SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ 2012
Tengo que reconocer que me alegra saber que Dios pone su mirada en aquellos hombres buenos que realizan su trabajo en silencio y cumplen la voluntad divina únicamente fiándose del amor de Dios. José de Nazaret era un artesano que desempeñaba sus labores y amando a Dios con un silencio agradecido. Se enamora de María de Nazaret y le quiere con todo su corazón. Toda la vida de José de Nazaret será un continuo desvivirse por la Madre del Hijo de Dios. José deseaba ser un buen judío, sin embargo Dios le otorgó una vocación sublime: ser el padre del Hijo del Altísimo. Al principio no entiende, sin embargo se fía totalmente de Dios y respeta cuidando con gran dedicación a los dos grandes tesoros que el Señor le ha encomendado custodiar: a la Madre y al Hijo.
Un hombre callado, trabajador, prudente que protege a su familia en los momentos duros y que acompaña con su cercanía cariñosa a las dos personas que constituyen el sentido de su existencia. Poco a poco descubrirá quien es realmente Jesús y dará constantemente gracias al Altísimo por haber confiado en su humilde persona para desempeñar un puesto tan importante en la salvación de los hombres.
Los sacerdotes estamos llamados a imitar a San José. Con el trabajo y oración cotidiana acompañamos a nuestros feligreses para que vayan descubriendo a la persona de Jesucristo. Cristo llama a jóvenes al ministerio sacerdotal. Él quiere que haya hombres, que sacados del mundo le hagan presente en medio del mundo. Él desea que a través de estos siervos de la Iglesia su salvación llegue a cada alma. Nosotros los sacerdotes tenemos experiencia de nuestra fragilidad. José de Nazaret sintió como sus fuerzas, en muchos momentos, eran escasas. Recordemos cuando estuvo buscando posada en Belén para que esposa pudiera dar a luz, o cuando tuvieron que huir a Egipto, o cuando vivieron como extranjeros en aquella tierra de los faraones… sin embargo se fió totalmente de Dios y esa fe fue su fortaleza. Los sacerdotes nos fiamos de Dios y le damos las gracias porque servirle es todo un privilegio. Es maravilloso engendrar a un nuevo hijo de Dios en el sacramento del Bautismo; es increíble poder sanar el alma de los penitentes en el sacramento de la reconciliación; es apasionante tener en nuestros dedos al Hijo de Dios en las sagradas especies consagradas del pan y del vino; es encantador poder ser testigo privilegiado del amor de dos novios que se unen para siempre en el amor; es reconfortante poder preparar el alma de los agonizantes para que se puedan presentar ante el trono de Dios.
San José custodió al Hijo de Dios y nosotros le hacemos presente en medio de la comunidad cristiana.
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