II Domingo del tiempo ordinario, 16 de enero de 2011
Cuántas veces hemos escuchado la expresión “cordero de Dios”, pero que poco nos hemos parado a profundizar en su significado. Es la oración que rezamos antes de comulgar, pero no se puede entender si no conocemos el sentido del “cordero pascual” en la vida judía. ¿Qué quiere decir Juan el Bautista con esta expresión? El cordero era el animal que se ofrecía en los sacrificios que hacían los judíos. Era la ofrenda que hacían las personas pobres. Un cordero fue sacrificado en la liberación de los judíos de Egipto, señalando con su sangre las casas de los liberados. Desde ese momento y para celebrar la liberación de la esclavitud de Egipto, todas las familias se reunirán en la noche de la Pascua, y sacrificarán un cordero en conmemoración de aquel día. El cordero se convirtió así en el símbolo de la Pascua, de la liberación.
Los cristianos celebramos otra Pascua, otra liberación. Celebramos la liberación de algo que nos esclaviza y a lo que llamamos pecado. En esta Pascua hay un paso de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la Vida. Y también un “cordero” va a ser sacrificado para perdonar el pecado del mundo. Jesús es ese “cordero”. Pero además es el cordero “de Dios”, porque tiene la plenitud del Espíritu. Su sacrificio en la cruz nos ha “marcado” para siempre como personas libres del pecado. Con la entrega de su vida ha quitado el pecado que da la muerte, y todo lo que ello conlleva, para que vivamos como hombres y mujeres libres, como hijos de Dios, miembros de su gran Familia.
Lo que Cristo quiere es que cada uno de sus seguidores, cada uno de nosotros los que nos llamamos cristianos, luchemos contra el pecado del mundo, contra el desamor, individual y socialmente. Que amemos nosotros de verdad, con obras, a nuestros hermanos, y que luchemos, con amor y por amor, contra el pecado social y estructural del mundo en el que vivimos. Que dejemos de un lado las críticas destructivas e hirientes, que seamos capaces de apostar por la normalidad en la vida del pueblo y que nuestros comentarios no sean incendiarios, sino reconciliadores. Lo que Cristo quiere es que valoremos la importancia de la educación cristiana y en la fe de nuestros niños, adolescentes y jóvenes, para que participen en la Eucaristía y se formen correctamente y asistan a las catequesis parroquiales.
Los cristianos no podemos conformarnos con ser nosotros individualmente buenos, debemos luchar activamente contra el gran pecado estructural, contra el pecado del mundo, contra el pecado del desamor. Sí, sabiendo que yo no voy a cambiar definitivamente al mundo, pero sabiendo también que mi lucha es necesaria para que el mundo cambie. En la medida en que seamos más prudentes a la hora de hablar y de hacer comentarios estaremos colaborando en pro de la paz y de la reconciliación.
De muchos buenos granos de arena se hace una buena playa y de muchas acciones buenas individuales se hace una sociedad buena. Debemos hacerlo todo movidos por el Espíritu Santo, por el Espíritu que Juan vio que se posaba, como una paloma, sobre Jesús de Nazaret. Así también nosotros daremos testimonio de Jesús y así también nosotros, por Él y con Él, estaremos contribuyendo a quitar el pecado del mundo.
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