Homilía del Domingo XXVI del Tiempo Ordinario, Ciclo b
26
de septiembre de 2021
Puede ser que estemos acostumbrados
a oír la Palabra y no darnos cuenta de que está hablando de mi vida y de la
tuya. ¿Y sabéis de qué está hablando hoy el Señor? Hoy nos habla de nuestro
pecado. Me acuerdo de mi primer coche, un Ford Fiesta rojo de segunda o tercera
mano. Pues varias veces, estando en carretera más de una vez pisaba el
acelerador y el coche no respondía, iba perdiendo revoluciones hasta que me
quedaba plantado en la cuneta. Esto mismo es lo que nos pasa con el pecado
personal. Por ejemplo; yo quiero ser un buen padre de familia y amar a mi
esposa, pero no puedo porque tengo cosas que atan a mi alma, cosas que me
esclavizan, tengo una serie de ídolos que –como si fueran vampiros- que me
absorben las fuerzas y la vitalidad. Ídolos como el alternar más de la cuenta y
beber sin cabeza; el refugiarse en el trabajo para evitar estar más tiempo en
casa; preferir ganar más dinero antes que estar con tus hijos y con tu esposa;
mantener un amor desordenado con una mujer que no es tu esposa; no colaborar
nada con las labores de la casa ni en la educación de los hijos porque dices
que eso es cosa de la mujer…; el pecado hace que pierda fuelle, que pierda
fuerza a la hora de apretar el acelerador del amor. Y en este caso el primero
que se da cuenta de que algo no funciona es… la esposa.
Si un cristiano no responde a la vocación dada por
Dios está viviendo a medio gas, está desperdiciando su vida. Por eso dice
Jesucristo: «si tu
mano te induce a pecar, córtala… si tu pie te induce a pecar, córtatelo…si tu
ojo te induce a pecar, sácatelo»
[Mc 9,38-43.45.47-48]. O sea, el alternar más de la cuenta y beber sin
cabeza… ¡corta con ello!; el refugiarse
en el trabajo para evitar estar más tiempo en casa… ¡corta con ello!; preferir
ganar más dinero antes que estar con tus hijos y con tu esposa… ¡corta con
ello!, etc. Y el que dice de un padre de familia se puede aplicar a cada uno de
los presentes en nuestras situaciones personales porque todos conocemos lo que
nos esclaviza y bien las conocemos, de tal manera que cada cual puede ir
rellenando aquellas cosas con las que debe de cortar por amor a Cristo. Somos de Cristo y queremos vivir nuestra vida
con el Espíritu de Cristo.
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