viernes, 1 de junio de 2012

Homilía de un funeral en Cevico de la Torre

JULIÁN MEDINA DÍEZ 72 años CEVICO DE LA TORRE

En estos momentos nos sentimos embargados por el dolor de la muerte de nuestro hermano JULIÁN. Hermanos nos cuesta muchísimo aceptar la realidad de la muerte. Algo se ha quebrado en nuestro interior y ha aparecido, como de la nada, ese molesto nudo en la garganta que nos está recordando el profundo dolor de la separación de un ser querido, apreciado y estimado.

Es cierto que sabemos por la fe, y así se nos ha dicho desde pequeños, que todos vamos a resucitar, lo hemos oído muchas veces, aunque en estos momentos nos cueste creerlo porque la congoja hace acto de presencia en nuestras personas. Por eso hacemos nuestras esas palabras de los apóstoles: «Auméntanos la fe». Y el Señor, ante esa súplica nos mira con ternura se acerca más a nosotros y al oído nos susurra: «Desde el primer momento de tu vida he permanecido a tu lado y seguiré a tu lado».

Y aunque el dolor nadie nos lo va a quitar, sí que podemos clavar una mirada al Sagrario y lanzarle una súplica sincera nacida del corazón: ¡Señor, confío en ti! ¡el Señor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está en tu mano!, ¡Señor guarda con toda tu ternura a Julián para que cuando nos llames ante tu divina presencia podamos de nuevo abrazarle con todas nuestras fuerzas!. Y ustedes tengan la firme convicción, tengan la seguridad plena que el Señor va ha escuchar, mejor dicho, ya ha atendido a nuestras plegarias.

Hermanos, recordemos, es decir, volvamos a pasar por el corazón una cosa que ocurrió y que es cierta: que Jesucristo murió crucificado y resucitó y ha subido a los cielos para prepararnos una morada, un lugar en la Patria del Cielo. Y ahora mismo Julián está siendo conducido a ese lugar, pero para poder llegar lo antes posible y poder disfrutar de la dulzura contemplando el rostro de Dios necesita de nuestra oración, de nuestras plegarias y sacrificios porque todo el bien que nosotros realicemos por él y por todos nuestros difuntos repercutan en positivo hacia ellos. ¿Se acuerdan ustedes aquello que decimos en el Credo de la comunión de los santos?, pues por ‘aquí van los tiros’.

En una conversación muy agradable con Maite, la esposa de nuestro hermano Julián, me comentaba que su esposo había sido soldador. Y todos aquellos que se dedican a este trabajo saben de la importancia de la precisión, y de la necesidad de los buenos instrumentos de trabajo para que los puntos de soldadura sean muy consistentes. Pues bien, cada vez que somos infieles a Dios, cada vez que pecamos algo de nuestra alma se quiebra, se rompe, se suelta. Y Dios es el supremo soldador de las almas, desea que todas las personas se salven. Sin embargo Dios quiere contar con nosotros como sus instrumentos de trabajo para que nosotros colaboremos en nuestra propia salvación y así poder soldar las cosas sueltas que por nuestra alma hayan podido quedar en malas condiciones. Dios con su peculiar máquina de soldar arregla las almas de aquellos que, con arrepentimiento, dolor de sus pecados y propósito de no volver a pecar, acuden al sacramento del perdón, se alimentan de la Eucaristía y oxigenan sus pulmones con la oración frecuente y lectura de la Palabra de Dios.

Hermanos, ojala que nuestra oración por Julián le sea de gran ayuda para poderlo recuperar de nuevo allá, en la Gloria.

Dale Señor el descanso eterno…..

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