sábado, 2 de junio de 2012

Homilía de la Santísima Trinidad 2012

SANTÍSIMA TRINIDAD 2012

Dios siempre ha deseado estar con nosotros. Él ha mostrado siempre una especial predilección por la humanidad. Nos ha creado por amor, nos ha regalado el alma, se ha puesto en comunicación con nosotros de diversos modos e incluso nos ha enviado a su único Hijo, Jesucristo para conducirnos hasta la Gloria. Si se dan cuenta Dios se ha tomado muchas molestias con nosotros y por eso mismo nosotros estamos alegres.

En la primera lectura, tomada del libro del Deuteronomio nos hace una clara invitación: «Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro». Dicho con otras palabras: Toda tu vida se la debes a Él, todo lo que haces debe ser por Él y de Él hemos salido y hacia Él nos conducimos. Reconoce que tienes un parentesco con Dios. Reconoce que el agradecimiento ha de ser la tónica general en tu relación con Dios.

Y como el Señor es el centro de nuestra vida, y todo ha de girar en torno a Él, nosotros debemos de orientar nuestro corazón hacia el Sagrario y ser dóciles a los mandamientos dados por Él. Hermanos, si nosotros cumplimos los Mandamientos de la ley de Dios lo hacemos no movimos por el temor ni el miedo, sino porque le queremos, porque reconocemos que sin Él no podríamos vivir, que le necesitamos y a Él recurrimos. Todos tenemos ojos, unos más bonitos y otros más atractivos… y enseguida captamos las motivaciones que tienen la gente para actuar. Unos actúan para ser vistos y figurar (de esto abunda), otros porque quieren colaborar sinceramente para sacar las cosas adelante y les hay que ‘se ponen manos a la obra’ porque quieren hacer las cosas por amor a Dios, y su recompensa es estar amando a Dios en su quehacer diario, su recompensa es sentir al Amor de los amores cerca.

Hermanos, somos la heredad de Dios, somos su pueblo, y todos nosotros ovejas de su rebaño. Sus ojos están puestos en nosotros, no para juzgarnos ni atacarnos, sino para que nos sintamos acompañados desde su infinita ternura. Por le aguardamos, por eso decimos ¡ven Señor Jesús!, porque el que descubre la gran riqueza de tenerte cerca está constantemente anhelando poderte ver y gozar de tu presencia soberana.

Pero para eso hay que dejarse llevar por el Espíritu Santo. San Pablo nos comenta que el Espíritu de Dios debe de tomar el timón de nuestra vida y dejarnos conducir por Él para que nuestro testimonio de vida sea concuerde con las cosas que sí creemos. Es el Espíritu el que coge la escoba y empieza a barrer toda la suciedad ocasionada por el odio, los rencores, la soberbia…. Ahora bien, el Santo Espíritu está deseando hacer limpieza en nuestras vidas, pero el principal obstáculo somos nosotros que no le dejamos ni la llave para entrar en el cuarto de la limpieza.

Y cuando uno está lleno de esa experiencia de Dios, sin darse cuenta la contagia, la hace saber a los demás, la irradia. «Id y haced discípulos de todos los pueblos».

Dios cuando entra en la vida de las personas las rejuvenece de tal modo que eso que nace de lo sobrenatural se les nota en el rostro. Del mismo modo que se disuelve unas cucharadas de azúcar en un vaso de agua y hace que esa agua sea dulce así es Cristo si le dejamos que entre en nuestras vidas, Él irá dando sabor y consistencia a nuestra propia existencia. Y además, lo más bello de todo, pasemos por el corazón esta promesa del Señor:

«Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final del mundo». Así sea.

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