CUARTO DOMINGO DE CUARESMA, CICLO B
Los padres que tengan hijos en edad escolar, seguro que muchos días están detrás de ellos para que se pongan a estudiar, para que hagan los deberes del colegio, e incluso llegarán momentos en el que el padre o la madre se tienen que enfadar para que ese hijo trabaje. Seguro que también las madres de familia tendrán la siguiente experiencia: Después de una comida festiva en donde se han congregado muchos familiares y amigos, la mayoría se levantan de la mesa para irse a jugar a las cartas al bar dejando toda la faena de recoger y de fregar siempre a la misma persona. Con estos dos ejemplos quiero darles a entender cómo uno tiene que andar despierto, atento a los detalles, preocupados por el bienestar de los demás, buscando ser siempre una ayuda y no una carga. Nosotros, los cristianos tenemos a una persona que se llama Jesucristo que nos pide un importante esfuerzo de superación para morir a la pereza, al egoísmo y empezar a hacer gestos claros de amor hacia los demás.
Les voy a poner un ejemplo. Hay un juego deportivo que es el tiro con arco. Se pone la flecha se tensa la cuerda del arco y el arquero intenta hacer diana. Pero como no esté el arco suficientemente calibrado y la cuerda tensa en su justa medida la fecha será disparada hacia todos los lados menos al que debería. Ahora supongamos que la cuerda del arco está totalmente destensada, en estas condiciones no podríamos competir en esta modalidad deportiva. En nuestra vida cristiana nos pasa exactamente lo mismo: no nos podemos relajar, no podemos estar destensados espiritualmente hablando, nuestro corazón debería de estar inquieto, deseoso, ansioso de correr tras de Cristo. Y cuando uno está corriendo tras el rastro de Cristo va descubriendo todas las miserias que uno tiene guardadas. Reconoce cómo en la vida familiar, en la relación con los vecinos así como en la parroquial uno ha tenido su particular cuerda del arco o totalmente destensada o quitada.
Esta experiencia fue la que sufrieron los judíos, la que nos cuenta el segundo libro de las Crónicas, en la primera de las lecturas proclamadas hoy. Empezaron a ser infieles a Dios, entraron en la dinámica de hacer lo que ellos sabían que no debían de haber hecho. Despreciaron la Palabra de Dios, adoptaron costumbres nocivas, se dejaron llevar por la pereza, la lujuria, la venganza, el hablar más de la cuenta faltando a la caridad fraterna, y ellos mismos cosecharon lo que sembraron. Cuando uno es infiel a Dios también es infiel a uno mismo y eso acarrea la desgracia y la tristeza.
El apóstol San Pablo en su carta a los efesios nos escribe diciéndonos que Dios nos ha creado para que nos dediquemos a las buenas obras. Es decir, para que progresemos a la hora de perdonar, a las hora de ser generosos, a la hora de dialogar y comprender al otro… ¿Y dónde tenemos el modelo, el prototipo que nos ayude y estimule a superarnos y así ir tensando la cuerda espiritual de nuestro particular arco? Basta que pongamos nuestra mirada en la cruz de Cristo para gozar de la vida eterna y para disfrutar de esa luz de las que habla Jesús a su amigo Nicodemo.
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