sábado, 29 de junio de 2013

Homilía del Domingo XIII del tiempo ordinario, ciclo c


DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo c

LIBRO PRIMERO DE LOS REYES 19, 16b.19-21: SALMO 15: SAN PABLO A LOS GÁLATAS 5, 1.13-18: SAN LUCAS 9, 51-62   

 

            El profeta Elías -huyendo del castigo de Jezabel (reina del antiguo Israel) por haber matado a los sacerdotes que adoraban a los dioses Baales (o sea, idólatras)- llega al monte Horeb, es decir al lugar donde el Señor se manifestó a Moisés, y allí se refugia en una gruta. Elías está atravesando un momento muy doloroso en su vida; la tensión y el miedo están muy presentes en su persona. No puede bajar la guardia porque Jezabel se empeña en perseguirle para matarlo. En el trascurso de esa huída Elías atraviesa una crisis de ansiedad y agotamiento, deseándose incluso la muerte. Dios escuchó los lamentos de Elías y le envió a un ángel para que le alentase en su vocación y en su lucha para anunciar al Dios de Israel. Y esto también nos sucede a nosotros: Es la Gracia de Dios la que sale a nuestro encuentro impulsándonos a seguir adelante; es su Santo Espíritu el que dinamiza encendiendo nuestros corazones para andar por las sendas de la santidad. Elías obtuvo ese momento de «sobre dosis de gracia divina» cuando se encontraba tumbado bajo una retama; nosotros la adquirimos siempre que nos acercamos a los sacramentos y a la Palabra de Dios. Es entonces, recostado sobre esa retama con la ayuda divina,  cuando Elías recobra las fuerzas -gracias a que Dios se las ha proporcionado de nuevo- y empieza a andar cuarenta días con sus noches hasta llegar al monte Horeb y es allí donde se refugia en aquella gruta. Y en esa gruta donde Elías primero siente la presencia de lo sobrenatural y después escucha la voz de Dios.  

            Sin embargo para que Elías descubriese cómo actúa Dios y cómo Dios se revela... estando Elías en aquella gruta envía el aire impetuoso que removía montes y quebraba peñas; después el terremoto y el fuego. De este modo Dios ofrece una catequesis a Elías de dónde no buscarle; sin embargo con el ligero susurro Dios se puso en contacto con Elías. Dios se manifiesta a su profeta en una suave brisa, símbolo de la intimidad que mantiene con él. Todos aquellos que tenemos experiencia de Dios sabemos que Él se manifiesta de este modo; en la oración ante el Sagrario, en los sacramentos de la Confesión y de la Eucaristía; en la lectura meditada de la Palabra de Dios... todo con gran intimidad.

            Y cuando uno ha permitido que Dios entre en el santuario del alma, en esa profunda intimidad cae en la cuenta de lo que canta el salmo responsorial de hoy: «El Señor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está en tu mano», e incluso va más allá diciendo: «Bendeciré al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente» (Sal 15). Y Dios cuando habla es para dar una misión, otorgarte una vocación e irte orientando para poderla llevar a buen fin. Dios dice a Elías: «Unge como profeta sucesor a Eliseo». Y Elías -que sabe de la delicadeza que Dios tiene con sus elegidos- realiza un símbolo con gran significado: Se acerca a Eliseo y le cubre con su manto. De este modo Elías recuerda a Eliseo que es propiedad de Dios, que es posesión de Dios. Ante este gesto tan profundo la respuesta de Eliseo es decidir romper con su vida anterior y Eliseo manifiesta su ruptura con la vida anterior sacrificando los bueyes y quemando los aperos.

            Por eso Jesucristo en el Evangelio cuando nos dice que «El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios» nos está recordando que seguirle implica romper con muchas cosas para poder vivir guiados por el Espíritu de Dios.

viernes, 28 de junio de 2013

Homilía de San Pedro y San Pablo 2013


SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO 2013

 
            Hermanos, es Cristo Jesús quien os convoca y en su nombre os doy la acogida en la Eucaristía. Acabamos de escuchar su Palabra, Él se ha pronunciado, ahora nos toca a nosotros interiorizarla, meditarla en el silencio para ir avanzando con las inspiraciones que nos ofrece el Santo Espíritu de Dios.

            Las verdaderas razones para creer no están en la santidad de los cristianos, sino en la persona de Jesucristo, en el valor de su mensaje y de sus dones; en lo que Él nos ofrece y nos da cuando respondemos con fe verdadera a su llamada. Todos los que amamos a Cristo intentamos y pretendemos mostrar el rostro del Señor en el mundo. Mostrar la verdadera santidad de la Iglesia -Cuerpo Místico de Cristo-, y mostrar su verdadera santidad a pesar de los pecados de muchos cristianos, y también de la conduzca admirable de tantos cristianos que ahora mismo sirven a Dios con su vida santa y su servicio de amor a los hermanos más necesitados. Es la fuerza de Dios la que nos permite tener una visión nueva de la Iglesia en cuanto se empieza a abrir a la novedad de la fe. Los hombres pensamos como hombres y tenemos la facilidad de enmascarar la voluntad de Dios para hacer la nuestra; y Dios lo permite. San Pablo cuando escribía a la comunidad de los cristianos que residían en Roma les hizo este precioso canto a la sabiduría divina: «¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Qué insondables son sus decisiones e inescrutables sus caminos! Porque ¿Quién conoce el pensamiento del Señor?¿Quién ha sido su consejero?¿Quién le ha prestado algo para pedirle que se lo devuelva? De él, por él y para él son todas las cosas» (Rom 11,33-36a). Realmente «Dios escribe derecho con renglones torcidos», ¿cómo es posible estar en una Iglesia santa siendo nosotros tan pecadores?; es la Gracia de Dios la que ayuda a sanar las heridas del mal y de todo el daño que hayamos podido ocasionar... ¡es la Gracia de Dios!

            Cuando nuestros ancianos, ¡los que ahora tenemos la suerte de tener entre nosotros!,... cuando eran jóvenes, creían en Dios y en la inmortalidad y aceptaban a Jesucristo como portador de la salvación. En muchas de sus casas tendrían el Corazón de Jesús entronizado en el comedor; la cruz colgada en los cabeceros de su camas; el rosario desgastado de tantas veces pasar las cuentas; las fotos y recordatorios de los hijos y nietos vestidos de Primera Comunión; los escapularios y crucifijos colgados en el cuello y la imagen de su virgencita o bien en la cartera o muy bien cerca de su corazón. Ahora es diferente. Muchos de los que han sido bautizados están mucho más lejos de la fe de Jesús y tienen una mentalidad mucho más deteriorada. «Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre» (Heb 13,8), sin embargo nuestra capacidad de respuesta ante su persona se encuentra debilitada y acobardada ante  todo lo que el mundo nos presenta como atrayente y apetitoso.

            El mundo no sólo oculta la existencia de Dios y de su mensaje salvador, sino que infunde en las mentes -de niños, adolescentes, jóvenes y adultos- una visión de la vida y de la persona profundamente falsa. La cultura actual no cuenta con Dios. El hombre y la mujer se centra en su propio bienestar, «en vivir para sí y no en vivir para los demás», cuentan solo con el corto plazo, sin grandes aspiraciones, anclados en el relativismo, «todo es bueno y válido porque a mí me apetece e interesa que así sea, y como la mayoría lo acepta... pues es algo bueno» y sólo se tiene seguridad personal cuando se tiene dinero y las demás posesiones materiales. Ante esta realidad hermanos, contamos con dos pilares que nos demuestran que seguir a Jesucristo es fuente inagotable de gozo espiritual. Esos dos pilares tienen dos nombres: PEDRO Y PABLO.

            Ellos cambiaron la manera de entenderse a sí mismos y de situarse en el mundo, descubrieron su condición de criaturas de Dios, la verdadera naturaleza de su libertad y su vocación de inmortalidad. Siguieron a Cristo con todo su corazón; se dejaron cautivar por su persona y mensaje mostrando el rostro del Señor en el mundo. San Pablo y San Pedro se apoyaban en la fuerza de Dios y se defendían empleando la caridad. Ambos tenían la experiencia que nos hace llegar San Pablo en uno de sus cartas: «Unos nos ensalzan y otros nos denigran; unos nos calumnian y otros nos alaban. Se nos considera impostores, aunque decimos la verdad; quieren ignorarnos, pero somos bien conocidos; estamos al borde de la muerte, pero seguimos con vida; nos castigan, pero no nos alcanza la muerte; nos tienen por tristes, pero estamos siempre alegres; nos consideran pobres, pero enriquecemos a muchos; piensan que no tenemos nada, pero lo poseemos todo» (2Cor 6, 8-10).

             

domingo, 23 de junio de 2013

Homilía del domingo XII del tiempo ordinario,ciclo c


DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo c ZACARÍAS 12, 10-11; 13,1; SALMO 62, 2. 3-4. 5-6. 8-9 (R.: 2b); SAN PABLO A LOS GÁLATAS 3, 26-29; SAN LUCAS 9, 18- 24

 

            Hermanos venimos a celebrar la Eucaristía porque tenemos ganas de encontrarnos con Cristo. Durante esta semana hemos estado ajetreados con un sin fin de tareas, los niños, la casa, el trabajo, los estudios... cada cual sus quehaceres. De tal manera que cada cual conoce cuales son las motivaciones internas que le mueven para hacer las diferentes cosas a lo largo de la jornada.

            Los cristianos podemos actuar con la verdadera seguridad de que el Evangelio viene a humanizar y a perfeccionarnos en la medida en que seamos dóciles a la verdad que reside en Jesucristo. Cuando uno se va acercando a la persona de Jesucristo se va adentrando en una cultura nueva que no tiene nada que ver con la que habitualmente nos desenvolvemos. San Pablo, en su carta a los Gálatas, cuando les dice que ellos han sido incorporados a Cristo y revestidos de Cristo, les recuerda que ser cristiano lleva consigo un constante diálogo con los demás ofreciéndoles una palabra nueva que brota de la experiencia de encuentro con Jesucristo. De tal modo que la gente perciba la diferencia entre lo que es una vida guiada por la sabiduría divina y la vida consumida por el sin sentido del mundo.

            Hace poco tiempo pregunté a una muchacha recién confirmada que cómo se planteaba a partir de ahora su consumir bebidas alcohólicas -en botellones y en las bodegas- ya que ella se había comprometido a vivir su ser cristiana en serio. La respuesta fue ten desconcertante como desagradable. Ella sostenía que una cosa era «eso de la fe» y de «los curas» y otra cosa muy diferente era «su vida». De tal modo que para ella la fe quedaba reducida al ámbito de las oraciones de toda la vida, e ir «a escuchar la Misa» cuando toca y no queda más remedio que reducirlo al ámbito de lo más privado. Esta muchacha ¿se ha llegado a enterar que seguimos a Jesucristo, el cual está vivo? No se ha procedido a realizar una opción personal por Jesucristo llegando a arrinconar al Señor a las cosas ñoñas de la infancia y como un elemento innecesario.

            Jesucristo nos lanza su pregunta: «¿Quién decís vosotros que soy yo?». Mucha gente «tiraría de catecismo» para afirmar que es el hijo de Dios, el Mesías, el hijo de María y de José...pero -aun siendo contestaciones correctas- distan mucho de ser la respuesta deseada. Nosotros somos los portadores de la Buena Noticia, de tal modo que cuando uno está en medio de una conversación de crítica...uno sepa guardar silencio o desaparecer, aun con el riesgo de que te aparten por no decir ni pensar el resto de las personas presentes. De no consentir el tener fijado la mirada en escenas de impureza en la televisión. De tener muchos detalles con la esposa o con el esposo que sean expresión de su amor mutuo. De no permitir ser tratado como un objeto por la otra persona. Los cristianos somos los «bichos raros» en una sociedad donde lo que antes era malo ahora se ha convertido en bueno e incluso apetitoso. Y ¿porque somos los «bichos raros»? lo somos porque en medio de esta tempestad tan agitada luchamos para que con nuestras opciones y opiniones se vaya comunicando el mensaje/persona de Jesús de Nazaret. Ante la pregunta del Maestro «¿Quién decís vosotros que soy yo?» la contestación es: Aquel que me proporciona una lucidez ante la vida que nada ni nadie me puede proporcionar y aunque tenga que cargar con mi cruz acuestas se hará gustosamente porque hay algo en mi interior que me muestra que ese es el camino de la salvación.

 

sábado, 15 de junio de 2013

Homilía del Domingo XI del Tiempo Ordinario, ciclo c


DOMINGO XI DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo c LECTURA DEL SEGUNDO LIBRO DE SAMUEL 12, 7-10. 13; SALMO 31, 1-2. 5. 7. 11; LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS GÁLATAS 2, 16. 19-21; SEGÚN SAN LUCAS 7, 36-8, 3

 

            Los cristianos y las lámparas de aceite tenemos más cosas en común de lo que creemos. Las lámparas se mantienen prendidas con esa llama porque conservan el aceite en su interior, de ese modo -aunque sea poca intensidad- proporcionan la luz. Los cristianos si estamos llenos de Cristo somos luz para los demás y nuestro estar entregando nuestra vida como ofrenda a Dios proporciona -a todos aquellos que tengan «sus ojos abiertos»- un sentido sobrenatural de su existencia.

            La revolución de Jesús consiste en cambiar el corazón del hombre enseñándole a vivir en el mundo como hijo de Dios y ciudadano del Cielo. Jesús nos dice que somos criaturas de Dios, que vivimos alejados de Él porque nos hemos dejado engañar por el demonio y nos hemos hecho adoradores de los bienes de este mundo, en vez de poner nuestro corazón en el deseo de permanecer en eterna comunión con el Dios de Jesucristo. Me comentaban hace poco que en una Eucaristía de Primera Comunión una madre, ante las ganas de que todo acabase, decía a su hijo -el cual iba a comulgar por vez primera: «Aguanta que esta ya es la última Misa».

            Muchas veces no llegamos a darnos cuenta que la verdad de nuestra vida consiste en confiar en su bondad, arrepentirnos de nuestros pecados, en no dejarnos engañar por el apetito desordenado por las cosas de este mundo. Dejarnos guiar por Cristo para vivir sobriamente, poniendo nuestro corazón en la vida eterna. El rey David hizo que Urías el hitita muriera en la primera línea de combate en la batalla para poderse quedar con Betsabé, su esposa. Se dejó cautivar por su belleza olvidando que su vida era una ofrenda a Dios. Nosotros como el rey David también fallamos a Dios, y encima nos justificamos y no reconocemos ni nuestra culpa ni nuestro pecado.

            Hermanos, creer es comenzar a vivir de otra manera. Cada pecado personal afecta negativamente a la totalidad de la persona y contradice nuestra fe. Es más, el pecado habitual que solemos tener y la carencia del arrepentimiento hace más profunda la herida dañando seriamente nuestra sensibilidad cristiana. Por eso dice San Pablo que hay que vivir de la fe en el Hijo de Dios, y esto supone tener la conciencia alerta, esforzarse por ser fiel al Señor, no bajar la guardia. San Pablo tiene la experiencia gozosa de sentirse regenerado interiormente por Cristo Jesús y cuando uno tiene esta experiencia está deseoso de conocer cuál será la voluntad de Dios para uno.

            La mujer pecadora que se puso a regar los pies del Maestro con sus lágrimas, que se los enjugaba con sus cabellos y ungía con el perfume, sintió esa experiencia gozosa de ser regenerada interiormente. Esta mujer entendió que ser cristiana no era realizar un catálogo de cosas, sino ese profundo anhelo de conocer a Cristo y jamás separarse de Él.  

sábado, 8 de junio de 2013

Homilía X del Tiempo Ordinario, ciclo c


DOMINGO X DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo c LECTURA DEL LIBRO PRIMERO DE LOS REYES 1, 17, 17-24: SALMO 29; LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS GÁLATAS 1, 11-19; SAN LUCAS 7, 11-17

 

            Acabamos de escuchar como Cristo da la vida para que la desgastemos en libertad y responsabilidad viviendo en su presencia. Es más, Dios nos hace dignos para que le sirvamos en su presencia todos nuestros días; y servir a Dios es un gran honor. Sin embargo este sublime honor no se valora y se termina como despreciando. Son muchas las familias -fundadas en un matrimonio sacramental- han dejado de vivir religiosamente; sus hijos -aunque han recibido una primera educación cristiana en la parroquia o en les escuela- dejan pronto de frecuentar la Iglesia y en cuanto entran en contacto con la escuela o con los institutos o en la universidad, así como con círculos de amistad o de ocio, son enteramente colonizados por la cultura vigente que asfixia la fe de los jóvenes cristianos y favorece el indiferentismo religioso.

            La exaltación del sexo como juego y diversión, privado de su relación esencial al amor y a la fecundidad, exento de toda norma moral, es sin duda un poderoso instrumento para alejar a los jóvenes de la Iglesia y de cualquier sentimiento religioso. En nuestros institutos públicos se han dado y se dan charlas -ellos lo llaman informativas, siendo en realidad muy deformativas- que dañan la sana conciencia de nuestros adolescentes. Ante toda esta ofensiva social los católicos nos hemos dejado de presentar claramente el ideal cristiano de vida.

            Es fundamental ser apóstoles de Cristo para mostrar a las jóvenes generaciones los fundamentos, la grandeza y las exigencias de la vida cristiana. Nosotros no vamos tras los pasos de un planteamiento filosófico ni político. Nosotros nos fiamos de Jesucristo y a Él seguimos con todo nuestro ser. Cristo es el fundamento de nuestra existencia. Dios quiere darnos la vida. Hemos escuchado como Dios -por medio de Elías- devolvía la respiración al hijo de la señora que lo había hospedado en su casa. También se nos ha dicho como Jesús devuelve la vida al hijo de la viuda de Naín. Todo contacto que mantengamos con Cristo será sanador. Supongan ustedes que tuviésemos todo nuestro cuerpo cubierto con la enfermedad de la lepra, y que Cristo con su poder acariciando las partes enfermas las fuera sanando inmediatamente. Es urgente anunciar la verdad que sale de los labios de Cristo para ofrecer ese sentido sobrenatural que da respuesta a todo lo que el hombre buscar: amar y ser amado.

jueves, 6 de junio de 2013

sábado, 1 de junio de 2013

Homilía del Corpus Christi 2013, ciclo c


Corpus Christi 2013
GÉNESIS 14, 18-20; SALMO 109; PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS 11, 23-26;
SAN LUCAS 9, 11b-17

            Hermanos, aquellos que nos acercamos a escuchar el mensaje de Jesús lo hacemos porque Él nos va a aportar sabiduría a nuestra persona. La riqueza que aporta el trato personal con Jesucristo no nos sirve para tener un título, ni para alardear, ni para adquirir prestigio social ante los demás. La riqueza que nos aporta Cristo nos va enriqueciendo por dentro, va asentando nuestra existencia en sólidos cimientos e iremos siendo asistidos por el Santo Espíritu de Dios. ¿Cómo se puede crecer como cristiano sino se escucha a Jesucristo? ¿Cómo ser fiel a Dios si no estoy orientando la vida como una ofrenda constante de alabanza a su persona? Dios quiere que toda tu existencia –ya seas niño, adolescente, joven, adulto o mayor-, sea una ofrenda. Toda tu vida una ofrenda a Dios, toda tu vida un regalo a Dios. Recordemos las palabras de Jesús: «Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por mí y por la buena noticia, la salvará» (Mc 8,35).
            Abrahán es un claro modelo de vida que se ofrece a Dios. Abrahán y sus aliados vencen a sus enemigos; derrotan al rey de Sodoma y el vencido entrega el botín de guerra al patriarca Abrahán. Sin embargo Abrahán rechaza el botín, no lo quiere; no lo hace como un acto de soberbia ni tampoco para despreciar a su enemigo. Y la razón de su actuar es clave: La prosperidad no le viene por las riquezas, la prosperidad le viene de Dios. Y Melquisedec bendice a Dios que ofrece su fuerza a aquellos que deseen estar bajo su amparo. Como Abrahán ha rechazado el botín de guerra y las riquezas que le ofrecía el rey de Sodoma, Dios le asegura una recompensa enorme: su protección y su único aliado será el Señor.
            San Pablo en su carta a los Corintios les dice y nos recuerda que acercarse a celebrar la Eucaristía es reafirmar, consolidar el pacto de amor que uno tiene sellado con Jesucristo. Es tanto como decir a Cristo, «tuyo soy, aquí me tienes y mi alegría rebosa porque aceptas la ofrenda de mi ser». Esto implica un deseo intenso de  crecer en la vida espiritual y de seguir dando pasos radicales en la entrega.
            Y como muchas veces –de tanto emplear determinadas palabras- las terminamos como vaciando de contenido, daré dos pinceladas breves a eso de «la entrega». Cristo ofreció pan y vino. Los granos de trigo y de uva machacados unos y prensados otros, sirven para hacer el pan que nos da fuerzas para trabajar y el vino que alegra nuestro corazón. El grano de trigo cae en tierra y muere. El grano de uva es machacado y exprimido. Y así es como precisamente llegan a ser fecundos. Eso es Jesús  y a eso nos llama a ser pan y vino  para los demás. Cuando Cristo les dice a los Apóstoles –en el Evangelio de hoy- «dadles vosotros de comer» no sólo habla del pan para llenar los estómagos, sino principalmente que su vida –y la nuestra- sea una entrega constante hacia nuestros hermanos por amor a Dios. Todo por Cristo, con Cristo y en Cristo. Así sea.