. Una humanidad en que reine el estilo de Dios. La dificultad seria radica cuando uno cree en conciencia estar cerca de Jesucristo pero no se ha asumido ni incorporado las orientaciones que Él ha ido ofreciendo en los diversos aspectos de la vida. Si Cristo te ha proporcionado consejos y uno 'se ha hecho el sordo' pensaremos que las cosas en la vida cristiana va marchando bien pero nos estaremos engañando. San Pablo en su carta a los Gálatas nos habla de «una criatura nueva», no nos habla de 'una criatura maquillada', sino de una criatura «que nace del agua y del Espíritu» (Jn 3,5), de hecho esto mismo fue lo que Jesús dijo a Nicodemo en aquella noche dichosa para el anciano Nicodemo. El propio ser de la persona queda sublimado, elevado, enriquecido, ennoblecido, divinizado en Cristo Jesús.

            Nace una forma nueva de entender y realizar el matrimonio y la vida familiar, el modo de vivir e interpretar los momentos decisivos de la salud y de la enfermedad, del nacimiento y de la muerte. Estamos constatando, nos estamos dando cuenta cómo los nuevos ciudadanos -nuestros jóvenes y los matrimonios de mediana edad- no se incorporan a la Iglesia, porque la mayoría de los ciudadanos siguen dócilmente las pautas provenientes de la sociedad porque les resulta -en principio- mucho más cómodo. Nosotros, los cristianos tenemos como misión presentarles a Cristo, no sólo con nuestras palabras sino con nuestro estilo de vida. Ya que mencionado estilo de vida cristiano -si realmente es fiel al mensaje de Cristo- será como una invitación muy clara para que esos hermanos nuestros puedan conocer a aquel que da sentido a nuestra existencia: Cristo Jesús. Jesucristo nos envía a todos los pueblos y lugares, seamos sus embajadores.

Himno JMJ Español