viernes, 2 de septiembre de 2011

Domingo XXIII del Tiempo Ordinario

DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO, 4 de septiembre 2011

Hoy no está de moda la corrección fraterna; en otros tiempos sí. Yo no creo que todo tiempo pasado fuera mejor. Los tiempos son siempre distintos, porque las personas y las culturas son seres vivos que nacen, crecen, se desarrollan y mueren. En este mundo todo lo que nace, muere. Antiguamente los padres corregían a sus hijos, los maestros a sus discípulos, los curas a sus feligreses y, en general, los considerados socialmente superiores a sus inferiores. Hoy, en parte, ya no es así. ¿Por qué? Quizá, también en parte, porque todos hemos crecido mucho en autonomía personal y, en parte también, porque no queremos complicarnos la vida preocupándonos de los demás. Yo creo, simplificando mucho, que la corrección fraterna es hoy tan importante como antes. Lo que debe cambiar, para bien, es la forma y maneras de hacer la corrección fraterna. Lo de “tienes que hacer esto porque lo digo yo que soy tu padre, o tu maestro, o tu superior” ya no vale. Hoy, más que nunca, la corrección fraterna sólo será valiosa si la persona corregida ve la corrección como expresión del amor de la persona que corrige. No te corrijo porque soy tu padre, o tu maestro, o tu superior, sino porque te amo y vivo preocupado por ti y de ti. También el talante y el clima de la corrección deben cambiar: la corrección debe estar acompañada y envuelta en un clima de sencillez, de cariño y, sobre todo, de humildad. En cualquier caso, debemos reconocer que muchas veces la corrección fraterna es difícil de realizar y algunas veces hasta imposible. Lo que siempre será posible será mostrar y demostrar nuestro amor a las personas a las que creemos que deberíamos corregir. Y esto ya es mucho.

Realmente nadie se quiere comprometer a corregir a la otra persona, a lo más criticarle por las espaldas de un modo descarado. La crítica a las espaldas es dañina y no es de cristianos. Se corre el riesgo de enemistarse con las personas por corregirlas, a lo que es preferible, simplemente, no hacer nada. Sin embargo nos dice San Pablo que «uno que ama a su prójimo no le hace daño», pero con el temperamento y mal genio que tenemos todos no estamos muy dispuestos para dejarnos corregir.

Sin embargo hay un valor superior al que hay que proteger: la salvación de todos. Porque lo que tenemos que tener muy en claro que la corrección fraterna no significa el modelar las personas a nuestro antojo. Cuántas veces nos creemos con derecho a apuntar las debilidades de los demás y a ocultar las nuestras. El Señor nos indica el camino y el sentido auténtico de la corrección fraterna: buscar que nuestros hermanos estén en comunión con Dios.

Nuestro objetivo, como cristianos, no es juzgar ni pregonar desde la azotea de nuestras palabras, posición o privilegios, las actitudes o vida de los demás. Nuestra oración, nuestra misión o nuestro reto debe ser precisamente el que los demás encuentren la verdad de Dios.

Tenemos una gran responsabilidad sobre la salvación de nuestros hermanos, pues ojala que con nuestro propio comportamiento les ayudemos a encontrar a Dios.

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