San Antonio de Padua
13 de Junio de 2023
[2 Cor 1, 18-22; Sal 118; Mt 5, 13-16]
Agradezco a la Cofradía del
Santísimo Sacramento y de San Antonio esta oportunidad para celebrar en este
pueblo esta fiesta en honor a San Antonio de Padua; un pueblo en el cual tengo
gran parte de mis raíces.
Hoy Jesús, en evangelio, a sus discípulos, les ofrece
dos imágenes. La primera: «Vosotros sois la sal de la
tierra» [Mt 5, 13-16]. Jesús habla al primer grupo de discípulos que
están dando los primeros pasos tras el Maestro. La misión de ser sal de la
tierra lleva consigo una serie de dificultades. ¿Cómo podemos ser sal de
la tierra? Primero hay que caer en la cuenta que el sabor evangélico de nuestra
vida es muy insípido. Nuestra vida no sabe a Evangelio.
Debemos tener presente que la fragilidad y
debilidades, las cuales comprobamos en nuestra vida, no nos incapacita
para sacar adelante la opción de seguir a Jesucristo. El apóstol Simón, al
que Jesús le llamó con el sobrenombre de Pedro, durante toda la convivencia con
Jesús seguía pensando con criterios mundanos y vemos la fatiga, el
esfuerzo que Pedro realizó para separarse de los criterios dictados por el
Maligno. Porque Pedro seguía teniendo sueños de grandeza, de prestigio que
caracterizan el mundo del pecado. Sin embargo, Jesús siguió confiando en Pedro.
Y Jesús sigue confiando en cada uno de nosotros a pesar de las grandes
debilidades y fragilidades.
Por eso hoy Nuestro Señor Jesucristo nos presenta a
uno de sus grandes amigos: San Antonio de Padua. San Antonio puede decir
y asumir las mismas palabras que escribió el Apóstol San Pablo: «He combatido el buen combate, he concluido mi carrera,
he guardado la fe» [2 Tim 4, 7]. San Antonio de Padua nos invita a
que pensemos en las cosas del cielo, que siempre tendamos a estar con Dios.
Dios, que conoce a cada uno de los vecinos de
Villamartín de Campos sabía, y por eso lo hizo, que este querido santo iba a
ser muy querido y aceptado por los hijos de este pueblo. De hecho, ya sea en la
prosperidad o en las más dolorosas adversidades, todos los hijos de este
pueblo, ya sea a lo largo de los años ya sea en la distancia, han tenido y
tienen en su corazón esta devoción a San Antonio tan honda y tan segura
protección. San Antonio, al estar en el cielo y estar tan íntimamente unido a
Cristo, no deja de interceder por nosotros ante el Padre. De hecho, todos
tenemos experiencia de cómo Dios nos ha regalado muchas gracias y deseos
pidiéndoselo a través de San Antonio, el cual, intercediendo por nosotros ante
el Padre, los hemos recibido. Cada cual
sabe lo que ha recibido como fruto de esa oración constante y fervorosa.
Dios comunicó un poder
extraordinario a San Antonio de Padua, el cual nació en Lisboa en el año 1195,
y que fue bautizado con el nombre de Fernando. Cristo concedió el don de los
milagros a este gran santo para marcar con el sello divino su Palabra. Era necesario probar con señales indudables
y milagrosas la doctrina del Maestro y conducir así a los no creyentes al
cristianismo. Muchas veces las razones teológicas que San Antonio
argumentaba a los paganos no eran escuchadas porque eran ‘muy duros de mollera’,
eran ‘tercos, pero tercos de los hechos por encargo’ y además estaban repletos
de prejuicios. San Antonio se tenía que ‘armar con muchas dosis de paciencia’
ante aquellos que negaban las verdades que él defendía.
Otra de las cosas a tener en cuenta en ese ser sal
de la tierra es que tenemos miedo a la confrontación con aquellos que
piensan de un modo diverso. ¿Por qué razón tenemos miedo a la confrontación
con los que piensan diferente? En primer lugar, porque si nos preguntan las
razones de nuestra esperanza no podamos ofrecérselo. Y también porque tenemos
miedo de que se rían de nosotros al ser considerados como soñadores y
engañados. Recordemos que esto le sucedió a Pablo en Atenas, cuando en el
Areópago [Cfr. Hch 17, 16-34] estaba anunciando la resurrección comenzaron a
burlarse de él. El cristiano no tiene que tener miedo de presentarse ante el
mundo, el cual piensa de un modo diverso. No podemos quedarnos rezagados o
aislados en nuestras comunidades. Y no lo podemos hacer porque debemos de
esparcir la sal de la sabiduría evangélica en el mundo. Daros cuenta de la
valentía y del santo coraje que tuvo nuestro querido santo, san Antonio para
dar razón de su fe:
Sus
biógrafos nos cuentan cómo cierto día nuestro querido santo discutía con un
hereje. Ese infeliz se negaba obstinadamente a admitir el misterio de la
transustanciación, porque después de la consagración no percibía cambio alguno
en las especies eucarísticas. San Antonio se lo explicaba con argumentos de la
Biblia y de la Tradición, pero todos sus esfuerzos chocaban con la obstinación
de su interlocutor. De tal modo que nuestro querido santo cambió de estrategia:
Le dijo: «Usted tiene una mula que utiliza para
montarla. Voy a presentarle una hostia consagrada; si se postrase ante el
Santísimo Sacramento, ¿admitiría la presencia del Salvador en las especies
eucarísticas?»
-«Sin duda» -, respondió el incrédulo
esperando dejar en situación embarazosa al santo con semejante apuesta. Para
garantizar mejor el éxito, el hereje privó al animal de cualquier alimento.
El
día y hora fijados, Antonio que se había preparado con redobladas oraciones,
salió de la iglesia portando el ostensorio entre sus manos. Por el otro lado,
el incrédulo llegaba sujetando al hambriento animal por las riendas. Una
multitud considerable se agolpaba en la plaza, llena de curiosidad en
presenciar el singular espectáculo. Con una sonrisa en los labios, nuestro
hombre, pensando ya triunfar, colocó ante el animal un saco de avena. Pero la
mula, entregada a sí misma, se desvió del alimento que se le ofrecía y dobló
las patas ante el augusto Sacramento; sólo se levantó después de haber recibido
el permiso del santo. Es fácil imaginar el efecto que produjo el milagro. El
hereje mantuvo la palabra y se convirtió.
San Antonio de Padua sabía perfectamente cómo debía
ser él esa sal. ¿Cómo ha de ser la sal? En tiempo de Jesús eran muchas las
funciones de la sal y Jesús utiliza esta metáfora. La sal, en primer lugar, es
la de dar sabor a los alimentos. Desde la antigüedad la sal se ha convertido
en el Símbolo de la Sabiduría,
porque es lo que da sabor a la vida. Es más, todos tenemos experiencia
que cuando estamos en un grupo y hay una persona sabia o entendida la
conversación enseguida sube de nivel y se vuelve agradable e interesante,
enriquecedor… o sea, tiene sabor. San Pablo conoce este simbolismo cuando
escribe a la comunidad de los colosenses recomendándoles que las conversaciones
que tengan entre ellos sean siempre agradables sazonando con sal: «Que
vuestra conversación sea siempre amena, sazonada con sal, sabiendo responder a
cada cual como conviene» [Col 4, 6]. La forma de hablar del cristiano ha de
tener un sabor muy particular, muy diferente del discurso que hacen los que son
paganos. Por lo tanto, en la boca de un cristiano no cabe ni el lenguaje soez
ni la vulgaridad. Lo importante a destacar es que el cristiano trae al mundo la
sabiduría que da el sabor y el sentido a la vida. Nuestro santo para responder
a todos aquellos que iban contra la fe y contra la Iglesia siempre se posicionaba
con dulzura y con claridad, de tal manera que su forma de actuar siempre le
daba la razón. De esto tiene experiencia nuestro santo:
Nos
cuentan que en la ciudad italiana de Rímini estaba San Antonio predicando y los
herejes se burlaban de sus sermones. A lo que nuestro santo les dijo: «Ya que los hombres no quieren
oír la palabra de Dios, voy a predicar a los peces». -Se dirigió hacia los
verdes márgenes de un río, que daba ya al mar. Cuando San Antonio, con una
sencillez encantadora invitó a los habitantes de las limpias corrientes a
alabar al Señor, los peces se fueron reuniendo cerca de la playa; ponían la
cabeza hacia fuera y parecían escuchar al orador con atención.
Cuando alguien está tan lleno de
Dios, como es el caso de San Antonio de Padua, puede gozar de un discernimiento y sabiduría divinos. Sabe dar la
palabra adecuada y hacer el gesto oportuno para conducir a las personas hacia
Dios. San Antonio, todo lo que hacía era para fortalecer la fe de los
oyentes y que cuidasen esa relación personal de amistad con el Señor. Cuando
Jesús nos avisa del riesgo de que la sal se vuelva sosa nos está dando
una palabra de gran actualidad. El verbo que se usa en griego para indicar la
pérdida del sabor, es ‘moraino’, que se traduce por “perder el sabor”,
“desvirtuarse”; significa también “volverse necio, loco” [Cfr. Rom 1, 22; 1
Cor. 1, 20]. El cristiano puede correr el riesgo de perder ese sabor, de perder
esa sabiduría que debe de llevar allá en donde se desarrolle su existencia. El
cristiano está en el mundo, en medio de unos planteamientos mundanos, y puede
correr el riesgo de contaminarse por la sabiduría mundana, y de este modo
pierda su sabor, pierda su presencia evangélica. Cuando uno empieza a
adaptarse al mundo, el mundo te engulle. El evangelio puede ser aceptado o
rechazado, pero no puede ser modificado. No se puede contaminar el sabor de la
sal evangélica.
El adjetivo derivado del mismo (morós) se aplica al
hombre necio o insensato que construye su casa sobre arena [Mt 7, 26] y las vírgenes
necias que al tomar sus lámparas no se proveyeron de aceite [Mt 25, 1-21]. Los
términos de «ser echado fuera y que la pise la gente» remite al juicio de Dios [Cf.
Mt 3, 10 «y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego»;
Mt 7,19; 13,42 «y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el
rechinar de dientes»]; por lo tanto, un discípulo que no viva como tal y que
no ejerza alguna influencia en su ambiente, será rechazado por Dios. Nuestro
santo, lleno del Espíritu del Señor, para que no perdamos ese sabor de la sal,
nos dio una gran lección a propósito de lo acontecido durante un funeral.
Algunos
biógrafos cuentan que Antonio tuvo que dirigir la palabra durante un funeral a
un usurero. Habiendo tenido conocimiento por revelación particular de la
condenación eterna del infeliz, quiso que la suerte trágica de este desgraciado
sirviese por lo menos para los vivos. Tras explicar con algunas palabras
vehementes los peligros de la avaricia, concluyó su homilía con este texto del
Evangelio: “El mal rico murió y fue sepultado en el infierno” [Lc 16, 22]. Como
el auditorio se extrañó ante semejante audacia, añadió: «Este hombre colocó su corazón en sus
tesoros. Id a su caja fuerte, abridla; descubriréis allí su corazón, castigado
por la justicia de Dios». Fueron al
domicilio del muerto. La afirmación del santo se encontró milagrosamente
realizada: el corazón del difunto yacía en medio de su oro.
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