III Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo a.
Jesucristo al empezar su vida pública nos lanza una exhortación: «¡Convertíos porque está cerca el Reino de Dios! ». La conversión es el cambio de vida fruto de un encuentro con Jesucristo, un encuentro con Jesucristo que nos lleva a ver la vida centrada en Él y ordenada en la moral. No podemos escuchar a Jesucristo si previamente no le tenemos en cuenta. No podemos seguir a Jesucristo si previamente no hemos sentido la necesidad o la curiosidad de hacerlo. Ya puede venir a nuestro pueblo el último expulsado de la casa de Gran Hermano para que yo pase olímpicamente de él. Solamente prestaremos atención a aquellas cosas que estimemos importantes para nuestra vida y para nuestro crecimiento personal. Por eso, cuando el Señor empieza su vida pública, lanza esta exhortación para que caigamos en la cuenta de la importancia que debe de tener Dios en nuestra vida.
En estos días de invierno, cuando sentimos el frío de las bajas temperaturas, o cuando la niebla es una compañera constante durante algún día, es cuando echamos de menos la fuerza del calor del sol. Un cristiano que se adentra en el quehacer diario, con el trabajo, con la casa, con los hijos y esposa o esposo, con las relaciones sociales con los vecinos… un cristiano que se sumerge en la rutina diaria y que termina haciendo las cosas simplemente porque se tienen que hacer terminará perdiendo esa ilusión primera. El problema está cuando nos acomodamos, con gran resignación, pensando y creyéndonos que esto es así y que no tiene “más vuelta de hoja”. Es en este contexto cuando Jesucristo nos dice: ¡Conviértete!. El Señor te dice: estoy contigo, cuenta conmigo, revisa tus motivaciones y pasa la I.T.V. a tu vida espiritual.
Muchas veces, al no tener una vida de oración anclada en el Señor, los problemas externos, los conflictos que nos rodean nos terminan absorbiendo llegando a tomar el timón de nuestras preocupaciones e intereses. Y el primer interesado en que tengamos nuestras vidas ancladas en Jesucristo es el mismo Jesucristo. Por eso se para delante de nosotros y nos hace la invitación: ¡Sígueme!. Podremos tener muchas excusas para ‘dar largas’ al Señor, para ‘hacernos los sordos’ ante esta invitación para seguirle, pero siempre que le digamos un ‘no’ a Cristo también nos estamos dando a nosotros mismos ese ‘no’, y nos asemejaremos a aquel, de la parábola del Maestro, que edificó su casa sobre arena y cuando llegó el viento y las aguas se derrumbaron ya que no habían puesto por obra las palabras del Señor.
Jesucristo nos dice: ‘Sígueme’; ahora bien cómo empecemos a razonar diciendo que esto de seguirle no me proporciona dinero ni ganancias, o que prefiero las comodidades, el calorcito de las sábanas y la fiesta hasta altas horas de la noche porque me lo paso mejor… es entonces cuando dejamos a Jesucristo plantado con un ‘palmo de narices’. ¿Por qué?, porque para ser cristianos hay que ser personas con gran madurez, que sepan vencerse a sí mismos y que sepan renunciar a las cosas por amor a Dios. ¿Qué es un cristiano?, un cristiano es un enamorado de Jesucristo, que por amor se hace todo y se renuncia a todo porque sabe por experiencia, que únicamente puede llenar de gozo nuestra vida el mismo que nos creó.
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