Jueves Santo 2021
1 de Abril de 2021
Estamos en una sociedad donde todo son derechos y,
como si fuera una cadena de producción de una fábrica, se crean nuevos
derechos. Derechos que no dejan de ser falsos derechos que no se sostienen por
sí, sólo por la voluntad y deseo de algunos. No
podemos pensar con criterios mundanos, sino con los criterios que manan de
Dios, de la Gracia divina. Hace poco un sacerdote de una diócesis de Italia se
negó a bendecir las palmas en el Domingo de Ramos en forma de protesta porque
la Iglesia no bendecía las parejas de homosexuales. Satanás siempre ataca a la
cabeza, siempre ataca a aquellos que son cabeza de algo; en este caso a este
cura de 50 años de un pueblo del noroeste de Italia de 977 habitantes con ganas
de protagonismo.
Nosotros no somos dignos de estar en la presencia de
Dios y la plegaria eucarística nos lo recuerda: «Te damos gracias porque nos haces dignos de servirte
en tu presencia». Dios nos hace dignos a nosotros. El
único derecho que tenemos es el derecho a amar y a amar como Dios nos ama. El amor no es el cajón desastre
donde metemos todo lo que nos ocurre, ya que por la herida ocasionada por el
pecado original tendemos a confundir egoísmo, posesión, dominación y consenso…
con el amor. El regalo que el Señor nos
hace hoy es un amor que llega hasta la entrega total, libre y sin
reservas en el madero de la cruz.
Si quitamos la visión de fe de las cosas y situaciones
que nos rodean nos creeremos con el derecho de manipular todo, de pervertir las
realidades y de malherir al propio amor. De ahí que salgan leyes que son
auténticas salvajadas como la del aborto, la de la eutanasia, la privación de
los derechos de los padres para que puedan elegir la educación que desean para
sus hijos, el mal llamado matrimonio a las personas que se unen siendo los dos
del mismo sexo, la satánica ideología de género, etc. Una mentira reiterada mil
millones de veces sigue siendo una mentira; y la mentira y el amor es
como el aceite y el agua, no se mezclan. Dicen por ahí: ‘lo importante es el
amor’, ‘es que se aman’… No caigamos en la tentación de confundir el amor con
el cajón desastre.
Es cierto que en el amor se ha
de dar muchas dosis de perdón, o muchas vacunas de perdón. Ahora que estamos en medio de estar interminable
pandemia del Covid-19, todo el mundo habla de las vacunas y de las dos dosis
para alcanzar la tan anhelada inmunidad. Incluso en los medios de comunicación
y los políticos hablan de ‘inmunidad de rebaño’. Es que resulta que toda la
humanidad, y nosotros como comunidad, estamos
sufriendo la pandemia del pecado, la pandemia de la ausencia de amor en
lo que hacemos y con los que estamos. Y hoy el Señor nos regala el sacerdocio para que pueda administrar en el confesionario
esas vacunas de la gracia divina, de un modo personal, con toda la frecuencia
que sea necesaria al penitente, para que ese coronavirus del pecado no irrumpa
con tanto ímpetu en nuestra vida, porque no es lo mismo decir ‘se me ha roto el
picaporte de la puerta’ que decir ‘se me ha caído el tejado de la casa’.
Uno hace un esfuerzo serio por algo que valora o
estima importante, porque de otro modo uno ni se molesta. Es cierto que muchas
veces la desilusión, la falta de respuesta, el poco interés que puede encontrar
en los otros puede llegar a desmoralizar y la tentación de ‘tirar la toalla’ se
acentúa con creces. El faraón,
Satanás, está levantado porque desea que
abandonemos en camino de la fe y nos adentremos por las sendas mundanas donde
todo está ‘bien’, todo está permitido y donde el pecado es algo perteneciente a
la moral represora de la Iglesia: es decir la senda de lo mundano, la senda de
la mentira.
Y en las
relaciones se generan heridas, algunas de ellas llegan a supurar pus. A
lo que el perdón ha de ser una tónica general entre nosotros. Pero el perdón no
es lo mismo que la indiferencia ni la incomunicación. Jesús era muy claro con
los fariseos y saduceos. Les ‘cantaba las cuarenta’ y se enfadaba por lo duros
de corazón y la dura cerviz que tenían. Pero Jesús les amaba con todo su ser,
es más, murió por cada uno de ellos.
Las heridas ocasionadas por nuestros pecados son
patentes en la relación cotidiana en esta y en cualquier comunidad cristiana.
Muchas de las cosas que aquí ocurren están generadas por el pecado que
arrastramos. ¿Y dónde acudir para, como se hace con los ordenadores y con los
smartphones o tables, restaurar la primera configuración de fábrica o así poder
restaurar las normales relaciones entre nosotros? La liturgia nos da muchas
pistas: «Concédenos,
Dios Todopoderoso, que, quienes desfallecemos a causa de nuestra debilidad,
encontremos aliento en la pasión de tu hijo unigénito»
(Oración Colecta del Lunes Santo). O sea, nosotros
desfallecemos, reñimos entre nosotros, nos ignoramos, murmuramos, nos
lanzamos miradas como si lanzásemos flechas… a causa de nuestra debilidad que
es aprovechada por Satanás y al entrar nosotros en su perverso y dañino juego.
EL
Señor sabía que entre ellos había un traidor. Y aun sabiéndolo lo amó con la
misma intensidad como al resto de los Doce. Los tres regalos que hoy nos
entrega el Señor son para disfrutarlos y ejercitarlos diariamente para que así,
algún día y tal como dice la liturgia «merezcamos ser saciados en el banquete
eterno».
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