Domingo XXIV del Tiempo Ordinario,
15.09.2024
San Marcos 8, 27-35
Recuerdan
cómo el domingo pasado nos encontrábamos a Jesús en el territorio de la
Decápolis, en ese territorio pagano curando/sanando a un sordomudo. Recordemos
que el ambiente y el contexto era hostil y tenso para Jesús, ya que los
fariseos, sacerdotes del Templo y saduceos estaban acechándole. Incluso Jesús
llamó a los fariseos con el término ‘hipócritas’, con el sentido de aquellos
actores que se ponían una máscara para interpretar en el teatro un personaje
que no coincidía con el actor.
Hoy
conduce a sus discípulos a las aldeas de Cesarea de Filipo. Los condujo al
extremo norte de la tierra de Israel desde Cafarnaúm. En total dos días de
camino. Aquella zona de Israel es uno de los lugares más encantadores de la
tierra de Israel. Allí está los pies del Monte Hermón, siempre nevado por el
que fluyen las aguas de abundante frescura del río Jordán. Aquella llanura está
regada por innumerables arroyos y por lo tanto el suelo es muy fértil; un
verdadero paraíso. Región famosa por los grandes pastos y por la fecundidad de
los rebaños.
¿Por qué Jesús llevó a sus discípulos a Cesarea de
Filipo?
¿Acaso no podía haberlos preguntado o haber dicho sus discursos en Cafarnaúm?
Jesús quiso hacerlo allí, en la capital del Reino de Filipo. Se llamaba así
esta ciudad porque había sido fundada por Filipo, uno de los tres hijos de
Herodes el Grande. La había construido como su capital y por supuesto, la había
llamado Cesarea en honor del emperador de Roma. ¿Qué ven los discípulos a su
alrededor? Los discípulos se quedaron encantados no solo por el paisaje, sino
sobre todo los palacios y todos los placeres que el tetrarca Filipo podía
permitirse en sus palacios. Los discípulos podían contemplar la majestuosidad
de uno de esos palacios. Los discípulos saben que en ese palacio, encima del
manantial y en medio de los árboles, vive Filipo, su mujer que es Salomé (la
famosa bailarina que costó la cabeza de Juan el Bautista). Ciertamente Salomé
era el alma de todas las fiestas, era la que las animaba. Es en el marco de esta vida tentadora donde Jesús dirige a sus
discípulos esta pregunta: «¿Quién dice la
gente que soy yo?».
Y le contestan que para unos es Juan el Bautista, para otros Elías o uno de los
profetas. Dicho con otras palabras, o parafraseando las palabras del Maestro:
¿Qué es lo que la gente valora de mi persona? ¿Mi vida tiene cierto valor para
ellos o soy un valor completamente insignificante frente a tanto lujo y
majestuosidad? Recordemos que Filipo era un hombre envidiado por todos y
admirado por algunos; y también los propios discípulos, en el fondo de sus
corazones, encarnan el deseo de ser como Filipo. Y Jesús, al oír las
contestaciones de lo que la gente piensa de él, le revela que para el pueblo Jesús encarnan los valores que movieron
las vidas de Juan el Bautista, de Elías y de cada uno de los profetas.
Ninguna persona del pueblo ha visto a Jesús parecido a los grandes personajes de
su época. La gente puede envidiar la vida de Felipo; pero en Jesús la gente
capta semejanzas con personas dignas de admiración, no por sus palacios o
riquezas o extravagancias que puedan permitírselas, ni ven a Jesús con
semejanzas con los sumos sacerdotes ante los cuales todo el mundo se inclinaba.
No se parece a ninguno de estos personajes. La gente se había dado cuenta de
cómo Jesús era una persona íntegra, honrada, fiel que no se dobla como las
cañas por el viento de las conveniencias, sino que dice lo que piensa y vive de
acuerdo con lo que él piensa, tal y como también hizo Elías.
Jesús, al igual
que Juan el Bautista, Elías y cada uno de los otros profetas predicaron la fe
en el Dios único y verdadero, rechazando todo tipo de idolatría. Filipo y los
que eran como Filipo o le tenían envidia eran personas que se habían vuelto
idólatras, se habían convertido en esclavo de los placeres y de la carne,
perdiendo su libertad, ya que todas esas cosas ocupan la integridad de sus
corazones. Los pensamientos deciden todas tus opciones, si adoras al dios del
dinero que crees que te lo da todo, pero tienes que obedecerle, tienes que
estar dispuesto a explotar, a mentir, incluso a matar, siendo esclavo del
ídolo. Jesús rechazó totalmente a todos los ídolos y dice que las cosas son
criaturas, dones de Dios, pero no podemos ser sus esclavos. Todos aquellos que
se inclinaban ante Filipo eran objeto de muchas de sus beneficios y riquezas,
ya que muchos anhelaban las alegrías de la lujuriosa vida palaciega.
La gente apreciaba
y admiraba a Jesús por su rectitud, su valentía. Pero la pregunta es ¿vale la pena ser hombres como Jesús o es
mejor ser como los devotos de Filipo que se inclinan ante él para obtener sus
beneficios? Hay muchos que esperan de Jesús curaciones, un empleo seguro y
bien remunerado, una familia sólida y bien avenida, la protección ante los
infortunios…
Ante esto Jesús hace la segunda pregunta: «Y vosotros,
¿quién decís que soy?». Todos sabemos lo que Pedro le contestó: «Tú eres el
Mesías». La respuesta dada por Pedro es correcta. Pero no es esto lo que Jesús
quiere saber. Lo que Jesús desea saber es qué tipo de Mesías están ellos
esperando: ¿es el que está de acuerdo con los estándares de los hombres, el de
la tradición, el hijo de David que habría gobernado sobre todos los reinos del
mundo y que hubiera expulsado de los romanos de aquellas tierras? Ellos no
entendieron su pregunta. Parafraseando a Jesús sería así: ¿Hasta qué punto estás implicado en mi propuesta de hombre? ¿cómo
cuento en tú vida, en tus elecciones, en tus pensamientos? ¿cuánto te importa mi persona? Esta es realmente la pregunta que
Jesús les hizo. Él quiere saber hasta qué punto sus discípulos se implican en
su propuesta de hombre. Les está preguntando: ¿Vosotros queréis ser hombres
como Herodes y Filipo o como yo? ¿Habéis comprendido que somos diferentes
estilos de ser hombres? ¿Quién de ustedes está involucrado conmigo? ¿Deseas
unir tu vida a la mía? ¿Estas dispuesto de apostar tu vida por Jesús de
Nazaret?
Y ante estas
preguntas uno puede decirle que… sí, deseo apostar por ti pero…a un cierto
momento de la semana (a la Misa), participando en la liturgia dominical, hacer
alguna obra de caridad o limosna… etc. Este tipo de respuesta no satisface a
Jesús, ya que él quiere saber si quieres unir toda tu vida y vivirla como él la
vivió: Pedro respondió con mucho entusiasmo,
pero sin haber comprendido.
Y
como Jesús se dio cuenta de que los discípulos ni los apóstoles se habían
enterado de nada dice la Palabra que «empezó a instruirlos». Pero ¿no llevaba
más de un año y medio instruyéndolos? ¿cómo dice que empezó a instruirlos?
Llama la atención que se emplee el verbo ‘comenzar o empezar’ a instruirlos,
sobre todo porque estamos en medio de la vida pública de Jesús y ha enseñando
ya muchas cosas tanto en público como en privado. Dice que empieza porque los
discípulos no habían entendido nada, ni
habían entendido a dónde quería llevarlos. O puede ser que ellos no
quisieran entender lo que Jesús les estaba diciendo. Pero lo que está fuera de
dudas es que Jesús no quería malos entendidos. Él no oculta su verdadera
identidad, no se disfraza -como los fariseos-. Jesús quiere que los que se adhieran a él tengan las ideas claras
de hacia dónde van y hacia dónde él los quiere llevar. Por eso les dice que su
persona va a sufrir mucho, que será rechazado por las autoridades religiosas,
por los que son ‘los buenos’ de la sociedad, y que le asesinarán. Jesús
abiertamente dice a sus discípulos que él es, a los ojos del mundo, un
perdedor, un fracasado. Mientras en la vida todo el mundo compite y se dan
carreras frenéticas para ser el mejor y destacar, Él muere por amor al hermano.
Jesús enseña a sus discípulos que ‘somos como hierba que por la mañana está
preciosa y por la tarde se la siega’, ‘que las riquezas no salvan al hombre’,
‘que todo es vanidad’.
Jesús a los ojos
del mundo es un fracasado que le matarán, pero ‘a los tres días resucitará’. La historia del hombre
que nos propone Jesús no termina en la oscuridad de un sepulcro, porque el
juicio de Dios trastoca los criterios y evaluar el éxito de una vida de una
manera contraria a los juicios de los hombres.
Pedro al oír que le iban a maltratar e incluso a
asesinar es cuando está conmocionado. Pedro había recibido un golpe terrible,
lo cual nos revela que no había entendido nada de lo anterior o bien no quería
entender, ya que Jesús ahora es demasiado claro. Pedro no puede aceptar esta
perspectiva de la vida planteada por Jesús. Él no había abandonado la casa, el
barco para seguir al Maestro, es cierto que él también está dispuesto para dar
la vida, pero para ganar, no para perder. De hecho reacciona y reacciona porque
ya sí lo ha entendido y no puede aceptar la propuesta de Jesús. Si nosotros no reaccionamos como Pedro oponiéndonos,
es porque aún no hemos comprendido lo que Jesús nos está pidiendo.
Ante esto Pedro lo
llevó a parte y comenzó a ‘increparlo’, ‘reprenderle’. El verbo ‘reprender’ es
muy importante porque es el verbo usado por los evangelistas para contar las
historias de los exorcismos de Jesús. Cuando Jesús tiene que expulsar a algún demonio,
lo reprende a él y el diablo. En el presente caso cuando Pedro reprende a Jesús
es porque Pedro está convencido que Satanás le había sugerido dichos planes de
destrucción y muerte. Pedro sabe que la Biblia dice que ‘los hombres de bien
son benditos y que el Señor les colma de bendiciones’. El Salmo 37 dice que
‘los malvados conspiran contra el justo, pero el Señor se ríe de los malvados y
protege al justo’. Del mismo modo Pedro sabía que los salmos también decían que
‘el Señor no abandona a los justos y los impíos acaban mal’. Esta era la catequesis que había aprendido
Pedro, sin embargo, ahora Jesús dice todo lo contrario. Ese era al
malentendido de Pedro.
¿Y cual fue la
respuesta de Jesús? Jesús empezó a reprender a Pedro, increpó a Pedro. Es
decir, comenzó Jesús a hacerle a Pedro el exorcismo, ya que Pedro tiene a
Satanás dentro porque razona con los criterios y normas de los hombres, no
según las normas de Dios. Por eso le dice a Pedro ‘¡Ponte detrás de mí,
Satanás!’, o sea, ponte detrás de mí,
pero no lejos de mí. Como solían decir en la antigüedad; ven detrás
de mí, no te pares frente a mí para marcarme el camino. Ponte detrás de
mí para que yo te muestre el camino, que es el camino de Dios. Si quieres ser
un hombre auténtico según Dios, sígueme porque tu vida ha de estar en las manos
de Dios y no en la de los hombres.
Cristo dice que
‘quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por Cristo y
por el Evangelio la salvará’. A Jesús no le importan mucho los números, de si
son muchos o pocos los que le seguían; lo que sí quería era que los que le
siguiesen, realmente le siguiesen. Es una propuesta de amor que nos hace el
Señor y el amor se propone, pero no se impone. Jesús sabía que había mucha
gente que le admiraba, pero admirar a Jesús no significa todavía ser sus
discípulos. Es más, ni siquiera es adhesión al Señor. Las exigencias en el
seguimiento de Cristo no pueden ser mitigadas, no pueden ser negociadas;
o son aceptadas o rechazadas, o pierdes tu vida por Cristo o no la pierdes por
el Señor.
Y en ese morir por
Cristo hay tres imperativos que el Señor nos lo deja bien en claro en
este evangelio. El primero es ‘niégate a ti mismo’. Instintivamente nos
replegamos en nosotros mismos y nos negamos a negarnos a nosotros mismos ya que
todo lo que queremos hacer es para obtener nuestro máximo beneficio. A lo que
Jesucristo nos dice que ‘olvídate de tí mismo en cada elección que hagas, ya no
pienses en ti mismo, sino en la necesidad del otro: De este modo tu alegría
será la alegría de Dios. El segundo imperativo es ‘toma tu cruz’. La
cruz se refiere a la que el Señor te propone que abraces. Es la de aquel que
por haber elegido el tener a Cristo como único Señor y siendo el Señor su
delicia es maldecido por los demás. Es el ser insultado porque eligió el amor y
no la complacencia; eligió dar la vida por los demás antes de quitar la vida a
los demás. El discípulo de Cristo ha de saber y tener en cuenta, y Cristo es
muy claro, que si uno toma la decisión de vida propuesto por Jesús de Nazaret
no será una persona exitosa a los ojos del mundo, es más será un fracasado a
los ojos del mundo.
Y el tercer imperativo o condición es ‘sígueme’, ‘que me siga’. Esto no quiere decir que le imitemos, sino orar y orar. Es como mantener el teléfono móvil encendido constantemente para hablar con Él, para que cualquier elección que tenga que realizar la haga contando con su presencia, preguntándole qué piensa. De tal modo que, si vivimos unidos a Él, Él nos resucitará. No quiere decir que resucitemos en el tercer día, sino que nuestra historia con Jesucristo es una historia triunfante, exitosa ya que estando con el Maestro los aparentemente fracasados y perdedores son los que llevarán una corona de gloria que no se marchita.
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