miércoles, 31 de marzo de 2021

Homilía del Jueves Santo 2021

 Jueves Santo 2021

1 de Abril de 2021

         Hoy celebramos que Cristo, por puro amor, nos ha hecho tres regalos: la institución del Orden Sacerdotal y de la Eucaristía y nos ha entregado el mandamiento del Amor Fraterno.  ¿Nos lo merecemos? No. Todo es pura gracia, puro don divino. ¡Qué diferente es decir y sentir cuando uno sabe que no es digno de lo que recibe en vez de creernos con derechos sobre ello!

Estamos en una sociedad donde todo son derechos y, como si fuera una cadena de producción de una fábrica, se crean nuevos derechos. Derechos que no dejan de ser falsos derechos que no se sostienen por sí, sólo por la voluntad y deseo de algunos. No podemos pensar con criterios mundanos, sino con los criterios que manan de Dios, de la Gracia divina. Hace poco un sacerdote de una diócesis de Italia se negó a bendecir las palmas en el Domingo de Ramos en forma de protesta porque la Iglesia no bendecía las parejas de homosexuales. Satanás siempre ataca a la cabeza, siempre ataca a aquellos que son cabeza de algo; en este caso a este cura de 50 años de un pueblo del noroeste de Italia de 977 habitantes con ganas de protagonismo.

Nosotros no somos dignos de estar en la presencia de Dios y la plegaria eucarística nos lo recuerda: «Te damos gracias porque nos haces dignos de servirte en tu presencia». Dios nos hace dignos a nosotros. El único derecho que tenemos es el derecho a amar y a amar como Dios nos ama. El amor no es el cajón desastre donde metemos todo lo que nos ocurre, ya que por la herida ocasionada por el pecado original tendemos a confundir egoísmo, posesión, dominación y consenso… con el amor. El regalo que el Señor nos hace hoy es un amor que llega hasta la entrega total, libre y sin reservas en el madero de la cruz.

Si quitamos la visión de fe de las cosas y situaciones que nos rodean nos creeremos con el derecho de manipular todo, de pervertir las realidades y de malherir al propio amor. De ahí que salgan leyes que son auténticas salvajadas como la del aborto, la de la eutanasia, la privación de los derechos de los padres para que puedan elegir la educación que desean para sus hijos, el mal llamado matrimonio a las personas que se unen siendo los dos del mismo sexo, la satánica ideología de género, etc. Una  mentira reiterada mil millones de veces sigue siendo una mentira; y la mentira y el amor es como el aceite y el agua, no se mezclan. Dicen por ahí: ‘lo importante es el amor’, ‘es que se aman’… No caigamos en la tentación de confundir el amor con el cajón desastre.

Es cierto que en el amor se ha de dar muchas dosis de perdón, o muchas vacunas de perdón. Ahora que estamos en medio de estar interminable pandemia del Covid-19, todo el mundo habla de las vacunas y de las dos dosis para alcanzar la tan anhelada inmunidad. Incluso en los medios de comunicación y los políticos hablan de ‘inmunidad de rebaño’. Es que resulta que toda la humanidad, y nosotros como comunidad, estamos sufriendo la pandemia del pecado, la pandemia de la ausencia de amor en lo que hacemos y con los que estamos. Y hoy el Señor nos regala el sacerdocio para que pueda administrar en el confesionario esas vacunas de la gracia divina, de un modo personal, con toda la frecuencia que sea necesaria al penitente, para que ese coronavirus del pecado no irrumpa con tanto ímpetu en nuestra vida, porque no es lo mismo decir ‘se me ha roto el picaporte de la puerta’ que decir ‘se me ha caído el tejado de la casa’.

Uno hace un esfuerzo serio por algo que valora o estima importante, porque de otro modo uno ni se molesta. Es cierto que muchas veces la desilusión, la falta de respuesta, el poco interés que puede encontrar en los otros puede llegar a desmoralizar y la tentación de ‘tirar la toalla’ se acentúa con creces.  El faraón, Satanás,  está levantado porque desea que abandonemos en camino de la fe y nos adentremos por las sendas mundanas donde todo está ‘bien’, todo está permitido y donde el pecado es algo perteneciente a la moral represora de la Iglesia: es decir la senda de lo mundano, la senda de la mentira.

Y en las relaciones se generan heridas, algunas de ellas llegan a supurar pus. A lo que el perdón ha de ser una tónica general entre nosotros. Pero el perdón no es lo mismo que la indiferencia ni la incomunicación. Jesús era muy claro con los fariseos y saduceos. Les ‘cantaba las cuarenta’ y se enfadaba por lo duros de corazón y la dura cerviz que tenían. Pero Jesús les amaba con todo su ser, es más, murió por cada uno de ellos.

Las heridas ocasionadas por nuestros pecados son patentes en la relación cotidiana en esta y en cualquier comunidad cristiana. Muchas de las cosas que aquí ocurren están generadas por el pecado que arrastramos. ¿Y dónde acudir para, como se hace con los ordenadores y con los smartphones o tables, restaurar la primera configuración de fábrica o así poder restaurar las normales relaciones entre nosotros? La liturgia nos da muchas pistas: «Concédenos, Dios Todopoderoso, que, quienes desfallecemos a causa de nuestra debilidad, encontremos aliento en la pasión de tu hijo unigénito» (Oración Colecta del Lunes Santo). O sea, nosotros desfallecemos, reñimos entre nosotros, nos ignoramos, murmuramos, nos lanzamos miradas como si lanzásemos flechas… a causa de nuestra debilidad que es aprovechada por Satanás y al entrar nosotros en su perverso y dañino juego.

EL Señor sabía que entre ellos había un traidor. Y aun sabiéndolo lo amó con la misma intensidad como al resto de los Doce. Los tres regalos que hoy nos entrega el Señor son para disfrutarlos y ejercitarlos diariamente para que así, algún día y tal como dice la liturgia «merezcamos ser saciados en el banquete eterno».

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