sábado, 16 de noviembre de 2024

Homilía del Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario, ciclo b Mc 13, 24-32

 


Homilía del Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario, Ciclo b

Mc 13, 24-32

 

         El capítulo 13 del evangelio de Marcos se nos presenta con un lenguaje oscuro, difícil, diferente a todos los demás textos. Jesús hoy nos habla de guerras, terremotos, desastres naturales… anunciará que el sol se oscurecerá, que la luna dejará de dar su resplandor y que las estrellas se caerán del cielo. La interpretación que nos viene inmediatamente es que Jesús está haciendo algunas profecías nefastas sobre nuestro futuro. Pero Jesús no está hablando en absoluto del fin del mundo; de hecho está dando una buena noticia, está anunciando que el mundo nuevo está por nacer.

 

Para poder entender este evangelio de hoy, y no caer en una interpretación errada, es preciso hacer una mención al contexto histórico en el que el evangelista Marcos ha compuesto este capítulo. Su evangelio fue escrito en torno al año 68, pero este capítulo 13 fue redactado unos años después. ¿Cuál era la situación de la comunidad cristiana de Roma? Es una comunidad que se encuentra traumatizada por la persecución de Nerón que apenas acaba de terminar, ya que duró del 64 al 68 d.C. Muchos hermanos fueron asesinados del modo más cruel tal y como nos cuenta el historiador Tácito en una página memorable de su obra ‘Los anales’. Pero la herida más dolorosa es la división que se ha creado dentro de esta comunidad durante la persecución. Nos cuenta Tácito que había cristianos que denunciaban a sus hermanos a Nerón; este es un tiempo de caos. A los pocos meses de morir Nerón el propio imperio quedó muy degenerado y degradado, al punto del colapso de las violentas guerras civiles; de tal modo que en poco tiempo se produjo la sucesión de tres emperadores, Galba, Otón y Vitelio, hasta que Vespasiano tomó el poder. Tácito nos dice que el imperio estaba sumido en una confusión enorme: y esto tuvo sus efectos negativos en la población, carestía, hambrunas, pestes. Recordemos en el año 70 la ciudad y el Templo de Jerusalén es destruido. Es en este momento dramático en el que se encuentran los cristianos de Roma. Y estos cristianos se preguntan ¿cómo se concilian todos estos eventos desgraciados con la esperanza que el Evangelio ha suscitado en todos nosotros? ¿Dónde está el mundo nuevo que ya se suponía que iba a brotar? Sólo han pasado 40 años de la Pascua. Marcos nos enseña a no leer de un modo incorrecto los acontecimientos negativos de la historia.

 

Jesús no tiene como objetivo hacer predicciones del futuro, sino que desea enseñarnos a leer el presente con la mirada de Dios, para dar así la interpretación justa y adecuada porque si se interpreta de un modo incorrecto se toman elecciones erradas. Jesús en este capítulo 13 nos dice «esto es el comienzo de los dolores de alumbramiento» (Mc 13, 8). ¿De qué dolores está hablando Jesús? No se está refiriendo a las guerras, epidemias o desgracias. Se está de los dolores del parto, signo del nacimiento de una vida, de un mundo nuevo sin signos de muerte. Recordemos que Jesús ya usado esta imagen del parto durante la última cena y nos lo refiere san Juan cuando ante la tristeza de los discípulos les dice: «La mujer suele estar triste cuando va a dar a luz, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado luz al niño, no se acuerda del aprieto, por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo» (Jn 16, 21). Este es el modo de cómo Jesús nos invita a leer estos eventos dramáticos acontecidos en la historia. Los eventos/signos de dolor como un preludio de un mundo nuevo.

 

Y para abrir nuestras mentes el propio Jesús emplea un tipo de lenguaje (género literario) al que no nos suele tener acostumbrados: el lenguaje apocalíptico. Apocalipsis es una palabra que deriva del verbo griego ‘αποκαλύπτω’, revelar, significa ‘quitar el velo’; y eso es lo que pretende hacer Jesús, quitar el velo que nos obstaculiza para entender el significado de lo que sucede y dar la interpretación adecuada/acertada. De hecho quita el velo y lo hace con imágenes que nosotros deberemos de descubrir o descodificar en nuestra propia vida.

 

«En aquellos días, después de la gran angustia, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán». ¿De qué angustia o tribulación estaba hablando Jesús? Estaba hablando de la destrucción de la ciudad de Jerusalén y de su Templo. Jesús ya lo había anunciado porque Israel había rechazado su propuesta de un mundo de paz y de amor (el Reino de Dios) y al rechazarlo se decretó la propia ruina. Jesús cuando dice estas palabras estaba en el Monte de los Olivos contemplando la ciudad destinada a la destrucción y por eso Jesús llora. ¿Qué es lo que pasará después de esta gran catástrofe? Para Israel era el fin de todo al ser destruido su Templo y todas las promesas de los profetas les habían decepcionado. Pero Jesús sostiene que después de estas tragedias todos seremos testigos de un brote de una cosa nueva y maravillosa. ¿Cómo nos lo dice? ¿De qué nuevos brotes de vida y alegría se refiere Jesús?: Lo expresa con unas imágenes apocalípticas.

 

La primera imagen es «el sol se oscurecerá». No se trata del Sol que sale por el este y se oculta por el oeste. Todos los pueblos del Antiguo Medio Oriente consideraban como divinidades las estrellas del firmamento y creían que ellos dirigían y orquestaban todos los eventos del mundo; porque ellos podían promover la vida, la vegetación o provocar desgracias y calamidades. Y para calmarles se les ofrecía muchos sacrificios y holocaustos a esas deidades celestiales. El Sol en todo el Antiguo Medio Oriente era adorado: En Egipto era conocido con los nombres ‘Ra’ o ‘Atum’; en Mesopotamia era el dios ‘Shamash’, era un dios sumamente cruel y que veía todas las cosas que sucedía en el mundo todos los días.

 

La segunda imagen apocalíptica es «la luna no dará su resplandor». De la deidad lunar se le hacía depender la vegetación y trashumancia de los rebaños.

 

La tercera imagen es «las estrellas caerán del cielo». Se refería a la estrella de la mañana, a Venus; una estrella de ocho puntas que era adorada en todo el Antiguo Medio Oriente como la diosa del amor y de la guerra.

 

Estas imágenes no las he inventado Jesús, nos las encontramos en el profeta Isaías (del capítulo 13 al 34): «Las estrellas del cielo y sus constelaciones dejarán de brillar, el sol se oscurecerá desde la aurora, y la luna dejará de iluminar» (Is 13, 10). Estas imágenes apocalípticas de aquí las tomó Jesús. ¿Qué significa este oscurecimiento de las divinidades del cielo? Con la destrucción de Jerusalén comenzará un mundo completamente nuevo con el inicio de la predicación del Evangelio. Estas divinidades/deidades que habían seducido a la humanidad justificaban la esclavitud, la corrupción moral, la opresión de la gente, la crueldad, la tiranía… todas estas estrellas se acabaron (dejan de brillar  y se caen del cielo), perderán todo su esplendor porque donde llegue la luz del Evangelio todo lo demás se oscurecerá.

 

¿Quiénes eran estas estrellas? Esas estrellas son todos los gobernantes, del faraón, de los emperadores, del imperio de Mesopotamia y a todos los reyes que se consideran como estrellas del cielo imponiendo su opresión y dominio sobre el pueblo. Dice Jesús que todas estas estrellas están cayendo y llegan a la tierra y se quedan sin poder. Recordemos el capítulo 14 de Isaías ‘el lamento sobre Nabudocodonosor’: «¿Cómo has caído del cielo, lucero del alba?¿Cómo estás derribado por tierra, opresor de los pueblos? (…) ¡Cómo has caído al abismo, a lo más hondo de la fosa!». Y el rey Tiro que es presentado por el profeta Ezequiel: «(…) Porque has querido igualarte a Dios, yo haré venir contra ti extranjeros, los más feroces de las naciones, que desenvainarán la espada contra tu valiente sabiduría y profanarán tu belleza. Te harán bajar a la fosa y perecerás de muerte violenta en el corazón del mar» (Ez 28, 7-8). En la antigüedad los faraones, reyes y emperadores eran las estrellas que estaban en los cielos y que todos debían contemplar, admirar e invocar. Jesús nos dice que todas estas estrellas no deben estar en el cielo porque no son divinidades. Cada régimen, cada opresión de los hombres, todo poder basado en el dominio debe desaparecer: Este es el anuncio de alegría que Jesús está dando. El mensaje de Jesús es todo menos catastrófico: Es el anuncio de un terremoto que derribará todos los reinos de este mundo (el reino de la injusticia, de la mentira, del abuso de poder, de la hipocresía…) y que tienen sus días contados, ya que caerán del cielo porque ellos no han de conducir ni tu vida ni la historia.

 

«Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y gloria; enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo». Para entender la imagen del ‘Hijo del hombre’ acudimos al profeta Daniel en el capítulo 7 presenta la sucesión de cuatro imperios con las imágenes de bestias salvajes. La primera es el león que presenta el imperio de Babilonia que con Nabudocodonosor había destruido la ciudad de Jerusalén, pero ese león, llegará un punto que, será despedazado por un oso, el imperio de los Medos. Los cuales serán destruidos por otra bestia, un leopardo, que representa el imperio de los persas; un leopardo que se extendió por todo el mundo antiguo llegando hasta Grecia. Finalmente hay una cuarta bestia que ni siquiera está identificada por su nombre; es tan bestial que dice que es insaciable, implacable, tanto que no pudo ser descrita como si fuera un animal esta cuarta bestia; es Alejandro Magno y después de él Seleuco I Nicátor que gobernó la Siria Palestina. Ninguno de estos imperios eran humanos, no se comportaban como seres humanos. Cada imperio sucedía otro que era aún peor más deshumano y feroz. El profeta Daniel dice que después de estos cuatro imperios crueles se levantará un quinto imperio, donde Dios entregará el reino no a una bestia feroz, sino a un personaje con un corazón humano y su dominio será eterno, no pasará; en su reino no habrá más destrucción. Este Hijo del hombre es ese personaje. Jesús unas 80 veces en los evangelios se presenta como este Hijo del hombre. De este modo, con esta imagen apocalíptica quiere infundir esperanza. No nos asustemos con todos los dramas de la historia, porque todos los poderes inhumanos son destinados a caer.

 

Nos dice que este Hijo del hombre «enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo». No se está refiriendo a que enviará a los ángeles para despertar a los muertos y para conducirlos al juicio final; está hablando de otra cosa, no lo confundamos con el capítulo 25 de Mateo. El significado de las imágenes de los ángeles que reúnen a los elegidos es una respuesta de consuelo que Marcos está dando a su comunidad. Aquellos cristianos que son tentados de abandonar la fe, de bajar los brazos. Marcos recuerda la promesa de Jesús, el cual no permitirá que sus discípulos sean esparcidos por los cuatro vientos. La persecución acontecida cuando Marcos escribe este capítulo –y sentía aún muy fuerte el drama- y que había dispersado a la comunidad, pues el Señor enviará a los ángeles para reunir a los dispersados por los cuatro puntos cardinales, de los cuatro vientos. El término ‘ángel’ no designa necesariamente un ser espiritual como nos lo solemos imaginar con alas… ‘Ángel’ en la Biblia indica todo mediador de la salvación, de la ternura de Dios. Aplicado en la Biblia se convierte en un instrumento en las manos del Señor a favor del hombre. Son los ángeles enviados por Dios para reunir a las comunidades cristianas, las cuales previamente se habían dispersado por la persecución. Hoy por hoy, el Señor envía a los ángeles para reunir a todos aquellos que, sin conocer a Jesús, su corazón sí que le anhelan.

 

¿Cuáles son los ‘vientos’ que han dispersado a nuestras comunidades? Los vientos del secularismo; la permisividad de la concepción pagana, de la sexualidad; la pérdida de los valores de referencia; el indiferentismo religioso; la mentalidad hedonista por lo cual es bueno y justo todo lo que a uno le place. Estos son ‘los vientos’ que han vaciado nuestras iglesias y han llevado a tantos cristianos a desertar de la fe.

 

Estos ‘vientos’ ya no nos pueden pillar desprevenidos. Se basaban en la fragilidad de nuestra fe, la cual no estaba radicada/cimentada en la Palabra de Dios y muy fundada en la credulidad. Este tipo de fe inmadura es la que hizo que esos vientos dispersara a la gente.

 

¿Quiénes son estos ángeles que el Hijo del hombre manda para reunir a estos elegidos? Son aquellos hermanos que supieron mantenerse fieles a Cristo y al Evangelio y ahora se empeñan/comprometen toda la vida y todo su ser para reunir a los hermanos que han abandonado la comunidad cristiana.

 

Y ahora con una parábola Jesús quiere inculcarnos en nosotros esta esperanza. «Aprended de esta parábola de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros que esto sucede, sabed que él está cerca, a la puerta. En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre». Jesús empleó la imagen de la higuera no en vistas al terror de los últimos tiempos, sino a los signos de salvación. La higuera, pues, se diferencia de otros árboles de Palestina, como el olivo, el algarrobo, el roble, en que pierden su follaje en invierno y parece como muerta por sus ramas desnudas de modo que se puede observar en ella claramente la ascensión de la savia nueva. Sus brotes, irrupción de la vida en la muerte, símbolo del gran misterio de la vida y de la muerte, son un signo precursor del verano. Del mismo modo el pueblo aparentemente muerto despierta a la vida nueva cuando el Mesías llama a la puerta.

 

La imagen de la higuera ya lo había empleado Jesús a la hora de hablar del Templo: todo follaje, todo lleno de hojas pero sin fruto. En el momento en que cae el Templo de Jerusalén, el gran obstáculo para predicar la buena noticia; en el momento en que se proclama la buena noticia todos los poderes que se basan en la explotación empiezan a caer empieza/se inaugura el Reino de Dios. Jesús tiene la certeza absoluta que si la comunidad anuncia y vive la buena noticia de Jesús cada sistema injusto y cada sistema opresor caerá, porque todos los poderosos, todos los regímenes tienen los pies de barro y tarde o temprano están destinados a caer. El evangelio termina con una imagen de gran confianza al decirnos que no sabemos el momento ni de la muerte ni de la persecución de sus discípulos, pero lo que sí sabemos –y con certeza total- que estamos y estaremos en las manos del Padre. Es una clara invitación a fiarnos totalmente en la acción del Padre. Es una página de gran alegría y de buenas noticias a una comunidad cristiana que se encuentra pequeña e impotente frente a los grandes regímenes que gobiernan y tienden siempre a oprimir al débil.  

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