sábado, 17 de septiembre de 2011

Homilía del domingo XXV del Tiempo Ordinario, ciclo a

DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo a

¡Buscad al Señor!. ¿Cómo emprender esa búsqueda?¿por dónde empezar? ¿qué se tiene que hacer?. ¿Cómo saber si estamos lejos o cerca de Él para encontrarle? ¿se ha ideado algún GPS o algún buscador especializado para esta tarea?. ¡Invocadlo mientras está cerca!. Sí, ¿pero que palabras usar para invocarlo? Hay mucho ruido, muchas ocupaciones, muchos cuchicheos. Además enseguida nos cansamos de buscar y desistimos por nuestra falta de constancia.

Algunos me pueden decir que eso de buscar a Dios es algo que tienen que hacer los sacerdotes y todos los consagrados. Sin embargo se equivocan, ya que todos tenemos que buscarle con todas nuestras fuerzas. Pero ¿acaso se han planteado en buscar a Dios en medio de su vida familiar o laboral o en medio de los quehaceres diarios del pueblo?

Si la obscuridad es la ausencia de la luz y el frío es consecuencia de la ausencia del calor, pues el pecado es consecuencia de la ausencia de Dios en la vida personal. Por lo tanto ya tenemos una pista para saber dónde no está Dios. Lo que sucede es que resulta más apetitoso y atrayente moverse entre el fango del pecado, ya que no implica ni exigencia ni sacrificio ni esfuerzo… sin embargo nos conduce a las sendas de la muerte.

Además, el profeta Isaías, en la primera lectura emplea un tono de interpelar un tanto serio: «que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes». El malvado vive alejado de Dios y el profeta Isaías le hace una exhortación potente a que se convierta al Señor y así pueda vivir. Pero claro, a punto y seguido uno ‘desea salir de este particular apuro’ argumentando que ‘yo no tengo pecados’, porque ‘no mato ni robo’. El cual es un argumento tan pobre que deja bien patente el poco esfuerzo desempeñado en la vida espiritual. Cuando los ojos se han acostumbrado a la obscuridad cerrada, resulta imposible que en poco tiempo pueda contemplar la hermosura de los campos o los colores del arcoíris. ¿Qué pasos habrá que dar para que nos vayamos desprendiendo de la obscuridad del pecado y poder así ponernos en búsqueda del Señor?

Es preciso decir una cosa: Dios desea que le busquemos y Él siempre nos ofrece su Espíritu Santo para que le podamos encontrar. Por lo tanto, por parte de Dios no hay ningún inconveniente, es más, por parte de Dios todo son ayudas, el problema importante viene generado por nosotros mismos.

Se podría decir que la vida cristiana, en su versión más elemental, se asemeja a un taburete; se asienta en tres patas. Una pata es la confesión frecuente con el ánimo firme de ser fiel a Cristo; la segunda pata es la Eucaristía dominical, y aún mejor, la eucaristía diaria si la hubiere; la tercera es la vida de oración, leer la Palabra de Dios y el silencio interior estando ante su presencia divina y soberana. Si vamos cultivando estas tres cosas nos pondremos en una actitud de búsqueda e iremos haciendo apostolado trabajando nuestra particular hectárea del viñedo. Así sea.

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