Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario, Ciclo A
11 de octubre de 2020 Mateo 22, 1-14
Acaba de ser proclamada la parábola de los convidados a la boda del hijo del rey. Un rey que convida al banquete de su hijo y que recibe un gran rechazo, un gran menosprecio, una gran indiferencia. Se había invitado a los principales de la sociedad y han sido éstos quienes han rechazo mencionada invitación. Pero hay una gran paradoja, porque es un gran honor recibir la invitación para participar de las bodas del hijo del rey y lo han despreciado. El rey, que es imagen de Dios, que nos lo quiere dar todo participando de las bodas de su Hijo y nosotros en vez de sentirnos agraciados y agradecidos y en vez de sentirnos elegidos, tenemos un gran rechazo. Y aquí sale una idea clave de esta parábola: La esencia del pecado es no dejarse amar por Dios.
Es instructivo ver los motivos por
los que los invitados se han excusado: no hicieron caso de la invitación, el
uno se fue a su campo, el otro a su negocio, el otro va a probar sus yuntas de
bueyes, etc. Hay una serie de motivos por los que se rechaza esa gran
invitación del rey. Pero si nos damos cuenta no se tratan de motivos, sino de excusas para no acudir. No hay
motivo alguno para rechazar ese gran regalo de Dios. Cuando anteponemos cosas
ante la invitación de Dios se tratan de excusas, dejando a Dios en segundo
lugar. Cuando colocamos nuestras cosas en primer lugar relegando a Dios en
segundo o tercer lugar, estamos cayendo en un pecado de minusvaloración, de
menos precio, de indiferencia ante Dios. Y esto es muy grave, es tan grave que dice
la parábola que la reacción del rey fue
tremenda, «el rey montó en cólera, envió sus
tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad». Y todo por desagradecidos. Es algo que nos debe de
hacer meditar porque también nosotros, a nuestra medida y a nuestro nivel, vivimos también esa tentación de anteponer
otras cosas a la llamada de Dios o de dejar en segundo lugar esa
llamada.
Hay un dicho que dice «si estás tan ocupado como para no poder orar,
es que estás más ocupado de lo que Dios quiere». ¿Cómo es posible que no
tengamos tiempo para Dios? ¿Cómo es posible que no tengamos tiempo para
priorizar en la invitación que el Señor nos hace para participar en su
intimidad? Dios no quiere que estés tan apegado a las cosas. Podemos tener el
riesgo de tener apegos que se convierten en excusas para dejar la llamada de
Dios en segundo o tercer lugar.
Hay una viñeta en la que aparece un
niño y debajo ponía «demasiado joven para pensar en Dios». Al lado aparecía a
ese mismo niño pero ya en la edad adolescente con sus novias que ponía «demasiado
feliz para pensar en Dios»; luego se le veía en la siguiente viñeta cuando ya
había conseguido comprar su primer coche y su casa y se sentía muy orgulloso y
decía «demasiado autosuficiente para pensar en Dios»; en la siguiente viñeta se
le veía demasiado enfrascado en la vida laboral y ocupado, y decía: «demasiado
ocupado para pensar en Dios»; en la siguiente viñeta se le veía cansadísimo e
intentando descansar y decía: «demasiado cansado para pensar en Dios»; y en la
última se le ve en la tumba y dice: «demasiado tarde para pensar en Dios». Y es
verdad que se nos puede pasar la vida anteponiendo todas las cosas a esa
invitación que nos hace Dios a participar en el banquete de su Hijo.
Que el Señor nos de la gracia de
priorizar esa llamada del Señor y a participar en esa intimidad con el Señor.
Pero hay una
segunda parte en esta parábola: visto ese rechazo, el rey convidó, no ya
a los principales, sino a todos, a los más humildes, a buenos y malos. La invitación no nace de nuestro mérito.
Dios no nos quiere porque seamos buenos; Dios
nos quiere para que podamos ser buenos. Y la paradoja es que uno de esos
invitados entró sin traje de fiesta. Y entonces le dice el rey «amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido
de boda?», y es expulsado con indignación porque tampoco este ha entendido
que tenía que responder con gratitud como les había ocurrido a los principales,
éste tampoco lo había entendido. ¿Cómo te has atrevido a entrar sin el traje de
fiesta? La Tradición de la Iglesia ha
entendido este texto como la importancia de acercarse a Dios en gracia, en
estado de gracia. Vivir en gracia de Dios no es la condición que Dios
pone para querernos, sino que es la
consecuencia lógica del habernos abierto al amor de Dios. Lo lógico es que
de ese agradecimiento de ser invitado al banquete se derive una conversión y el
vivir en gracia, el vestirnos el traje de fiesta. De otro modo seríamos una
ingratos como los primeros. El amor de Dios es gratuito, pero no es barato; requiere de nosotros una respuesta de totalidad.
Ojalá nos sintamos agraciados de estar sentados en
este banquete, porque ésta Eucaristía que
celebramos es el banquete de bodas del Hijo del Rey. Que la Virgen María
nos conceda ser muy humildes y muy agradecidos.
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