sábado, 7 de julio de 2012

Homilía XIV del tiempo ordinario, ciclo b

DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B

(Ez 2,2-5; 2ºCor 12,7-10;Marcos 6,1-6)

Hoy en el Evangelio nos hemos encontrado a Jesús en su tarea de enseñar de pueblo en pueblo. Cualquier oportunidad es aprovechada por Jesús para anunciar la buena nueva, ya sea en las sinagogas, en las plazas o en el campo. Jesús se encuentra con mucha oposición e incluso con personas que se llegan a reír de Él. Curiosamente cuando el Maestro va a las sinagogas es cuando más oposición e incredulidad se encuentra. Por ejemplo, hoy está en la sinagoga de Nazaret y la gente en vez de examinar su sublime doctrina y su conducta intachable, llegan a dudar de Él, murmuran y desconfían. Y hermanos lo que resulta más chocante de todo esto es que las personas que acudían a la sinagoga son los que podríamos llamar como “practicantes”, o sea que son “gente de asistir al culto”. Gente que en principio deberían de haber descubierto algo de todo esto de la fe.

Hermanos nosotros corremos el mismo riesgo que estos judíos paisanos de Jesús. El hecho de participar en la Eucaristía y de estar físicamente en este lugar santo nos exige a mantener una actitud constante de seria conversión. Es más, asistir a la Santa Misa y encontrarnos a Jesucristo, cara a cara, en la Sagrada Forma, y no dar pasos hacia la santidad es un auténtico escándalo. Dios no quiere ni sacrificios ni holocaustos ni que le digamos con los labios que le queremos mucho y que nos ‘comemos a besos a su Santísima Madre’…. porque esto son tonterías. Dios quiere que nuestra alma esté constantemente calentada y alimentada por su divina y suprema presencia. Y una consecuencia de esto es vivir teniendo en cuenta el perdón, la reconciliación, el amor y la comprensión.

Pero atención, porque el ejercicio de estar en sintonía con Dios, el hecho de poner en acción la vocación cristiana, el ponernos ‘manos a la obra’ para responder a lo Jesucristo quiere de nosotros es imposible con nuestras solas fuerzas. El Señor nos dice, con toda la claridad posible, que nosotros no podemos permanecer en pie delante de Él. Y menos aún, levantarnos para cumplir la misión que Dios nos encomienda, a no ser que recibamos la fuerza del espíritu divino.

En la primera lectura el profeta Ezequiel nos lo deja muy claro a todos. El hombre recupera su verticalidad, el hombre está en pie, el hombre actúa con dignidad y lucidez cristiana gracias a la fuerza de Dios que lo lanza a la acción. Y es más, que aunque luchemos por ser fieles a Cristo siempre tendremos alguna espina clavada entre la piel que con el dolor que nos genera nos recuerda que nuestros ojos han de estar clavados en el Señor esperando su misericordia. Y el Señor que es el médico de los cuerpos y de las almas nos sana con el sacramento de la reconciliación.

Jesús enseñaba de pueblo en pueblo, y ahora el Señor se nos ofrece para impartirnos clases particulares… sólo Él y tú. Y lo único que tienes que hacer para asistir a mencionadas clases es arrodillarte ante el Sagrario, tomar entre tus manos la Biblia, hacer silencio ante su divina presencia, acudir con arrepentimiento sincero al confesionario y acoger a Cristo que viene en la Eucaristía. Así sea.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buenas noches;
Muchas veces, desconfiamos, dudamos… aunque escuchemos o leamos la palabra de Dios. Esto ocurre por la falta de fe.
Las personas en ocasiones pensamos que podemos hacerlo todo solos, y en eso nos equivocamos firmemente. No podemos hacer nada si por ejemplo, no hay una comunidad cristiana que nos acompañe y nos aliente si lo que estamos haciendo está bien o no. Dado a ello, solo nos queda buscar solución y ayuda en quien de verdad sabemos que conoce la respuesta, sin embargo para poder contar con su ayuda es necesaria un alma pura, un alma transparente que demuestre nuestro interés, y para ello (tiene usted razón), es necesario uno de los sacramentos más importantes, La Penitencia.
Este sacramento es para muchos vergonzoso, contar “sus mayores secretos”, sin embargo ese pensamiento es ilógico,…este sacramento solo pretende que nos encontremos mejor con nosotros mismos y algo más importante aún, fortalecer nuestra confianza y relación con Cristo.
Poco a poco yo estoy recobrando la costumbre de varias cosas como asistir a la Eucaristía, confesarme con mayor frecuencia….etc. Me está costando, pero gracias a esas clases particulares como usted las llama, voy recobrando lo que de verdad importa. Ahora el incómodo y largo silencio que pasaba en la Exposición del Santísimo de mi pueblo, se ha convertido en un tiempo necesario, en el que hablar te hace sentir feliz, porque tienes la seguridad de que tus palabras están siendo escuchadas.
Ojala que esa desconfianza y duda desaparezca y deje en su lugar, como usted dice, el amor y el perdón.