domingo, 25 de noviembre de 2007

Un Rey especial...(Jesucristo).

Fuente: http://www.diariopalentino.es/secciones.cfm?secc=Opinión&id=546092

Un rey especial
MATEO APARICIO

Hoy los cristianos celebramos la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo. Quizá no sea éste el título más atractivo, a primera vista, para los hombres de hoy, que entendemos mejor a Jesús, manso, humilde, paciente, misericordioso, pobre, crucificado, cercano, amigo de los pecadores... Parece que a un Rey le vemos lejano, inaccesible casi, viviendo en palacios, bien distantes del resto de los mortales.
Es verdad que algunos reyes de la tierra, los nuestros, por ejemplo, Don Juan Carlos y Doña Sofía, dan una confianza que no encontramos en algunos gobernantes de mucho menor rango. Los reyes, sin embargo, siguen en sus palacios y el resto de los ciudadanos en sus “chozas”, y agradecidos.
Pero el caso es que, el de Rey, es un título que aparece en el Evangelio, sobre todo en el momento de su muerte, y Jesús no lo rechaza. -“Se declara Rey” -le acusan. -¿Tú eres Rey? –le pregunta Pilatos. –Tú lo dices. Soy Rey (Mc 15, 2). Y así constará por todos los siglos en lo alto de la Cruz, como título de condena, I.N.R.I.: Jesús Nazareno, Rey de los judíos. Es verdad que su reino, como él dijo ante Pilatos, no es de este mundo, pero ¡vaya si influye en este mundo!.
La clave está en entender el rico significado de este nombre aplicado a Jesucristo. Una primera aproximación nos la da su entrada triunfal en Jerusalén: Cuando más se dejó vitorear iba montado en un burro, tan cercano a la gente que los niños hebreos fueron los primeros en aclamarle, ¡Hosanna! Poco temor infunde un rey así.
Otra nota que nos puede ayudar es el reconocimiento en él de un modo de hablar distinto a los doctores de la Ley. “Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: -¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva llena de autoridad!” (Mc 1, 27). Aquí está lo decisivo: una doctrina nueva, llena de autoridad, es decir, una doctrina en la que cree, de la que está convencido y tan identificado con ella que esa verdad que anuncia es él mismo, por eso, vive de acuerdo con ella, independientemente de lo que digan y vivan los demás.
El reinado que se le reconoce tiene mucho de señorío sobre sí mismo y de confianza en lo que enseña. Pero no enseña una doctrina para inteligencias escogidas y privilegiadas. Le entendían los más humildes e iletrados. “Te doy gracias, Dios mío, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”. -Dice en alguna ocasión.
Tres características, entre otras muchas, podemos añadir para definir este Reino y a Jesucristo como Rey.
Ante todo, enseña la verdad, ama la verdad, se identifica con la verdad, trae la verdad, es la Verdad. El suyo es un reino de verdad. Una verdad que no se impone, sino que se propone. Si hay algo que le ponga especialmente nervioso es la hipocresía, la falsedad, el disimulo, la mentira. ¡Ay de vosotros, hipócritas! El ama la luz. “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas”. Pero “los hombres, a veces, aman más las tinieblas que la luz”. Los cristianos queremos ser amigos de la verdad, para ser seguidores de este Rey.
El suyo es un reino de libertad. Es una consecuencia necesaria de la verdad. “La verdad os hará libres”. Es esa libertad de la que hizo bandera Jesús: libre ante las autoridades, libre ante su familia, libre ante sus amigos, libre ante las tradiciones superadas... su conciencia y su vida no estaba condicionada nada más que por la verdad.
Para vivir así de desprendido, comprometido sólo con la verdad, hace falta estar muy cerca de Dios y con un gran respeto a la conciencia, pues es de dentro, de una conciencia pervertida, de donde salen todos los horrores, pero también es de dentro, de una conciencia que busca la verdad –y que terminará dando con Jesucristo, con el rey por excelencia- de donde sale todo el bien que hay en el mundo. A esto se nos invita en esta fiesta, a ser ciudadanos de este Reino, y “reyes” y señores nosotros mismos. “No tengáis miedo, abrid las Puertas a Cristo” (Juan Pablo II).

domingo, 11 de noviembre de 2007

La enseñanza de la Iglesia Católica sobre los métodos naturales de planificación de la familia

Fuente: http://www.vidahumana.org/vidafam/iglesia/ensen_nfp.html
La enseñanza de la Iglesia Católica
sobre los métodos naturales
de planificación de la familia

La diferencia moral entre la anticoncepción y los métodos naturales:

Según la enseñanza de la Encíclica Humanae vitae, número 14, del Papa Pablo VI, publicada el 25 de julio de 1968, la anticoncepción consiste en una acción que le destruye al acto conyugal su natural fuerza procreativa, ya sea que dicha acción se lleve a cabo antes, durante o después del acto conyugal.

Ahora bien, los métodos naturales consisten esencialmente en conocer cuándo la mujer es fértil y cuando no, entonces, si se están espaciando los nacimientos, los esposos evitan las relaciones conyugales durante el tiempo fértil y las tienen durante el tiempo infértil. De esa manera los métodos naturales no le destruyen a ningún acto conyugal su natural fuerza procreativa, sino que respetan los ciclos de fertilidad e infertilidad que Dios mismo ha puesto en la naturaleza femenina para espaciar o buscar los nacimientos. Los métodos naturales son una manera racional de usar lo que Dios ha creado respetándolo al mismo tiempo; mientras que los métodos anticoncepctivos no.
Al destruirle su natural fuerza procreativa al acto conyugal, los anticonceptivos están separando la apertura a la vida de la unión conyugal. Como los métodos naturales no le destruyen a ningún acto conyugal su natural fuerza procreativa, no están separando deliberadamente la apertura a la vida (cuando quiera que esta sea posible) de la unión conyugal.

Sin embargo, alguien podría insistir: "Pero en ambos casos se busca evitar los hijos". El hecho de que en ambos casos se busque el mismo fin no quiere decir que ambas maneras de buscarlo sean buenas. Dos personas pueden decidir conseguir un automóbil, un fin bueno. Pero si una la obtiene por medio de su dinero honestamente ganado y la otra por medio del robo, es evidente que la primera actuó bien; mientras que la segunda no. Un fin bueno no justifica y medio malo, ambos tienen que ser buenos para que la acción sea buena.

"¿Pero - alguien podría objetar - no se supone que el evitar los hijos sea contrario a la voluntad creadora de Dios?" No si los esposos utilizan métodos naturales y tienen motivos serios para usarlos. Dios mismo ha creado tiempos fértiles y tiempos infértiles en el ciclo femenino (de hecho los tiempos infértiles son mucho más largos). Es lógico pensar que Dios no tiene la intención de que el esposo y la esposa tengan hijos todas las veces que se unan, si éstos tienen motivos serios para evitarlos. Lo que Dios sí exige es que se respete la estructura original del acto conyugal, con su doble finalidad de apertura a la vida y unión en el amor conyugal. La clave para evaluar moralmente los métodos naturales se encuentra en la intencionalidad. Es decir, los métodos naturales no son malos en sí mismos (como lo es la anticoncepción). Pero si se llevan a cabo por motivos no serios, sino egoístas, entonces sí son malos. Pero en ese caso lo son por la intención mala y no por los métodos en sí. Mientras que en el caso de la anticoncepción, todos sus métodos son malos en sí mismos, independientemente de la intención, y para que una acción sea buena, ambos, la intención y la acción misma, tienen que ser buenas.

Hoy cuesta mucho entender esto, porque lamentablemente prevalece una mentalidad subjetivista que bloquea psicológicamente la comprensión de la moralidad objetiva de los actos humanos. ¿Qué queremos decir con esto del subjetivismo? Sencillamente que hoy se ha caído en una mentalidad que cree que el bien y el mal dependen de lo que el sujeto sienta u opine, sin importarle lo objetivo, es decir, sin importarle lo que está bien o mal independientemente de lo que uno sienta u opine.

El que determina lo que está bien y lo que está mal no es el sujeto o el individuo, sino Dios mismo, y Él ha inscrito en la naturaleza misma de las personas y de sus actos los valores que el hombre y la mujer deben respetar y promover. Los mandamientos de Dios nos indican la manera de respetar y promover dichos valores, al mismo tiempo que nos indican las acciones que hay que evitar debido a que van en contra de dichos valores. La moral no es arbitraria, sino que está en función del auténtico bien de la persona, y este bien ha sido inscrito en su propio ser por Dios mismo.

FUENTE: Iglesia Católica\Documentos pontificios\Humanae vitae: Plan de Dios para la humanidad.

Principio de subsidiariedad

CARTA DEL OBISPO DE PALENCIA

Principio de subsidiariedad
«¿Acaso la imposición de ‘Educación para la Ciudadanía’ no supone una intromisión en el ámbito de la familia por parte de las autoridades políticas? ¿Qué decir de la situación de muchos colegios concertados, al borde del estrangulamiento económico?»
JOSÉ IGNACIO MUNILLA
Obispo de Palencia

Para comprender las razones últimas de muchos de los desencuentros que están teniendo lugar en la construcción de nuestra sociedad, no es suficiente con describir la disparidad de opciones personales, sino que es necesario profundizar en los principios morales y espirituales sobre los que se sustentan las diversas opciones. Sin pretender ahora tratarlos de modo exhaustivo, nos centramos en uno de ellos en concreto: el llamado principio de subsidiariedad. Es una de las columnas principales sobre las que se construye la Doctrina Social Católica. Bien es cierto que se trata de un principio de Ley Natural, reconocido y aceptado por ciudadanos de otras confesiones religiosas, e incluso por quienes carecen de religión; pero es de justicia reconocer que, en buena parte, su formulación y desarrollo se ha producido en el seno o al amparo de la Iglesia Católica.
Pues bien, conforme al principio de subsidiariedad, la persona humana, la familia, las iniciativas populares -y no el Estado-, son el centro de toda la vida social. El Estado existe para la persona y para la sociedad, pero no al revés.
En la Encíclica Quadragesimo anno, Pío XI se expresaba en los siguientes términos: «No se puede quitar a los individuos y darlo a la comunidad, lo que ellos pueden realizar por sus propias cualidades y esfuerzo. Es gravemente injusto y perturbador del recto orden, quitar a las comunidades menores e inferiores lo que ellas pueden hacer y dárselo a una sociedad mayor y más elevada, ya que toda acción de la sociedad, por su propia fuerza y naturaleza, debe prestar ayuda a los miembros del cuerpo social, pero no destruirlos y absorberlos». Conforme a este principio, todas las realidades sociales de orden superior deben ponerse al servicio de las menores, con una actitud de ayuda (subsidium): reconocimiento, apoyo, promoción, etc. Por el contrario, el Estado debe abstenerse de cuanto restrinja el espacio vital de las células menores de la sociedad.
En la práctica, el principio de subsidiariedad nos protege de las instancias sociales superiores, e insta a éstas a ponerse al servicio de los particulares y de los cuerpos intermedios: priman o tienen prioridad la persona, la familia, las asociaciones vecinales, los ayuntamientos, el voluntariado, las fuerzas vivas de la sociedad, el reconocimiento de la función social del sector privado, la salvaguarda de los derechos de las minorías… Aun reconociendo que pueden darse casos y circunstancias que requieran una función de suplencia por parte del Estado, ésta no deberá extenderse y prolongarse más allá de lo estrictamente necesario.El Catecismo de la Iglesia Católica expresa: «Cuando el Estado no pone su poder al servicio de los derechos de todo ciudadano, y particularmente de quien es más débil, se quebrantan los fundamentos mismos del Estado de derecho» (CEC 2273). Y Juan Pablo II en la Encíclica Centesimus Annus, nos dice que el «Estado totalitario tiende, además, a absorber en sí mismo la nación, la sociedad, la familia, las comunidades religiosas y las mismas personas».
Caso de Venezuela
El pasado 19 de octubre, la Conferencia Episcopal Venezolana publicaba una Exhortación Pastoral en la que se pronunciaba contra la propuesta de Reforma Constitucional presentada por el presidente de Venezuela, Hugo Chávez. La voz profética del episcopado venezolano se expresaba en estos términos: «Se acentúa la concentración de poder en manos del Presidente de la República (…) se incrementa excesivamente el poder del Estado (…) el gobierno controla muchísimos espacios de la vida ciudadana (…) establece el dominio absoluto del Estado sobre la persona (…). El Estado debe ayudar pero no absorber ni suplantar las iniciativas, la libertad y la responsabilidad de las personas y de los grupos sociales (…) Por cuanto el Proyecto de Reforma vulnera los derechos fundamentales del sistema democrático y de la persona, poniendo en peligro la libertad y la convivencia social, la consideramos moralmente inaceptable a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia».
Caso concreto de España
Aunque nuestro caso no sea comparable al de Venezuela, es preocupante comprobar cómo muchos de los conflictos que nuestra sociedad española está padeciendo, son generados por el desprecio al principio de subsidiariedad. ¿Acaso la imposición de Educación para la Ciudadanía, no supone una intromisión en el ámbito de la familia, por parte de las autoridades políticas? ¿Qué decir de la situación de muchos colegios concertados, al borde del estrangulamiento económico? ¿Acaso no ocurre lo mismo con el control de los medios de comunicación? Un caso bien concreto lo estamos percibiendo en España, con el arrinconamiento de Radio María en el reparto de frecuencias, dentro del actual proceso de ordenación del espacio radiofónico.
Nuestra complicidad con el problema
Sin embargo, la violación del principio de subsidiariedad no se explica exclusivamente por la tendencia de las autoridades al despotismo. Tengamos en cuenta que la subsidiariedad exige participación y compromiso personal, en modo responsable y con vistas al bien común. Por desgracia, el absentismo y el desinterés por la vida social, pueden ser percibidas como una opción más cómoda.
Por ello, parece oportuno que concluyamos con las palabras finales de la referida Exhortación de los obispos venezolanos: «Solamente quien es libre, construye la paz (…) Cada uno de los cristianos está llamado a descubrir y promover caminos de justicia y reconciliación en la familia, en cada comunidad y en toda la nación».

sábado, 3 de noviembre de 2007

Una lectura del postconcilio

Fuente: http://enticonfio.org/joseignaciomunilla.html
Mons. D. José Ignacio Munilla Aguirre
OBISPO DE PALENCIA

Una lectura del postconcilio

Aprovechando sus días de descanso veraniego, Benedicto XVI mantenía el 24 de julio pasado un encuentro con doscientos sacerdotes de las diócesis de Belluno-Feltre y Treviso, en las estribaciones de los Dolomitas italianos. En un clima de fraternidad y cercanía, diez sacerdotes fueron seleccionados para formular preguntas al Papa. El último de ellos, se dirigía al Santo Padre con las siguientes palabras: “A mí me corresponde la última pregunta, y tengo la tentación de no formularla, pues se trata de una pregunta trivial y, al ver cómo Su Santidad en las nueve respuestas anteriores nos ha hablado de Dios elevándonos a grandes alturas, me parece casi insignificante lo que voy a preguntarle. Sin embargo, lo voy a hacer. Se trata del tema de los de mi generación, los que nos preparamos para el sacerdocio durante los años del Concilio, y luego salimos con entusiasmo y tal vez, también con la pretensión de cambiar el mundo. Hemos trabajado mucho y hoy tenemos dificultades: estamos cansados, porque no se han realizado muchos de nuestros sueños y también porque nos sentimos un poco aislados. Los de más edad nos dicen: "¿Veis cómo teníamos razón nosotros al ser más prudentes?"; y los jóvenes algunas veces nos tachan de "nostálgicos del Concilio". Mi pregunta es ésta: ¿Podemos aportar aún algo a nuestra Iglesia, especialmente con esa cercanía a la gente que, a nuestro parecer, nos ha caracterizado? Ayúdenos a recobrar la esperanza, la serenidad...”

La pregunta, ciertamente, era muy interesante. Además, estaba siendo dirigida a un teólogo, Joseph Ratzinger, que había vivido el Concilio desde dentro. En efecto, aunque en aquel momento el Papa no era todavía obispo, había participado muy activamente en la asamblea conciliar, como consultor teológico del Cardenal Arzobispo de Colonia.

Existe una considerable paradoja entre las expectativas tan grandes creadas por el Concilio y el proceso posterior de secularización y abandono de la Iglesia por parte de muchos de sus miembros. Después de un modelo eclesial distante y enfrentado con la cultura surgida a partir de la Ilustración, todo parecía presagiar que finalmente se había encontrado la fórmula adecuada: la Iglesia se reencontraba con el mundo. Partiendo de esta apertura eclesial hacia el mundo, veríamos un renacer cristiano. El Concilio Vaticano II concluía el año 1965, en un clima de optimismo sin precedentes. Sin embargo, las cosas fueron muy distintas. La crisis religiosa postconciliar sobrevino como un “tsunami” implacable. El alejamiento de la práctica religiosa fue muy generalizado, así como el abandono de los sacerdotes y religiosos. Curiosamente, la popularidad de una Iglesia que había querido abrirse al mundo, no creció, sino todo lo contrario.
La respuesta de Benedicto XVI a la pregunta de aquel sacerdote, incidía en la necesidad de tener en cuenta dos momentos claves de “ruptura cultural” que siguieron al Concilio.

Por una parte, “Mayo del 68” fue una explosión que ponía en crisis la cultura cristiana de Occidente. La generación de la postguerra había desaparecido o había envejecido. Aquélla había sido una generación que había padecido el drama de las ideologías nazi y comunista, de forma que había apostado por el humanismo cristiano como camino de reconstrucción europea. Sin embargo, ahora todo parecía entrar en crisis. El espíritu de “Mayo del 68” despreciaba todo legado del pasado, y proclamaba la necesidad de empezar de cero. El marxismo se presentaba como la receta científica para construir el mundo nuevo.

En este momento histórico, se produjo un vivo debate en el seno de la Iglesia: Algunos pensaron que esta revolución cultural era lo que había perseguido el Concilio. Aunque la “letra” de los documentos conciliares no hubiese afirmado tales principios revolucionarios, sin embargo, sostenían que éste era el “espíritu” del Concilio. Por el lado contrario, otros sectores culpaban al Concilio por este masivo alejamiento de la fe y de la Iglesia.

Añádase a lo anterior que, veinte años después de esta primera crisis cultural, sobrevino una segunda: la caída de los regímenes comunistas en 1989. Algunos habían confiado en que la caída del Muro de Berlín hubiese supuesto el regreso a la fe, una vez comprobado el fracaso de la receta marxista. ¡Pero no fue así! La respuesta fue el escepticismo total, la llamada Postmodernidad: ¡Nada es verdad! ¡Que cada uno se busque su solución particular!

Tras refrescar nuestra memoria con este recorrido histórico, el Papa pasó a contestar al sacerdote italiano con su personal lectura creyente, capaz de extraer la lección que Dios quiere que extraigamos de nuestra historia: el Concilio había querido renunciar a un modelo triunfalista, más propio del Barroco, y descender al nivel de un diálogo coloquial con el hombre de nuestro tiempo. Pero, sin embargo, había crecido entre los católicos otro triunfalismo: el pensar que nosotros tenemos la receta mágica para construir la Iglesia del futuro, acaso despreciando a los que nos han precedido y pretendiendo reinventar la Iglesia… Pero la humildad del Crucificado excluye estos planteamientos triunfalistas. La Iglesia siempre debe llevar grabadas las llagas de la pasión de Cristo –incomprensión, persecución, signo de contradicción, etc.- ya que, precisamente por eso, tiene la capacidad de renovar el mundo. ¡Sin Cruz no hay Redención! La humildad de la Cruz es indispensable para la alegría de la Resurrección.

Y desde este espíritu humilde, añade el Papa, debemos redescubrir la gran herencia del Concilio. Han sido muchos, ¡muchísimos!, los logros del Concilio: florecimiento de tantos movimientos de laicos y de nuevas comunidades religiosas, experiencias de catolicidad, renovación litúrgica, corresponsabilidad de los laicos en la Iglesia, sínodos universales y diocesanos, diálogo fe-cultura… Benedicto XVI termina aconsejando la lectura de los textos conciliares en su literalidad, sin pretender interpretarlos desde un supuesto “espíritu conciliar”, que fácilmente podría ser susceptible de confusión con la propia subjetividad.

A buen seguro, que aquel sacerdote italiano que formulaba esa cuestión, en la que había estado tan implicada la historia de su vida, se sintió confortado y esperanzado con la respuesta.

¿Por quién repican las campanas?

Fuente: http://enticonfio.org/joseignaciomunilla.html
Mons. D. José Ignacio Munilla Aguirre
OBISPO DE PALENCIA

¿Por quién repican las campanas?

El domingo 28 de octubre repicaron al unísono las campanas de la Basílica de San Pedro del Vaticano y las campanas de las parroquias natales de los cincuenta y un nuevos beatos palentinos. Si hace setenta años nuestras campanas “doblaron”, ahora han “repicado”... En nuestro rico idioma castellano, distinguimos bien el matiz que diferencia las expresiones “doblan las campanas” y “repican las campanas”. La primera tiene un sentido mortuorio, mientras que la palabra “repicar” evoca el toque festivo de las campanas en señal de gloria y alegría.
Al día siguiente de las beatificaciones, el lunes 29 por la mañana, los peregrinos españoles presentes en Roma, celebrábamos una Misa de Acción de Gracias en la Basílica de San Pedro del Vaticano. Con emoción contenida escuchábamos la impresionante proclamación del salmo responsorial cantado por una soprano: “Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares. / Hasta los gentiles decían: «El Señor ha estado grande con ellos». El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres. / Que el Señor cambie nuestra suerte, como los torrentes del Negueb. Los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares. / Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas.” (Sal 125).

Efectivamente, aquellos acontecimientos vividos en los años treinta fueron trágicos, pero ahora, a la luz de la fe y con la perspectiva que da el paso del tiempo, nos percatamos de que eran también gloriosos. La beatificación de estos mártires es una llamada, en primer lugar, a acrecentar la virtud de la esperanza en nuestra vida. Ésta es la gran lección del Evangelio de Jesucristo, reactualizada por estos contemporáneos nuestros: Sin cruz no hay gloria. No hay rosa sin espina, de la misma forma que -a la luz de la Cruz de Cristo- esperamos firmemente que detrás de cada espina brote una flor de vida eterna. La perspectiva que nos dan los mártires es fundamental para dar sentido a nuestra existencia: ningún sufrimiento de nuestra vida es inútil, cuando es integrado en la Pasión de Cristo. “En todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Rm 8, 28).

En segundo lugar, la homilía pronunciada por el Cardenal Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, José Saraiva Martins, resumía de la siguiente forma el legado que nos dejan los mártires: “A los hombres y a las mujeres de hoy nos dicen en voz muy alta que todos estamos llamados a la santidad (...). ¡Dios nos ha creado y redimido para que seamos santos! No podemos contentarnos con un cristianismo vivido tibiamente.” En otras palabras: el testimonio de los mártires es el mejor antídoto contra la mediocridad y el “pensamiento débil” tan propios de nuestra cultura actual. Su muerte testimonia que la felicidad del cristiano pasa por una opción irrenunciable e innegociable: vivir y morir en gracia de Dios. “Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde a sí mismo?” (Lc 9, 24-25).
Por último, añadiremos que un signo inequívoco que autentifica el martirio de nuestros mártires es el perdón y la misericordia. Las palabras de Jesús en la Cruz: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34), fueron reproducidas por San Esteban, el primero de los mártires, en el momento de su lapidación: “Padre, no les tengas en cuenta este pecado” (Hch 7, 60), y brotan igualmente de los labios de los nuevos beatos. Resultan conmovedoras las palabras que uno de los nuevos beatos, religioso franciscano de la Comunidad de Consuegra, dirigía a sus hermanos, cuando estaban a punto de ser martirizados: «Hermanos, elevad vuestros ojos al cielo y rezad el último padrenuestro, pues dentro de breves momentos estaremos en el Reino de los cielos. Y perdonad a los que os van a dar muerte».

No me resisto, a reproducir también el testimonio de otro de los 498 nuevos beatos. Es el caso de don Ricardo Pla Espí, capellán mozárabe y Secretario de Estudios de la Universidad Pontificia de Toledo. Cuando fueron a su casa los milicianos con intención de matarle, su padre abrió la puerta. Don Ricardo, consciente de lo que hacía, bajó rápidamente a la entrada y dijo: «El sacerdote soy yo». Su madre y su hermana salieron también y don Ricardo se despidió de la familia con estas palabras dirigidas a su madre: «Madre, ¿usted no me ha criado para el cielo?... ¡Pues ésta es la hora! Al martirio hay que ir con alegría». Su madre respondió: «Hijo mío, ¡mucho valor para sufrir!, y ¡mucho más amor para perdonar!». A los pocos minutos, trasladado al paseo toledano del Tránsito, el beato Ricardo Pla Espí caía fusilado mientras gritaba: «¡Viva Cristo Rey!». Era la tarde del 30 de julio de 1936.

Sólo me queda concluir con las palabras pronunciadas por el Cardenal Bertone, Secretario de Estado: “Pidamos al Señor que el ejemplo de santidad de los nuevos mártires alcance para la Iglesia en España muchos frutos de auténtica vida cristiana: un amor que venza la tibieza, una ilusión que estimule la esperanza, un respeto que dé acogida a la verdad y una generosidad que abra el corazón a las necesidades de los más pobres del mundo.”

El 6 de noviembre ha sido elegido como la fecha anual para la conmemoración litúrgica de estos mártires. Aprovechando su proximidad, el próximo martes, 6 de noviembre, a las 18’00, tendremos en nuestra Catedral Palentina una Misa de Acción de gracias por la beatificación de estos 51 palentinos.

Jesús puede ver el corazón de los hombres.

Zaqueo era un hombre rico, jefe de los cobradores de impuestos. Se trata de de un personaje real que busca encontrarse con alguien que llene su vacío existencial. Ha oído hablar de Jesús, quiere verle en persona y no vacila en subirse a una higuera porque era bajo de estatura. Podemos suponer el ridículo que supondría para un personaje público el subirse a un árbol. Los publicanos y Zaqueo era uno de ellos, se habían enriquecido a costa del pueblo oprimido por los impuestos romanos, de los cuales eran recaudadores. A los ojos del pueblo eran ladrones y al mismo tiempo traidores. Sin duda, eran personajes odiados por todos, pecadores públicos. La gente le impedía ver a Jesús, en venganza por la injusticia en la que Zaqueo colaboraba. El subirse a lo alto de una higuera refleja el primer proceso de la conversión, es similar al "se puso en camino" del hijo pródigo. Para salir del fango hay que querer salir y hacer algo, sea dar un paso o subirse a un árbol.

Jesús puede ver el corazón de los hombres. Probablemente vio en el de Zaqueo un deseo de acercarse a Dios y hasta una intención de arrepentirse y cambiar su vida. Quizás es por esto que Jesús se fija en Zaqueo, lo reconoce y lo llama de entre aquella inmensa multitud, para darle la buena nueva de que cenará con él. Me imagino lo que pudo impresionar a Zaqueo la mirada de Jesús. Le miró con cariño, como un padre o una madre miran a su hijo rebelde. Así es Dios con nosotros, clemente, misericordioso, rico en piedad, bueno con todos, cariñoso con todas sus criaturas. Dios reprende con amor, poco a poco, dando a cada uno su tiempo para que se corrija y vuelva al buen camino.

¡Cuánto bien haría la mirada de Jesús en Zaqueo! Se sintió por primera vez en su vida amado de verdad. Y no sólo eso, Jesús le pide hospedarse en su casa. Zaqueo se sintió honrado, pero los "perfectos" criticaban que quisiera hospedarse en casa de un pecador.

La alegría de Zaqueo fue inmensa al conocer el amor de Jesús. Promete darles la mitad de todos sus bienes a los pobres. Afirma que si le ha robado a alguien, le devolverá cuatro veces más. Zaqueo ha encontrado "la perla de gran precio", y para poseerla, está dispuesto a renunciar a sus bienes materiales. ¿Qué pasó en el corazón de Zaqueo para que se produjera en él un cambio tan radical que estuviera dispuesto a dar la mitad de sus bienes a los necesitados? Pues, simplemente que le inundó el amor misericordioso de Jesús. Todos podemos reorientar nuestra vida. Quizá necesitamos un toque de atención, la cercanía de una mano amiga, un impacto especial o una experiencia trascendente. Una mirada de amor auténtico es la que puede cambiar al pecador. Hace más una gota de miel que un barril de vinagre para atraer al que esta perdido.