Un rey especial
MATEO APARICIO
Hoy los cristianos celebramos la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo. Quizá no sea éste el título más atractivo, a primera vista, para los hombres de hoy, que entendemos mejor a Jesús, manso, humilde, paciente, misericordioso, pobre, crucificado, cercano, amigo de los pecadores... Parece que a un Rey le vemos lejano, inaccesible casi, viviendo en palacios, bien distantes del resto de los mortales.
Es verdad que algunos reyes de la tierra, los nuestros, por ejemplo, Don Juan Carlos y Doña Sofía, dan una confianza que no encontramos en algunos gobernantes de mucho menor rango. Los reyes, sin embargo, siguen en sus palacios y el resto de los ciudadanos en sus “chozas”, y agradecidos.
Pero el caso es que, el de Rey, es un título que aparece en el Evangelio, sobre todo en el momento de su muerte, y Jesús no lo rechaza. -“Se declara Rey” -le acusan. -¿Tú eres Rey? –le pregunta Pilatos. –Tú lo dices. Soy Rey (Mc 15, 2). Y así constará por todos los siglos en lo alto de la Cruz, como título de condena, I.N.R.I.: Jesús Nazareno, Rey de los judíos. Es verdad que su reino, como él dijo ante Pilatos, no es de este mundo, pero ¡vaya si influye en este mundo!.
La clave está en entender el rico significado de este nombre aplicado a Jesucristo. Una primera aproximación nos la da su entrada triunfal en Jerusalén: Cuando más se dejó vitorear iba montado en un burro, tan cercano a la gente que los niños hebreos fueron los primeros en aclamarle, ¡Hosanna! Poco temor infunde un rey así.
Otra nota que nos puede ayudar es el reconocimiento en él de un modo de hablar distinto a los doctores de la Ley. “Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: -¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva llena de autoridad!” (Mc 1, 27). Aquí está lo decisivo: una doctrina nueva, llena de autoridad, es decir, una doctrina en la que cree, de la que está convencido y tan identificado con ella que esa verdad que anuncia es él mismo, por eso, vive de acuerdo con ella, independientemente de lo que digan y vivan los demás.
El reinado que se le reconoce tiene mucho de señorío sobre sí mismo y de confianza en lo que enseña. Pero no enseña una doctrina para inteligencias escogidas y privilegiadas. Le entendían los más humildes e iletrados. “Te doy gracias, Dios mío, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”. -Dice en alguna ocasión.
Tres características, entre otras muchas, podemos añadir para definir este Reino y a Jesucristo como Rey.
Ante todo, enseña la verdad, ama la verdad, se identifica con la verdad, trae la verdad, es la Verdad. El suyo es un reino de verdad. Una verdad que no se impone, sino que se propone. Si hay algo que le ponga especialmente nervioso es la hipocresía, la falsedad, el disimulo, la mentira. ¡Ay de vosotros, hipócritas! El ama la luz. “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas”. Pero “los hombres, a veces, aman más las tinieblas que la luz”. Los cristianos queremos ser amigos de la verdad, para ser seguidores de este Rey.
El suyo es un reino de libertad. Es una consecuencia necesaria de la verdad. “La verdad os hará libres”. Es esa libertad de la que hizo bandera Jesús: libre ante las autoridades, libre ante su familia, libre ante sus amigos, libre ante las tradiciones superadas... su conciencia y su vida no estaba condicionada nada más que por la verdad.
Para vivir así de desprendido, comprometido sólo con la verdad, hace falta estar muy cerca de Dios y con un gran respeto a la conciencia, pues es de dentro, de una conciencia pervertida, de donde salen todos los horrores, pero también es de dentro, de una conciencia que busca la verdad –y que terminará dando con Jesucristo, con el rey por excelencia- de donde sale todo el bien que hay en el mundo. A esto se nos invita en esta fiesta, a ser ciudadanos de este Reino, y “reyes” y señores nosotros mismos. “No tengáis miedo, abrid las Puertas a Cristo” (Juan Pablo II).